Nos reúnen Lupo Hernández Rueda y Rafael Alburquerque en la bella ciudad de Santo Domingo, con un doble pretexto. El primero, asistir a la toma de posesión solemne de Lupo como presidente de la Academia Iberoamericana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social por el periodo 1998-2000. En segundo lugar, y por ahí se coló lo sabroso, para discutir el tema de la reforma de la seguridad social a partir de la experiencia iberoamericana.
En realidad convocan la Universidad Nacional, Pedro Henríquez Ureña, de Santo Domingo, y la Universidad Central del Este, de San Pedro de Macorí, cuna indiscutida de los mejores beisbolistas del mundo. Al menos eso dicen ellos y creo que no les falta razón.
Espléndida y cordialísima atención de todos pero en particular de Lupo, un excelente laboralista y poeta, con premios nacionales, y de Rafael Alburquerque, secretario de Estado y de Trabajo que está realizando una labor notable. Me dijo que hace unos días apareció por allí, con alguna responsabilidad importante, nuestra común amiga Norma Samaniego, de la que Rafael, con toda razón, se expresa en los términos más elogiosos. Y yo también, por supuesto.
De fuera éramos un puñadito de especialistas, todos académicos; Manuel Alonso Olea y Alfredo Montoya Melgar, de España; Antonio Vázquez Vialard, el número uno de Argentina; Francisco Walker E., de Chile, y Mario Pasco, del Perú. Faltaron a la cita Emilio Morgado, presidente anterior de la Academia, por un compromiso quirúrgico, afortunadamente de poca importancia y Pepe Dávalos, cuya ausencia no se explicó.
Las perspectivas iberoamericanas respecto de la seguridad social no son positivas. Hubo, como es natural, defensores de los cambios, particularmente Pasco y Walker, aunque Mario reconoció, en una violenta discusión conmigo (violenta pero cordialísima, como tantas anteriores), que lo que ha resultado de las reformas no es seguridad social sino un mecanismo de ahorro. En lo que diferimos fue en la calificación del nuevo proceso. Mario dijo que es excelente, mucho mejor que el antiguo y yo dije exactamente lo contrario.
Por mi rumbo crítico se manifestó también Vázquez Vialard, en tanto que Alfredo Montoya, el responsable del Departamento de Derecho del Trabajo de la Complutense, en Madrid, se mantuvo en una posición sin compromisos. Aunque afirmó que en España el sistema antiguo exige reformas de fondo. Alonso Olea, en conferencia magistral, tocó otros temas.
En la República Dominicana está en juego un proyecto de reforma que se inclina por una solución mixta, que acepta parcialmente la capitalización individual pero atenuada por una capitalización colectiva de primas por escala, lo que permitiría acumular reservas de las contribuciones de los asegurados y de los empleadores en un periodo inicial, con inversión de acuerdo a una Comisión de Clasificación de riesgos que podrá gestar un rendimiento adecuado. Se trata de un modelo que rescata el principio fundamental de la solidaridad.
Se pretende, con esa fórmula, preservar la técnica del seguro para la protección de los trabajadores más necesitados, o sea, con bajos salarios.
El proyecto ha quedado detenido por una fuerte presión empresarial. No es difícil apreciar algunas artimañas de nuestro conocido FMI, de tan ingrata memoria. Y no parece muy popular defender la vieja estructura. Pero Rafael, buen orador jurídico y político, no desaprovechó la oportunidad. Y en un final espectacular dijo que no le importa arruinar su carrera política si eso le permite defender la justicia social. ``Puede que sea muy alto el precio a pagar -dijo Rafael ante la expectación de todos nosotros-, pero estoy dispuesto a pagarlo por mi conciencia y mi nombre histórico como secretario de Estado de Trabajo''.
No faltó algún comentario mordaz: ``Rafaelito, lo que está haciendo es exactamente lo contrario: consolidando su nombre político''.
Es posible. Y no me extrañaría nada que Rafael sea de nuevo, en el futuro inmediato, candidato a la Presidencia de esa República. Y que gane.