DobleJornada, 2 de marzo de 1998
Pedro Valtierra tomó la foto que dio la vuelta al mundo: una joven indígena armada con sus manos empujaba a un militar para impedir que entrara en la colonia de desplazados de la sociedad civil Las Abejas, de X'oyep. El arma castrense era más larga que la extensión del talle y el brazo alzado de la joven. La cámara sólo registró su espalda, la negra cabellera sobre el huipil rayado y parte de un rebozo enredado en el cuello. Se llama Rosalía. Tiene 18 años y en su rebozo, que es azul celeste, carga siempre a su pequeño Francisco. Rosalía se sonroja al reconocerse en el periódico. Un hombre alza el ejemplar sobre su cabeza y explica en tzotzil el impacto que tuvo la fotografía. Decenas de mujeres se arremolinan en su torno y exclaman suavemente: ``¡Ooooh!''. La foto se tomó en el tercer día consecutivo en que una valla de mujeres y niños impidió el avance del Ejército federal hacia la toma de agua que usan los mil 100 habitantes de X'oyep, municipio autónomo de Polhó, el segundo campamento de refugiados internos más grande de Chiapas. Finalmente, el Ejército se estableció en un valle cercano al cerro de X'oyep y drena el agua que alimentaba su manantial y sus pozos, ahora secos. Una cubeta es lanzada al pozo más profundo y queda casi enterrada en el fango. Rosalía está sucia, sedienta. Llegarán 300 bidones de agua pero la ayuda tarda porque X'oyep está a una hora de la carretera, por un camino agreste, escarpado, donde el único ruido que se escucha es el de la bomba de agua del campamento militar.
Hora del alumbramiento
Dos horas por carretera desde San Cristóbal de las Casas conducen al municipio autónomo de Polhó (nombre oficial: Chenalhó), en Los Altos de Chiapas, donde han sido instalados 18 campamentos militares en idéntico número de parajes y poblados. Esta región boscosa, fría, con magníficas montañas y el suelo más erosionado del estado, acoge cuatro colonias de desplazadas/os. Kilómetros arriba de X'oyep, en la cabecera municipal rebelde, estáel más grande: hay 6 mil integrantes de las bases zapatistas, más del 60 por ciento mujeres e infantes. Tres mil 900 zapatistas llegaron a Polhó tras caminar la noche lluviosa del 26 de diciembre de 1997. Huían de los grupos de paramilitares priístas que una semana antes asesinaron a 45 personas en Acteal. Aquí, bajo improvisados techitos de lámina y de plásticos coloridos, estarán indefinidamente. Se atienden médicamente en sus dos precarios consultorios y desconfían del puesto de la Cruz Roja Mexicana tras su envío de 10 toneladas de medicina caduca. Pero los partos son de Micaela. Tiene 24 años y es la única partera de la zona. Las viejas se jubilaron al no poder caminar de arriba a abajo, de día o noche, en Polhó o en X'oyep. Micaela lo hace. Con la sonrisa labrada en su rostro recibió en sus manos a 15 bebés las dos primeras semanas de enero. Ella se preocupa porque las mujeres están desnutridas, presentan hemorragias y no hay medicinas. En un caso de gravedad ``voy a darles las plantas cuando tienen mucha hemorragia y mucho dolor''. Va a la montaña y busca la de San Martín, Liquidámbar, Tajalguamón, y prepara tés para atenuarles el sufrimiento. Sus pacientes ``tienen pena'' porque ``no tienen cama, medicinas, duermen en el suelo. Dicen que les falta más de su pañal, colcha de su bebé, de su agua que les queda lejos para traer''. Ella también tiene pena: ``falta herramienta para escuchar su pulso del niño, falta termómetro''. Comúnmente a las mamás se les va la leche y no hay más alimento para el recién nacido que el té de manzanilla. Hasta ahora no ha muerto ningún bebé recibido por Micaela, pero recuerda que dos murieron de neumonía. En la úlltima quincena habrá atendido una docena de partos. Tiene registrados 12 para este mes, 14 en abril y 19 en mayo. Después desconoce la cuenta: ``es un chingo'', dice.
