Hay quienes, como Ignacio Ramonet, el director del prestigioso Le Monde Diplomatique, o el mismo subcomandante Marcos, creen que existe ya y domina a todos un nuevo gobierno mundial, formado por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio y piensan que la mundialización es sólo un cúmulo de desastres. Las cosas, sin embargo, son un poco más complicadas.
En primer lugar, el capital se realiza a nivel de los estados, no los puede eliminar y los utiliza, al mismo tiempo que los transforma. Los estados, por su parte, a la vez que hacen la política del capital financiero mundial, no pueden prescindir de las relaciones de fuerza locales, de la historia y la densidad de cultura y de tradiciones de cada pueblo, de los intereses de mediación, por más que los subordinen a aquélla. Por eso la política llamada neoliberal, o el ``pensamiento único'' sobre el cual habla Ramonet, no tienen los mismos efectos en Italia que en Argentina, aunque imperen en ambos países y sean reconocidos por los gobiernos de éstos. Además, en segundo lugar, el capitalismo es el sistema de muchos capitales contrapuestos y éstos se apoyan en sus estados. Hay, por lo tanto, contradicciones brutales entre Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, aunque formen la tríada que aplasta a todos los demás.
Ni en la época de Hilferding-Kautsky ni en la actual podrá existir un gobierno mundial de un superimperialismo, ese monstruo imposible que provoca pesadillas a muchos. Esto no quiere decir que los estados no hayan perdido a manos del capital financiero muchas de sus funciones tradicionales (entre otras cosas, la fijación de sus prioridades económicas y el control del precio de sus divisas) ni que una aplanadora ideológico-cultural no ataque a las identidades y culturas nacionales para homologarlas. Lo que quiero destacar es que no se puede dar como terminado y definitivo un proceso en acto que no ha triunfado y que, además, no sólo causa catástrofes sino que desbroza el camino y ofrece oportunidades para quien vea las contratendencias internas que el mismo proceso engendra y que dan base para construir una alternativa al mismo. Así como no existe en el seno de cada país un ``único bloque reaccionario'' entre todos los sectores capitalistas, la cultura de tipo capitalista, la Iglesia, las finanzas, aún menos lo hay a nivel mundial y al ``pensamiento único'' no se oponen sólo los revolucionarios o los marxistas, batiéndose en retirada, sino también otros sectores, religiosos o no, que condenan el intento de acabar con todos los humanismos sean éstos laicos o cristianos.
A nivel táctico, en lo militar y en lo político, lo esencial es aprovechar los puntos débiles y las contradicciones en el campo enemigo. A nivel estratégico, es fundamental ver las tendencias potenciales a la disgregación de las bases de éste. O, para usar un vocabulario más civil y civilizado y bajar a nuestra tierra cotidiana, conviene ver cómo se llenan las brechas que, abajo, deja el abandono por el Estado de sus funciones de bienestar social, cómo se expresa la resistencia de los trabajadores, cómo avanzan elementos de autorganización, de autogestión, de autodependencia, cómo se reconstruyen las identidades atacadas o surgen nuevas identidades más amplias (la identificación de los trabajadores del Mercosur, por ejemplo, por sobre los viejos chovinismos o la idea de una Europa de los pueblos por sobre la de los estados y del capital) y cómo se rompe la identificación entre los pueblos y sus estados con sus clases dominantes al mismo tiempo que el Estado rompe el pacto social que lo ligaba a su base y deja de defender la soberanía (que reside en el pueblo, pero que éste creía que se identificaba con aquél). En vez de temer y magnificar la sombra del monstruo inexistente sería conveniente prestar atención a lo que aún es apenas un germen, pero pronto podrá ser incluso un gigante.
Cuando Marx y Engels, hace 150 años, escribieron su famoso panfleto político aún no se había producido el terremoto que cambió la faz política de Europa y presentó en escena, por primera vez y con un papel de importancia, a un proletariado que, a escala europea y mundial, era muy pequeño, inmaduro y desorganizado y en el cual los comunistas eran sólo una ínfima minoría. La capacidad de pre-ver, de ver por anticipado las tendencias que se fortalecerán, debería ser la característica esencial de los pocos que tratan de entender la actual crisis, para actuar sobre ella y trabajar por una sociedad más justa.