DobleJornada, 2 de marzo de 1998
NIÑAS TRABAJADORAS
Yo comencé a trabajar cuando una señora vino a la cuadra a buscar quién le cuidara a sus niños; fue hace como un año. Ahora tengo doce años, en aquel tiempo iba a cumplir los once. Yo nunca había trabajado, pero la señora insistió y me convenció. Empecé a ir y me gustó al principio; lo que yo tenía que hacer era sólo cuidarle dos niños: una chamaquita de tres y un niño bien pirrino, que apenas comenzaba a caminar.
Como tenían muchos juguetes yo los entretenía bastante, mientras la señora hacía su quehacer o iba al súper. Lo que ya no me gustó fue cuando la huerca se volvió muy chiflada y le escondía los juguetes y los monitos al hermano y yo tenía que buscárselos. [...] Todo el día se la pasaba molestando al hermanito, lo hacía llorar y a mí me hacía desatinar mucho porque me echaba la culpa. Me aguanté un tiempo, yo ya no quería ir, pero mamá me rogaba porque me pagaban 150 pesos a la semana, y el dinero se necesitaba en la casa.
Así que estuve aguantándome; además me daba pena salirme, porque el día que cumplí los once años la señora me llevó a una tienda y me compró un vestido y un par de zapatos nuevos; yo no sabía a qué íbamos, pero cuando me dijo que yo escogiera, no sabía por cuál decidirme. Fue muy bonito. Ese día ella me dijo que cada año, el día de mi cumpleaños, me iba a hacer el mismo regalo.
Lo que no me gustaba, y ya me tenía bien cansada era la chiquilla esa tan llorona y que la señora nunca le pegaba ni la regañaba; sólo nos echaba a la cochera a sus huercos y a mí, y ella cerraba la puerta para no oír.
Luego un día, hace poco, la niña tumbó a su hermanito y le salió sangre de la boca, yo creo que se mordió por dentro. Yo le grité a la señora pero tardó en salir; cuando vio al niño todo embarrado de sangre se enojó muchísimo y me regañó a mí. Me dijo que para eso me pagaba, para que no le pasara nada al niño.
Yo le dije que la chamaquita lo había tumbado, pero ella estaba enojada conmigo. También me dijo que por qué no le hablé pronto, pero yo sí lo hice, lo que pasa es que ella, como estaba encerrada y con la tele prendida, no oía. Pero ella me siguió regañando [...] Yo me sentí mucho y lloré. El huerquito, como me quiere, me decía ya, ya. Ella lo metió y lo lavó, así vio que no le había pasado nada.
Al llegar a la casa se lo conté a mamá cuando regresó de su lavada. Al principio se enojó con la vieja esa y dijo que le iba a reclamar, pero al día siguiente tuvo que irse a planchar a otra casa y ya no fuimos. La señora vino ese día y al otro, pero yo [...] me escondí; esa semana no me la pagó, aunque había trabajado hasta el jueves.
Y fíjese, a la semana siguiente, como mandado hacer salió en el periódico la noticia de que acusaron a una chamaca de haber matado a un huerquillo que cuidaba [...] Fue horrible; el periódico le puso ``la niña asesina'', y venía su foto. Mamá me lo enseñó y dijo: ``qué bueno que te saliste a tiempo''.
Estuvimos comprando el periódico varios días y al final dijeron que la niña no había sido, que el chiquillo se había caído y por eso se dio un mal golpe, pero por lo pronto le echaron la culpa a la niña y la metieron al Tutelar. Yo por eso ya no voy a cuidar niños, ahora trabajo donde no hay.
* Arenal, Sandra; Ramos, Lídice y Maldonado, Rocío. Infancia negada. UANL, Monterrey, México, 1997.