El vuelo de las abejas
María dio a luz kilómetros arriba de Polhó, más allá de Acteal, en el ejido Miguel Utrilla-Los Chorros, el 13 de diciembre de 1997. Su familia no fue invitada a la fiesta de su comunidad en honor de los asesinos de 21 mujeres, 15 niños y 9 hombres de la sociedad civil Las Abejas en Acteal, una semana después. Ella también es abeja, es decir, neutral entre el EZLN y el gobierno, pero con vínculos solidarios con el primero. El 14 de septiembre su esposo huyó del pueblo bajo amenazas de los paramilitares priístas y ella se quedó a cuidar todo mientras se resolvía el conflicto: cinco hijos, su casita, 300 matas de café, la tiendita. Dos días después los priístas se reunieron: ``Ahí hicieron acuerdo que van a quemar las casas de los perredistas. Quemaron 70 casas, robaron las cosas y juntaron en una escuela todos. Yo lloraba con mis hijos porque escuchaba que ya van a entrar a la casa. Me preguntaba la gente que dónde estaba mi esposo, ``se fue a San Cristóbal'', dije. Contaron un mes que él no llegó y me llamaron a la asamblea y pidieron multa de 5 mil pesos. Encontré prestados y fui a entregar pero la gente dijo `no basta, si quiere entrar su marido entrega 20 mil pesos si no vamos a matar'. Dolía mi embarazo. Día y noche pensaba cómo iba a salvar. Dijeron `tu esposo no tiene derecho de regresar, da 5 mil para derecho de tus hijos'. Sufría mucho, dije a la gente `reciban mi cafetal'. No salía de la casa por leña, agua. Mi hijo grande busca acompañamiento y va. Los otros hijos van solitos a la escuela. Sentía mucho tristeza. Quedaba solita en la casa, llorando''. Los paramilitares fanfarroneaban por las calles con sus armas de grueso calibre. Nadie podía entrar ni salir de Los Chorros sin su autorización. La fiebre poseyó el cuerpo de María y dio a luz el 13 de diciembre asistida por su hermano. No tuvo leche para amamantar a su hijo, otra mujer ``se prestó'' para hacerlo. La fiebre se agudizó cuando supo de la matanza de Acteal. Las gestiones de su esposo por liberar a su familia se supieron en Los Chorros y los paramilitares amenazaron: ``¡Chingada puta madre! ¡Al rato vamos a echar balazos a esta casa!''. Finalmente, el 27 de diciembre, el mismo día que el éxodo entraba en Polhó, una brigada de derechos humanos reforzada por la PGR y el Ejército mexicano llegó a Los Chorros. María y sus hijos fueron liberados. Al irse, otras personas les suplicaron llorando que los llevaran con ellos. Salieron 300 más. María está en el albergue de las hermanas del Divino Pastor en San Cristóbal. Carga a su bebé y limpia sus lágrimas al concluir su palabra en el tzotzil más dulce y triste. Se asoma por la ventana del salón. No están las montañas de su casa, sólo la plancha de asfalto en la que corretean los hijos de otras familias desplazadas.
La pelota de Zenaida
En un cuarto frente a la cancha en la que juegan los niños desplazados de La Nueva Primavera, en San Cristóbal, está Zenaida sentada. Viste como una princesita azul: mallones y suéter en tono claro, zapatitos tono pastel, calcetitas de encaje, una gorrita chistosa le cubre las orejas y en sus manos sujeta la inseparable pelota azul rey con amarillo. A sus cuatro años es la poseedora de la sonrisa más encantadora del albergue. Sólo entiende el tzotzil. ``Zenaida'', la llama alguien y pela los dientitos de leche carcomidos de negro. ``Zenaida'', la nombra su tía y ella sonríe sin voltear mientras golpea la pelota suavemente en sus piernitas. No la rueda, no la avienta. Las balas que mataron a su madre y a su padre en Acteal atravesaron el area occipital de su cráneo. Quedó ciega. La matanza dejó nueve niñas y cuatro niños huérfanas/os de padre y madre, y 32 menores de edad huérfanas/os de madre. Sus tíos se preocupan por Zenaida. Ella y sus dos hermanitas habrán de reintegrarse a Acteal, a sus caminos en picada y a su terreno accidentado por el que antes corrieron descalzas. También les preocupa que se ``está acostumbrando a la buena comida'' y a las golosinas, porque le serádifícil adaptarse de nuevo al pozol y los frijoles cotidianos. Zenaida pregunta por su mamá y por su papá, no sabe que murieron. ``Luego vienen'', le dicen los tíos. ``Zenaida'', le dice una voz desconocida. Ella Sonríe. Por su mejilla de nube resbala una caricia y abraza su pelota contra el azul cielo del suéter que la abriga.
