La Jornada Semanal, 1 de marzo de 1998



¿EL OCASO DE LA ERA LIBRESCA?


George Steiner


El 16 de marzo, George Steiner, autor de Tolstoi o Dostoyevski, Después de Babel y otras obras canónicas de la crítica contemporánea, impartirá una conferencia magistral en el Palacio de Bellas Artes, dentro del Festival del Centro Histórico. Anticipamos el acontecimiento con un fragmento de las palabras que pronunció en el Congreso de la Asociación Internacional de Editores de Londres, el 14 de junio de 1997.



Las teorías modernas atribuyen la formación del universo a un equilibrio de factores sumamente delicado. Si ciertas temperaturas y magnitudes hubieran sido ligeramente diferentes, el Big bang y las transformaciones consecuentes de elementos jamás habrían ocurrido. El desarrollo del libro moderno y de la cultura del libro, tal y como lo hemos conocido, parece haber dependido de una combinación igualmente delicada de factores determinantes e interdependientes. El desarrollo de la imprenta moderna por parte de Gutenberg coincidió, como ha sido señalado con frecuencia, con el ascenso de la clase media en Europa occidental. Dicho ascenso hizo posible la atmósfera, la formación de una sensibilidad y, sobre todo, las condiciones económicas que permitieron disponer del espacio físico y el tiempo indispensables para llevar a cabo un cierto tipo de lectura ``clásica''.

El acto de leer ``a la manera clásica'' exige la posesión de los medios necesarios para llevar a cabo tal tipo de lectura. Ya no estamos lidiando con las bibliotecas del Medievo -cuyos libros estaban encadenados- ni con libros guardados como tesoros en ciertas instituciones principescas y monásticas. El libro se transformó en un objeto doméstico propiedad del usuario, accesible a su deseo de llevar a cabo una relectura. Este nuevo acceso exigía a cambio un espacio privado, del cual las bibliotecas personales de Erasmo y Montaigne son emblemáticas. De una importancia mayor, aunque difícil de definir, fue la adquisición de periodos de silencio y privacía. El acto clásico de lectura se lleva a cabo dentro de una esfera de silencio que le permita al lector concentrarse en el texto. Necesitaríamos saber mucho más de lo que conocemos acerca de la historia de los niveles de ruido en las ciudades europeas durante el Renacimiento y el inicio de la Era Industrial, para describir, con mayor precisión, el contexto público y social de la experiencia del libro.

De relevancia equiparable fue el crecimiento de un aparato auxiliar integrado por publicaciones periódicas, diarios y gacetas literarias, en los cuales los libros de aparición reciente eran citados de manera extensa y discutidos con una formalidad magisterial. Este aparato de discurso secundario creó una caja de resonancia entre el escritor y el lector.

El punto que quiero dejar claro es, simplemente, que la relación entre libros y literatura, tal y como la conocemos hoy en las comunidades europeas y norteamericanas, surgió de una concatenación extraordinariamente compleja y en esencia inestable de circunstancias tecnológicas, económicas y sociales.

Es muy posible que la ``Era del libro'', en el sentido clásico de la expresión, esté llegando gradualmente a su fin. Esta era abarca, aproximadamente, el periodo que va de 1550 a 1950: apenas 400 años. La autoridad y el éxito del ámbito clásico del libro y sus lectores ha sido tal, que hemos pasado por alto no sólo su fragilidad circunstancial sino también su singularidad en el contexto mundial. Es un hecho que, para la mayor parte de la población del planeta, lo que he denominado el acto clásico de lectura -la propiedad privada de espacio, de silencio y de los mismos libros-, nunca constituyó una práctica natural ni originaria. ¿Cuáles son, en las actuales condiciones de Occidente, algunos de los principales factores que podrían estar minando la herencia de la condición libresca tradicional?

Nos encontramos en el centro de diversas manifestaciones de protesta, democrática y popular, en contra de las formas tradicionales de lectura y escritura. La cultura del libro surgida en el Renacimiento postulaba un canon más o menos convencional de modelos y valores del texto. Las bibliotecas contenían a ``los clásicos'', y la misma encuadernación y dimensiones de los libros reflejaban claramente esteÊsentido de un legado establecido de excelencia. Hoy en día, cada aspecto de este código de lo preeminente es cuestionado por aquellos que ven en él una forma apenas disimulada de política del poder. La lucha en contra de la llamada ``cerrazón de la mentalidad norteamericana'' es de carácter profundamente político. Esta lucha involucra no sólo el tema de una forma tradicional de lectura y escritura, sino también el del uso del tiempo libre, la privacía y el nuevo desequilibrio dinámico entre los privilegios de una minoría, por un lado, y las exigencias de la cultura de masas, por el otro. Los espacios privados, en el sentido que les he dado, están disponibles solamente para unos cuantos. Hoy día, las paredes de los edificios permiten que se filtre una carga constante de ruido. ¿Quién en nuestros días tiene la posibilidad de construir o poseer una biblioteca privada del tipo de las que conocieron los lectores clásicos del pasado? Sin duda alguna, en la mayoría de los hogares nuevos -y ciertamente entre la población joven-, tanto el mueble para guardar discos como los estantes para colocar grabadoras y casets han reemplazado a los libreros.

