Horacio Labastida
¿Triunfo de la locura política?

La locura es un concepto que tiene diversas significaciones porque puede representar distintas formas de la realidad. Recordemos algunas para precisar la que corresponde a una que por múltiples motivos es angustiante, cruel y terriblemente dolorosa, pues aparte de afectarnos a todos de un modo u otro, compromete peligrosamente a la nación que nos alienta y cobija: la locura política.

Hay sin duda una locura mística. ¿Cómo entender el muero porque no muero de Santa Teresa de Jesús si ante todo amamos profundamente la vida?, ¿acaso es fácil canjear vivir por morir simplemente así, exclamándolo, si no hay otros valores altos y eminentes que funden tan singular anhelo de renunciar a la vida? Y contra cualquier reproche, el poema de la Santa de Avila nos conlleva emocionalmente al conocimiento de la grandeza del acto místico del amor a Dios que nace en el corazón humano. Este anhelo de invitar al hombre a su propia redención, es el que condujo a Raymundo Lulio hasta las murallas de los argelinos para inducirlos a una conversión de su paganismo en cristianismo, locura santa que ahí mismo costó la vida al aún admirado autor mallorquino del Libro del Amigo y el Amado, cuyas palabras resuenan entre nosotros: ``Preguntaron al Amigo, ¿a dónde vas? Y respondió: Vengo de mi Amado. ¿De dónde vienes? Voy a mi Amado... ¿Qué tiempo estarás con tu Amado? Todo el tiempo que serán en él mis pensamientos''. Sšren Kierkegaard llamó salto al absurdo a la locura mística por cuanto la pasión y la cruz simbolizan el camino a Dios que ofrece la fe, sin importar los consejos y las limitaciones de la razón. No caben incertidumbres, independientemente del juicio que se haga sobre la locura mística, ésta es un modo de acercar al hombre a esperanzas y finalidades que están mucho más arriba de la existencia cotidiana.

Otra forma de locura es la que por desgracia se aloja en los hospitales psiquiátricos. A las veces las neuronas pierden su natural coordinación, hacen corto circuito las comunicaciones que las interrelacionan entre sí, y estalla trágicamente en la personalidad una insania que va desde la brutal ferocidad del criminal que desgarra a sus víctimas con saña subanimal --tal es el caso de los jovenzuelos que violaron y despedazaron a una compañera de estudios secundarios--, hasta la bomba del anarquista que busca resolver los problemas del mundo al arrancar la vida de víctimas inocentes. Aunque con poco éxito hasta nuestros días, los científicos buscan con instrumentos medicinales o psicológicos reubicar a los enfermos en su perdida salud. Se trata, ni hablar, de una locura biológica que entristece, degrada y suprime el ánimo demasiado humano que nos hace vivir con una enorme alegría.

Nadie podría suponer que la locura política se asemeje en algo a la biológica o a la mística. No, la locura política tiene que ver con el uso del poder público y los torcimientos que lo extrañan de las finalidades morales que le señala la sociedad. En un muy reciente libro de Luis Villoro, El poder y el valor. Fundamentos de una ética política, el distinguido filósofo se pregunta, ``¿cómo puede articularse el poder con el valor?'', quizá, responde, cumpliendo ``con el designio del amor: realizarse a sí mismo por la afirmación de lo otro'', y entonces el poder político aceptaría su destino ético creando las condiciones sociales para que el hombre al ensimismarse, se descubra miembro de la comunidad humana. Esto, pensamos, es la tarea esencial del poder; y por tanto, si no la acata ocurre la locura política. ¿Cómo entenderla?, como un desprendimiento del poder con relación a sus deberes morales; es decir, al negar al pueblo que lo creó y sustenta, negación que lo transforma en el totalitarismo de la verdad absoluta en que busca moldear a los demás a costa de sacrificar derechos y libertades. Es, en términos erasmianos, el cetro que se retiene para consumar la injusticia.

Digámoslo con simpleza: la locura política es el totalitarismo político, la tiranía con que una clase minoritaria impone sus intereses sobre el conjunto social, según las constancias históricas del nazifascismo, el estalinismo, los gorilatos sudamericanos y los presidencialismos autoritarios que florecen en nuestro tiempo. Terminemos acudiendo a casos concretos. El gobierno americano pretende arrasar al pueblo iraquí porque supone que Hussein fabrica armas biológicas de destrucción masiva, cuando precisamente el gobierno americano es el que las tiene en cantidad suficiente para hacer añicos al planeta. ¿No es esto una locura política?, y ¿no lo es también querer sujetar el conflicto chiapaneco a criterios ajenos a la voluntad de los pueblos indios? ¿No estamos en consecuencia en la ruta del triunfo de la locura política?