La democracia no es un destino fatal. La democracia es una oportunidad de cambio, de transición. Y para todos el reto es proporcional: o cambiamos, para mejorar todos, o la transición será: meramente, una eterna promesa, una constante desilusión.
Escepticismo y desencanto, aunado a la emergencia de una tan atenta como diversificada sociedad civil, nutren una convicción: el fracaso de los grandes paradigmas. Fin de las utopías y principio de las realidades, como sea, los sujetos se atomizaron y las grandes causas se encogieron. Los actores se multiplicaron tanto como sus demandas e intereses. Los partidos políticos resultaban insuficientes, eran desbordados. La sociedad -a tal punto diversificada- no cabía o no se sentía representada en los partidos existentes.
Lugares comunes que no son sino mentiras comunes; o sociedad civil o partidos políticos. Dicotomía simplista y, peor aún, maniquea. ¿Por qué no: sociedad civil y partidos políticos?, tal y como sucede en la realidad: en Alemania los ecologistas y en Italia los obreros aumentan su acercamiento hacia las fuerzas políticas con representación en el Congreso. En América, mujeres y jóvenes organizados negocian con partidos políticos y presentan posiciones conjuntas desde lugares distintos frente a sus gobiernos.
La disyuntiva: sociedad civil o partidos políticos, supone la exclusión; en contraste, los sistemas de representación y sus mecanismos de elección privilegian la inclusión, las alianzas, el acuerdo sobre las diferencias. La diversificación de intereses y la fragmentación de identidades colectivas no decretan la obsolescencia de los partidos políticos; demandan, por el contrario, aumentar la capacidad de mediación entre tales entidades y el gobierno. A fin de cuentas, los partidos continúan siendo -como lo señalan los jóvenes clásicos de la sociología política Almond y Powell- la ``estructura especializada de integración de intereses en las sociedades modernas''.
En este contexto, el aniversario cincuenta y cinco de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) de mi partido provoca, a un tiempo, celebración, memoria y reto. Celebración porque hoy, como hace 55 años, sectores medios, grupos heterogéneos de la sociedad han encontrado espacio para promover sus intereses, exponer sus inquietudes y defender sus derechos elementales. Reto, porque a más de medio siglo, los grupos y sectores que lo integran se han multiplicado y, con frecuencia, no encuentran respuestas a sus reclamos.
Diversa y plural por origen, la CNOP significó la consolidación del Partido de la Revolución Mexicana. Se cerraba, con ello, el triángulo que aglutina las bases sociales de nuestro partido. En las filas del partido estaban, como raíz, la clase campesina organizada y los obreros sindicalizados. Faltaban los sectores medios, franjas de trabajadores que con su esfuerzo material e intelectual representaba un factor importante en la construcción del México moderno.
El 28 de febrero de 1943, en Guadalajara, Jalisco, se constituyó la CNOP con distintas ramas de un inmenso conglomerado social: artesanos, pequeños agricultores, industriales y comerciantes en pequeño, profesionistas, jóvenes y estudiantes, mujeres revolucionarias, artistas, maestros de escuela, burócratas, cooperativistas y colonos.
Hoy, al igual que los otros dos sectores, la CNOP y el PRI en su conjunto viven una de sus horas más difíciles, hora de definiciones esenciales. Cuando la realidad nos interpela, sólo hay una respuesta: sacudir las estructuras y tener el valor y la inteligencia de entender el nuevo tiempo político y acompasar el cambio que reclama. Pero de nada servirán nuevas asambleas y nuevos arreglos, si no existe la determinación de llevar a la práctica los cambios necesarios, aunque se tengan que pagar altos costos. En todo caso, son mucho mayores los que implicarán el dejar de hacer.
Cada día que se pierde para la transformación del Revolucionario Institucional, hace más difícil el proceso. Hagamos, los priístas, del tiempo de la transición, el tiempo del PRI.
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