Regreso a casa
A una hora de San Cristóbal, rumbo a Polhó, hay una desviación que conduce a San Andrés Larráinzar. A otra hora más y dos retenes militares de camino se divisa la niebla apretada que cae en cámara lenta sobre Oventic, uno de los cuatro Aguascalientes del EZLN. El segundo retén está a menos de 500 metros. Esta presencia ha convertido a la sede del Encuentro Intercontinental en el 96, y del Chicano en el 97, en una comunidad desolada. Los primeros días de enero sus habitantes huyeron varias veces ante posibles incursiones del Ejército y por los continuos sobrevuelos de aviones y helicópteros. Por cuestiones de seguridad tres de los cuatro promotores de salud han sido trasladados. Los murales chicanos de las paredes del consultorio fondean el maltrecho cuerpo de Margarita. Cenizo el rostro, gesto contraído, agarrado el abdomen, arrastra sus pasitos hacia la cuneta de la carretera. Delante va su esposo cargando a su bebé. ``¿Qué tiene?'' se pregunta, ``mucho dolor'', dice el marido mientras ella trata de explicar en tzotzil angustiante y desliza sus manos en su torso y vientre. Tiene hemorragias. La medicina recetada es para el riñón. No se le han hecho análisis, su esposo no puede llevarla a San Cristóbal porque ``hay mucho cabrón militar'' y sus gastos de estancia en la ciudad variarían de 500 a mil pesos. Tiene 24 años, cinco hijos, y todos los días debe levantarse a las cuatro de la mañana para moler el maíz y hacer tortillas. El promotor de salud atiende en su mayoría a mujeres y niñas/os. El diagnóstico de Margarita no lo tiene muy claro, ``es que muy no sé de ginecología'', dice. Margarita, espera sentada en la cuneta de la carretera, doblado el cuerpo, el transporte que la llevará de regreso a casa.
Ni paz ni justicia
Victoria debe salir clandestinamente de su comunidad en el municipio de Tila para no ser advertida por los paramilitares. Es base zapatista y tiene muy presente la violación y asesinato de Minerva Guadalupe Pérez Torres y de Rebeca Pérez Pérez, de 13 y 15 años de edad, a manos de Paz y Justicia en agosto de 1996. Habitantes de Tila, Sabanilla, Tumbal y Salto de Agua, no afines a este grupo, tienen que caminar horas, incluso días, para rodear los caminos y llegar a las cabeceras municipales. Las milpas han quedado abandonadas. ``Hemos sufrido bastante'', dice Victoria, que para hacer cualquier movimiento debe cruzar por una de las zonas más peligrosas: la colonia Miguel Alemán. ``No podemos viajar, comprar comida, medicinas para los niños y mujeres embarazadas, tan siquiera chanclas. Pero cómo se puede pasar si nos atacan en el camino''. Ella y otras diez mujeres trataron de salir de compras en grupo. Tomaron un camión que fue detenido. Las bajaron, ficharon al chofer y lo amenazaron. Hay un saldo de 46 simpatizantes y bases del EZLN asesinados, y Paz y Justicia alega que sus muertos doblan esta cantidad. Este es uno de los 12 grupos paramilitares reconocidos por la Procuraduría General de la República en Chiapas. En la colonia de Victoria no hay consultorio: ``los niños cuando se enferman tiene que morir, aunque quisiera ir al doctor en Limar no se puede porque ahí fichan los Paz y Justicia''. Dice que en su colonia, desde 1996 a la fecha, diez mujeres embarazadas han perdido a sus productos por no haber recibido atención oportuna. Victoria pide: ``Queremos que se liberen el camino'', y decide reservarse el nombre del lugar donde vive.
En el patio de la casa
El mismo día en que Manuela iba a fraccionar su terreno en el predio Puerto Arturo, cerca del mercado municipal de Ocosingo, llegó un centenar de efectivos militares fuertemente armados y reinstalaron su campamento. El lote en el que viven las 134 familias de las integrantes del Frente Obrero Popular Campesinas e indígenas Emiliano Zapata, fue expropiado en su favor, tras cinco años de gestiones, en noviembre de 1997. Este campamento fue abandonado en junio pasado cuando el Ejército se trasladó al predio recién concluido de la 39 Zona Militar, cerca de la zona arqueológica de Toniná. Durante el día los hombres salen a trabajar y Manuela y un grupo de 30 mujeres se sientan en el suelo quemante, bajo un sol voraz, para tratar de impedir que avance la instalación militar. Sus improvisadas casitas están loma arriba. Aquí están rodeadas de tiendas de campaña, jeeps y soldados que van y vienen. Unos están apostados en la entrada del terreno donde han colgado el letrero ``Agrupamiento Aguilar, Escuadrón, Blindados''. Los soldados silban a las mujeres cuando pasan. ``Nos han molestado'', dice Manuela, pero no se mueve de su pedacito de suelo.
