DobleJornada, 2 de marzo de 1998
A mi amiga Elena Tapia
A mis compañeras de DobleJornada,
en nuestro aniversario
I
Para encontrarme con ella traspasé el inasible corredor de niebla, custodiado por siluetas apenas dibujadas; enceguecedora turbazón de nubes reclinadas sobre el suelo. Ese paisaje carretero que me hace sentir en un sobrevuelo en la bajada de Perote es como la cortina evanescente que nos cubre los ojos interiores y la cual tenemos que recorrer en el viaje a las entrañas de la envidia.
II
Entre sorbos de jugo y café habla en entrevista la psicóloga Leticia Coufré (Chimileoi, Argentina; 1942) representante en Veracruz del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE): Hay que distinguir la envidia de otras cosas con las que se le confunde. No es lo mismo que celos, ni igual que competir por algo. Los celos son el deseo de tener lo que parece que es de otro y compites por ese algo o ese alguien, y si lo consigues se aplaca el sentimiento celoso. La envidia no se aplaca, porque es querer que el otro no tenga lo que tiene; la persona que siente envidia quiere destruir, y su sentimiento es inaplacable porque siempre pensará que cuando obtiene lo deseado se lo han dado porque son las sobras, lo que no sirve, lo que no vale. Entonces el mecanismo de la envidia es destruir al otro o a la otra por lo que tiene o por lo que es. Es como cuando recibes algo y sientes que eso te humilla.
Planteada así, la envidia tiene que ver con carencias muy profundas, que se gestan con la falta de amor a una(o) misma(o) y a las(os) demás. Pero sobre todo obedece a no haber recibido el amor nutriente. Melanie Klein sostiene que la envidia es ancestral, hereditaria y que está en la especie humana. Pero yo pienso que es por una carencia muy temprana y que está en el orden de la agresión, del odio y de la sobreprotección, esta última que es finalmente una manera de agresión, de decir: yo te cuido porque eres mujer y necesitas de mi protección.
Si la envidia fuera innata no haría falta ninguna carencia para que surgiera. A mí me gusta más pensar que profundas situaciones de carencia que hieren el amor a ti misma(o) y el amor por las otras(os), te dejan ese vacío, ese hueco interno que no se llena. Es como un bolero: un vacío imposible de llenar. Y ese vacío te hace sentir que todo lo que te dan es poco, pobre, una demostración de poder.
No hay envidia de la buena. Lo que sienten las personas que expresan tener ese tipo de envidia son, en la mayoría de los casos, celos, a lo mejor ganas de tener o de lograr lo que otra tiene, y eso sí es de lo bueno, en el sentido de que hay una lícita intención de progresar o de tomar al otro como modelo. Pero envidia, lo que se llama envidia, no hay de la buena, porque mientras los celos tienen que ver con el amor, la envidia sólo tiene que ver con el odio; nada tiene de amor, aunque lo aparente. Una, como psicóloga, ante esto no debe adoptar criterios moralistas, porque no estás de juez. Y no es que la envidia sea mala por inmoral, sino porque destruye a quien la siente y a quienes le rodean.
Todas las personas que hemos sufrido carencias tempranas hemos tenido agujeros y vacíos. Puede ser que falte un progenitor, pero que haya en la familia un papel para ese amor, y entonces se puede estar bien. Pero si te identificas con una mamá muy frustrada, angustiada, muy carente amorosamente, con seguridad la criatura va a entrar en una carencia que vista desde afuerita no se nota.
Todo mundo habla de la envidia de las(os) otras(os), para eso sí hay palabras, pero para la propia, para esa sensación de carencia y de vacío no hay palabras. Por suerte la envidia como tal no es tan extendida, si lo fuera no podríamos construir nada. Yo me niego a creer que el mundo es una porquería, como dice el tango.
