Fenomeno irrepetible!
35
años sin el Bárbaro del ritmo
Ernesto Márquez Ť Ayer, como cada 19 de febrero, en Cuba y otros tantos países de América Latina donde se le adora, muchos abrieron una botella de ron y derramaron las primeras gotas diciendo: ``Para el Benny''.
Resulta que en esta fecha falleció este sonero a quien su público bautizara como el Bárbaro del Ritmo.
Lajero el Benny, cubano el Benny, caribeño el Benny, latinoamericano el Benny, no hace falta el calificativo de universal, ya que todos los pueblos del mundo reconocen sus valores.
Benny Moré fue un fenómeno irrepetible en la música caribeña, alguien que estableció la imposible escuela del virtuosismo casi total, y que sin proponérselo dio clases magistrales con sus composiciones y, sobre todo, con su voz.
Ciertamente, la conmemoración de ayer fue una buena excusa para
recordarlo, oirlo, comentar sus cosas y aportar nuevos datos sobre su
persona.
Oriundo de Santa Isabel de las Lajas, oriente de Cuba, este cantor surge en la etapa en que se empiezan a gestar muchos de los más populares ritmos cubanos y todos sabemos que de las grandes músicas devienen grandes artistas.
De ascendencia congo-carabalí, su estilo inauguró una forma de cantar desconocida aún mucho antes de que la música pop exigiera explotar frases y gritos fundidos con el baile y los movimientos escénicos. Su voz inigualable recorrió todo el registro vocal, tonalidades y tiempos; se doblaba en frases y gritos, acompañados de pasos bailables, creando una atmósfera envolvente. Pasaba de la interpretación de un bolero a un guaguancó, casi sin transición, logrando en ambos calidad insuperable. Producía su voz al modo de los instrumentos en boga. Cantaba como saxo -al igual que sara Vaughan pero a lo cubano-, improvisaba con su voz vibrante en el registro agudo, como trompeta, y en el grave, como trombón, apareciendo como un instrumento más en su orquesta La Tribu, misma que fundó al estilo de las grandes bandas de jazz. El mismo llegó a confesar su gran admiración por Benny Goodman y esto explica su nombre artístico, ya que el de pila era Bartolomé Maximiliano Moré Benítez.
Además, en aquella época los músicos preferían las grandes orquestas. No hay que olvidar que el sello característico de los años 40 fueron sin duda las grandes orquestaciones del tipo jazzband.
Había que verle dirigir a ese colectivo de músicos gozones, con
inteligencia y un don especial que le permitía buscar los acordes
deseados y orquestar, sin saber nada de música escrita; tenía una
técnica: su técnica. Era un don natural que le ayudaba, sin embargo, a
comunicarse con sus músicos y salvar algunas composiciones
improvisando con la voz, dictando líneas que eran transcritas de
inmediato por sus arreglistas o cambiando toda una orquestación que no
era de su agrado. Tenía cosas geniales, por ejemplo, se paraba ante la
orquesta y decía: ``Que se ogia, pero que no se oiga''. O cuando
disparaba aquel famoso ``¡A gozáaaa!'' que era para arengar y
enardecer.
¡Ey, el Benny!...¡Aquí, mi sangre!
Con su querida y famosa Tribu realizó giras por todo el territorio cubano, se presentó en teatros, plazas y locales específicos de baile, así como en programas radiofónicos y televisivos. Poco después viajó por Centro y Surámerica hasta llegar a Estados Unidos, donde participó en la premiación del Oscar en 1954.
La popularidad de Benny se extendió más alla del público de habla hispana, generando en tres continentes un enjambre de admiradores que en muchas ocasiones se quedaron con las ganas de conocerlo en directo, ya que al cantante no le gustaba viajar en avión y eso imposibilitaba sus presentaciones en el extranjero.
Benny Moré rompió con ese refrán que dice que nadie es profeta en su tierra. En Cuba es más que un profeta, es la conciencia musical. En los bares habaneros se recuerdan a menudo aquellas declaraciones del Benny a la prensa, cuando un periodista le preguntó si pensaba irse del país como muchos lo habían hecho al triunfo de la Revolución.
``No mi hermano -respondió el artista- si a mí lo que más me gusta son las cosas que están pasando en mi Cubita. Además, es muy saludable para mí ir por las calles de La Habana y que la gente me diga: !Ey, el Benny¡ Y entonces yo responderles !Aquí, mi sangre¡.
Benny siempre quizo estar en Cuba. Lo repetía hasta el cansancio en cada país, en cada entrevista, en cada presentación... Y es que él era Cuba misma. No importaba todo lo que se le ofreciera por abandonar su isla. El era más feliz en Santiago, La Habana o Las Lajas, que en alguna cosmpolita ciudad del exterior. Sus cantos de unidad, su socarronería, su altivez, su gloria siempre tenían como referencia a Cuba, y no valió de nada el grito quejumbroso y metálico de los que querían verlo fuera.
