Escribo la siguiente colaboración sin conocer el nuevo plan de paz propuesto por el gobierno federal, sin embargo el acuerdo estatal para la reconciliación, merece algunos comentarios. Al plan de paz presentado por Albores, ciertamente le hace falta un respaldo en hechos, como lo ha señalado la Conai, pero sin duda puede representar un avance respecto a iniciativas anteriores. Lo que hay que destacar en todo caso es un cambio de mirada. Y para que se produzcan nuevos hechos, hace falta que también haya nuevas miradas. El acuerdo propuesto parece hacer cargo de que el problema en Chiapas no se reduce a la existencia de un grupo armado en algunos municipios, y reconoce la necesidad de contar con autoridades e instituciones legítimas. La sola aparición de la dimensión regional del conflicto parece una ganancia.
En todos estos años, el debate en torno al conflicto chiapaneco, había omitido la necesidad de recomponer institucionalmente a la entidad. Con el estallido del conflicto, la entidad se vio invadida por diversas agencias federales, por una mirada nacional e internacional, que ha impedido ver el aporte estrictamente local que puede haber a la solución del problema. Bienvenida sea esa nueva mirada. Sin duda es necesario incorporar de manera deliberada al ámbito local en la confección y puesta en práctica de los arreglos. Es urgente también que la nueva mirada se sustente en hecho, y que estos hechos sean valorados de manera común por todos los actores políticos. Mientras la suspicacia siga siendo la reacción dominante, poco se podrá hacer para avanzar.
En octubre próximo habrá elecciones municipales en Chiapas; si no se empieza a trabajar desde ahora cambiando la polaridad de la entidad, lo más probable es que dichos comicios dejen ir la oportunidad de producir autoridades legítimas y más bien se signifiquen por un retroceso. Ciertamente unas elecciones no son la fórmula mágica que hará desaparecer las condiciones de marginación social y atraso político que hicieron posible el surgimiento del movimiento armado, pero unos comicios aseados y con todas las garantías para las partes pueden ser un buen principio.
Por otra parte, está claro que hoy el conflicto en Chiapas no se puede reducir simplemente a los desencuentros del EZLN con el gobierno federal. Ni se puede ignorar la necesidad de que pronto se restituya un diálogo directo entre las partes, ni se puede confiar en que resolviendo ese disenso se alteran las condiciones de la entidad. La descomposición del problema lleva a pensar que la promulgación de una ley es condición necesaria pero insuficiente para producir la distensión necesaria. En ese sentido es sano incorporar a los actores locales en la empresa de la reconciliación. Cualquier iniciativa que tienda a destrabar el estado actual de cosas en el que lo único que se aleja del horizonte es la paz, debe ser bienvenida. Es fundamental apurar a un cambio en la perspectiva, ya que la prolongación de las indefiniciones sólo apuntalará a las tentativas más autoritarias.
En fin, es necesario frenar ya la acumulación de agravios que lo único que hace es alejar una perspectiva común, distanciar entre las partes un referente mínimo tan fundamental como el Estado de derecho, y situar la paz en un horizonte demasiado lejano. Ojalá que el ánimo de nuevas miradas sobre el problema se sustente pronto en hechos tan incontrovertibles como constructivos. Ojalá que la nueva iniciativa federal esté animada por la reconciliación, de otra suerte el plan de Albores será tan bien intencionado como estéril.