Camino a la selva
El camino de terracería conduce al cuartel militar de San Quintín, el más grande de la Selva Lacandona. Pero antes hay cinco retenes militares que aplican la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos. El viaje desde Ocosingo dura cinco horas durante las cuales los árboles se van haciendo enormes y el paisaje se tupe de verdes intensos. La precariedad de la principal región zapatista contrasta con la comunidad priísta de San Quintín: Progresa construye casas de cemento, se introduce drenaje, hay celdas solares para uso doméstico. Aquí, en la zona limítrofe con la reserva de Los Montes Azules, se construye una zona habitacional para 200 familias de militares. Unida a San Quintín está la comunidad Emiliano Zapata, que hace honor a su nombre por ser zapatista, y en donde las mujeres tzeltales y choles, como las del resto de la zona de conflicto, han dejado de ir por leña y agua, y ya no van a trabajar a la milpa por miedo a ``los ejércitos''. La familia de Francisca está perdiendo sus cosechas de maíz, frijol, café, y ya no puede recoger camote, yuca, cebollín, chile. Se queja de que ``los ejércitos'' ofrecen 50 pesos a las muchachas ``para que sean sus mujeres, y traen prostitutas''. Abajo de su casa se unen los exuberantes ríos Jataté y La Perla, de donde ella se abastece de agua cuando no hay en cuaresma. Ahora no sabe qué hará pues en el río ``ellos se bañan con las prostitutas, tiran sus condones, truzas, basura''. A plena luz del día un camión militar transporta soldados y sexoservidoras a San Quintín. Pasa a un costado de la recaudería: hay mangos, piñas, aguacates, cebolla, jitomate, sandía; y de la mercería, que exhibe corsetería de encaje. En las tiendas del resto de la selva sólo hay galletas, jabón, latas de sardina. Oscurece. En la negrura suena el motor de una avioneta que sobrevuela con las luces apagadas: ``Son de las que bombardearon en el 94'', reconoce Francisca. La nave no se ve pero por su ruidito se sabe que va, regresa, y que vuela por una hora en círculos sobre el Aguascalientes de La Garrucha. ``Queremos que se vayan'', expresa Francisca. Sus palabras se pierden en la noche.
Sin necesidad de disparos
Durante las dos primeras semanas de enero se registró una treintena de incursiones militares en la región de Las Cañadas, de la Selva Lacandona, bastión zapatista que abarca los municipios de Ocosingo, Las Margaritas y Altamirano. La mayoría fue en Altamirano; generalmente los hombres estaban en las milpas o si se encontraban debían huir para no ser aprehendidos. Las mujeres se quedaron en defensa de sus comunidades, y en el caso de la llamada 10 de Mayo, 13 de ellas realizaron una valla y fueron golpeadas por soldados y hospitalizadas. A los soldados no se les acusó de disparar a mansalva, sino de aniquilar proyectos productivos e intimidar a la población para que se vea impedida de realizar actividades de subsistencia. En un documento las mujeres de Las Cañadas denunciaron las pérdidas. Las mayores fueron el 1o. de enero en Nueva Esperanza, en donde la comunidad huyó a la montaña: los militares comieron 50 gallinas del colectivo de mujeres, de donde robaron una televisión, una videograbadora y 20 mil pesos; costales de maíz, frijol, azúcar, arroz, y sal, fueron regados en el piso y bañados de gasolina; el combustible contaminó los tambos de agua; en las casas robaron grabadoras, machetes, hachas, dinero, tiraron la ropa y los trastes al piso, defecaron en ellos, les rociaron gasolina. Robaron dos motosierras, el equipo de sonido, medicinas, ganado, 17 mil pesos de la cooperativa. El 2 de enero mujeres de 13 comunidades llegaron presurosas, hijos en brazos, en apoyo de sus compañeras de Nueva Esperanza. Fueron amenazadas con ser ``rifadas'' y violadas. Ellos se fueron hasta el 4 de enero. Cómo llovió esos días. Los granos de café se pudrieron en el suelo. En Las Cañadas no hay comida pero sí un soldado por familia: 36 mil 500 acantonados en 24 campamentos y 21 cuarteles.
Con insomnio, dolores de cabeza, menstruaciones más largas y dolorosas, diarreas, y sin leche, las mujeres siguen organizadas. En grupos vigilan las brechas, las carreteras, y armadas de palos de madera y piedras dicen que tratarán de impedir que ``los ejércitos'' entren de nuevo.