En el caso de la resistencia masculina a que las mujeres ocupen cargos públicos, me acuerdo de mi gato que no deja entrar a la casa a otro gato, porque defiende su territorio. Y para los chavos es muy doloroso estar educados a ser los reyes y darse cuenta que no les da el huarache para serlo. Entonces nos atacan en nuestro ser mujer y a los demás hombres en su ser profesional. Pero no creo que eso sea envidia, sino miedo. Y tampoco es verdad que las mujeres seamos más envidiosas que los hombres. ¿Nunca te has preguntado por qué las embarazadas son las más golpeadas y a las que se les pone más el cuerno? Ahí sí que es por envidia a su capacidad reproductiva. Cuando la mujer va viendo crecer su panza es más narcisista y es algo que ciertos hombres no soportan y es cuando más las engañan o las maltratan. Esa es un área de envidia típicamente masculina.
Yo no quisiera que quedara como propaganda, sino como una respuesta a una pregunta tuya. Sí, si se solicita podemos dar el taller sobre envidia, pero hay que tomar en cuenta que no es inocuo y que se debe considerar el momento que vive el grupo con el cual se trabaja, porque si no se es cuidadosa incluso el grupo se puede destruir, pues se tocan cuestiones muy profundas. Empezamos a dar el taller porque otras compañeras nos lo pidieron; tenemos muchos años de talleristas en salud mental. Consiste en investigar el imaginario del grupo con el que se trabaja, las representaciones e imágenes que tienen sus integrantes sobre la envidia, ya que partimos de que sólo entendiendo la propia envidia se puede una(o) entender y también defender de los sentimientos envidiosos propios y ajenos. Retomamos lo que propone Ana Fernández, autora de La niña y La mujer de la ilusión, y de esa forma aplicamos técnicas dramáticas para investigar el imaginario del grupo. El taller lo he hecho con Patricia Escalante, psicóloga con quien he compartido durante muchos años la experiencia de vincular la práctica clínica, la psicoanalítica, la de educación popular y la psicoterapia en grupos.
Aunque no se puede decir que una sociedad genere una sino varias formas de subjetividad, yo te podría asegurar que el capitalismo es un caldo propicio para desarrollar cualquier tipo de patología, ya que los sistemas sociales producen las características para que se desarrollen formas de ser. Pero para no caer en un determinismo, hay que considerar que la cuestión de la envidia es algo muy íntimo. Si bien en las grandes ciudades los problemas de narcisismo son muy compatibles con la envidia y no tanto por la competencia desmedida, sino por el individualismo y la soledad, son como la caldera del diablo.
Y en todo esto no se trata de salvar a las(os) demás, sino a una misma. Es como trabajar con material venenoso. En ese caso la primera que se contamina es la persona que tiene contacto con ese material.
III
Abandonamos La casona de beaterío. Desayunadas nos vamos a dar un paseo en auto por Jalapa. Leticia Coufré me cuenta que su primera paciente en consulta privada en Argentina se la remitió Marie Langer, con quien trabajó 16 años, diez de los cuales los dedicaron al equipo de salud mental en la Nicaragua sandinista. Me confiesa que casi no es envidiosa, porque la vida la ha tratado bien. ``Tuve la suerte de salir viva de la dictadura de mi país, vivir un exilio en Brasil y luego vivir desde hace 18 años en México (cinco de los cuales los lleva en Jalapa) donde tengo buenos amigos y un nivel de vida que, sin ser tan pobre ni tan rica, me agrada bastante''.
Hacemos una parada en el callejón de Jesús me ampare (de la envidia) y Leticia me dice que cuando ella detecta un sentimiento envidioso en ella, trata de que no actúe y lo maneja en sus pensamientos a nivel simbólico, para lo cual considera útil hablarlo con otra persona, bien una profesional de la salud mental o alguien con quien nos sintamos en confianza y ligados(as) afectivamente.
IV
Viajo en el autobús de regreso al DF, escribiendo todo esto para ti, con la idea de aportarte algo que te permita prender focos rojos que te ayuden a detectar y manejar tus envidias, tanto como las mías. Pienso que hablar de esto ayuda a ventilar heridas, para que al airearlas sanen.
Adentro hay una película de destrucción. Verdea el horizonte (extraordinaria panorámica de armonía y libertad).