Obviamente, el cambio más radical es aquel introducido por los medios rivales de información. Estamos muy lejos de haber siquiera comenzado a entender hasta qué grado el radio, el cine y, sobre cualquier otro medio, la televisón, se están apropiando de los recursos temporales y perceptivos que alguna vez le pertenecieron al libro, tanto en el terreno del entretenimiento como en el de la información. El impacto gráfico de la televisión y la carga informativa que puede ser recopilada precisa y rápidamente por los nuevos medios electrónicos, son tan fuertes que, en muchos aspectos, el libro es visto hoy como un objeto de anticuario, un instrumento tan lujoso como lo fue, después de Gutenberg, el manuscrito ilustrado. La ``biblioteca'' del mañana será, en gran medida, una red compleja de fuentes electrónicas y de medios de recepción, en los que la televisión por cable jugará un papel protagónico. Por lo tanto, aunque la revolución introducida por las ediciones en pasta blanda y la necesidad que tienen los países subdesarrollados de libros de texto le hayan dado un segundo aire a la cultura de Gutenberg, no es de ninguna manera claro que la ``literatura'' sobrevivirá en su naturaleza libresca esencial.

Es un hecho que distintas formas de literatura oral comienzan a jugar un papel importante en la totalidad de la comunicación moderna. En la ex Unión Soviética, las lecturas de poesía son acontecimientos masivos; en Europa occidental y Estados Unidos el poeta se ha convertido, cada vez más, en alguien que lee en voz alta para los demás. No esta muy lejano el día en que los novelistas, o aquellos más confiados en su capacidad para proyectarse frente a un auditorio, leerán directamente sus nuevas creaciones -que muy probablemente no estarán aún impresas.

De igual -si no mayor- relevancia, es el triunfo de la imagen y de los anuncios. Tendemos a olvidar que son éstos los que, a lo largo de la historia de la humanidad, han desempeñado la importante labor de transmitir tanto información vital como inmediatez emocional. Mientras que la música es verdaderamente universal, la literatura transmitida a través de un libro no lo es. Hoy en día, los libros de fotografías, los comics, los tabloides de circulación masiva y las revistas atraen la atención en un grado mucho mayor que el que alcanzó alguna vez el libro tradicional. En la base de estas revoluciones técnicas yace un cambio, difícil de definir, en el propio estatus de la temporalidad. El acto de autoría y de lectura en su sentido clásico solía estar íntimamente relacionado con metáforas y sugerencias alrededor de la supervivencia: el escritor y el lector apostaban por la trascendencia. Los poetas identificaban la condición libresca básica con la áspera y dominante sed de inmortalidad. Tales sentimientos son hoy considerados no sólo elitistas sino francamente vergonzosos. Ahora, nuestro pergamino es la pared, sobre la cual los efímeros graffitti cuentan con su breve y estridente apogeo.

En un periodo de transición tan complejo como el actual, toda predicción está condenada a caer en la ingenuidad. Ahora pueden fabricarse un gran número de opciones intermedias y de emergencia. Comenzamos a toparnos con libros hechos en casa, es decir, impresos y formados en diferentes tipos de procesadores de palabras. Es evidente que la interacción entre la televisión y la distribución y venta de textos está todavía en pañales.

Más asombroso todavía es el cambio en los periodos de atención hacia otro tipo de estímulos por parte de aquellas personas habituadas a leer en condiciones tradicionales. Recientes investigaciones sociológicas y psicológicas sugieren que un 85% de los adolescentes estadunidenses ya no puede concentrarse en la lectura de una hoja impresa si no tiene como fondo algún ruido electrónico. En otras palabras: los jóvenes leen con música de fondo o con la televisión prendida, a la que no miran directamente, sino que la mantienen apenasÊal margen de su percepción. Probablemente, la corteza cerebral humana cuenta con una capacidad limitada de recepción simultánea; es casi imposible imaginar todos los cambios introducidos por el capullo de ruido del que, cada vez en mayor medida, somos habitantes.

Parece ser que la poesía, la ficción y el ensayo filosófico de alto nivel serán editados no por las grandes empresas de publicación y distribución masiva, sino por imprentas pequeñas. Ya en Francia, en las afueras de París, unas 40 imprentas pequeñas han venido produciendo el tipo de textos cuidadosamente impresos y bien diseñados que solemos asociar con el hábito tradicional de lectura. En Bretaña, el catálogo de poesía y ficción más innovador es uno realizado de acuerdo con los lineamientos de una pequeña imprenta en Carcanet, bastante lejos de Londres. Pareciera que la antigua alianza entre las palabras del escritor y el arte de editar libros de calidad tiene frente a sí un futuro alentador.

En el caso de las publicaciones a gran escala, la sobrevivencia de obras de ficción o de ensayos críticos y filosóficos editados en pasta dura depende, necesariamente, de una revolución. Y aun ahora los límites son confusos: algunas imprentas universitarias (por ejemplo, la de la Universidad de Chicago) están publicando ficción de alto nivel. La moda de la suplantación, la proliferación de alianzas improbables entre la calidad tradicional y la basura remunerativa, tal y como ahora existen y afectan a la industria editorial, son apenas el síntoma de una mutación mayor.

No me sorprendería que aquello que venga después de los modelos clásicos de lectura se parezca al modelo monástico del cual surgieron esas mismas propuestas. A veces sueño con casas de lectura -una frase hebrea- donde aquellos ansiosos por leer adecuadamente encuentren la tutoría, el silencio y la complicidad necesarios para hacerse compañía de manera organizada. Nada de lo anterior tiene la intención de ser una elegía pesimista. El cambio es el mayor acicate de la realidad. Quizás, hasta ahora todo ha sido demasiado fácil paraÊlos amantes del libro. Cuenta la leyenda que Erasmo, de camino a casa en una noche oscura, vislumbró un pedacito de papel impreso en medio del fango. Se inclinó, lo tomó entre sus dedos y lo reflejó en contra de una luz cintilante, a la vez que emitía agradecido un grito de alegría. Era un milagro. Un retorno a esa noción de lo milagroso, ahora a la luz de un texto demandante, no estaría del todo mal.

Traducción: Fernanda Solórzano