Los interesados han dicho que el Benny no se fue de Cuba porque lo vigilaban. Y solamente ellos creen ese cuento, porque nadie que sepa de la historia de Benny Moré puede ignorar las ocasiones que tuvo para hacerse millonario y ``estable'' en el país que escogiera. Pero no. Y es que hay hombres que valen más que las monedas o las glorias más caras, porque son la gloria misma.
Benny hizo lo que sintió y no lo que le convenía. Fue fiel a su país, a su público, a su orquesta y a su voz. El fue un acto de amor a quien amor daba. El Benny fue envejeciendo físicamente, mientras que su voz, asombrosamente, se mantuvo fresca y joven, de una manera única. No cabe duda, un fenómeno insólito que aparece muy pocas veces en un siglo y en momentos muy específicos.
Víctima de cirrosis hepática, enfermedad que padecía desde niño,
falleció el 19 de febrero de 1963 en un hospital de La Habana.
El día que lo fueron a enterrar a su Santa Isabel de las Lajas querida, la caravana fúnebre se retrasó porque al paso de cada pequeño pueblo se le rendían homenajes póstumos. Cuando los carros se iban acercando a su pueblo natal comenzó a verse un enorme resplandor de fuego. Uno de los que iban en el carro de la prensa comentó: parece que hay un incendio en Santa Isabel. Pero un hermano de Benny que estaba cerca dijo. ``No compadre, eso es el pueblo esperando al Benny''.
Minutos más tarde quedaba comprobada la afirmación. A la entrada de Santa Isabel de las Lajas el pueblo entero esperaba a su ídolo con antorchas encendidas y flores blancas.
Han pasado 35 años de su deceso y el Benny, al igual que Gardel, cada día canta mejor. Sus grabaciones se siguen escuchando en muchos países de Latinoamérica y hasta la fecha no ha habido quien iguale su voz tan singular. ¿Qué es lo que permite su vigencia? ¿Qué es lo que la hace tan especial? Sólo los grandes genios de la música logran ser artistas de todos los tiempos pero ni aún ellos saben el secreto de su presencia irrepetible.
Sí, muchos han querido imitarle, han querido igualar su voz y su carisma, pero nadie lo ha logrado. Y es que, como dijo el poeta, Benny Moré incendió todos los caminos del mundo para que nadie le siguiera.
Pablo Espinosa Ť La discografía del (Qué) Bárbaro del Ritmo es impresionante: hace 43 años documentó una maravilla: Conjunto Matamoros con Benny Moré (en México existe bajo el sello Tumbao, 1992); a mediados de siglo regaló al mundo Benny Moré con Pérez Prado (también en Tumbao, 1992); hay un disco cubano estupendo: El Bárbaro del Ritmo (Egrem, 1989); una edición remasterizada y con bastante información escrita salió en México en 1992: Y hoy como ayer (BMG); también cubano vale mucho el Benny Moré en vivo (1994, incluye un dúo con Joseíto Fernández en Guantanamera y también en la isla nacieron salieron hace 9 años Paren que llegó el Bárbaro y Así es Benny (quélevamoacé) pero si las joyas discográficas abundan, las rarezas, los tesoros de fanáticos clavados, nada mejor en este caso que las recopilaciones, entre ellas una de las mejores es Semilla de son (BMG, 1992). Como no hay pierde con Benny, hay uno de esos acoplados que se consigue por doquier (no es el caso andar pasando las de Caín) y a lo seguro: 15 Exitos de Benny Moré (RCA/BMG, 1988, con todo y errata: Beny Moré) donde si bien no están todos los clásicos se incluye un recorrido fenomenal en 47 minutos que inician con un sonido de orquesta arrasador (la de Rafael de Paz, que no es juez), trompetas en pedal y enmedio de tal maremagnum el grito tipludo, inconfundible: ``¡sabroso!: ¡pero qué bonito y sabroso/ bailan el mambo las mexicanas!'' mientras el sexo de los saxos se despliega en un remolino de serpientes emplumadas. Un calderón en la zona más oscura de un navío llamado piano da luego pie a los requiebros de caderas y de pies. Las 15 maravillas de este recopilatorio incluye varias colaboraciones legendarias, en especial con su majestad Dámaso Pérez Prado cuya cara de foca grita con el tipludito su inconfudible pugido que desencadena nuevamente los sexos de los saxos, el sublime cachondeo de una de las músicas más eróticas de este siglo: la música orquestal de Pérez Prado que acaricia y rasca y rebasa lo sublime. Silvestre Méndez, boleritos boleros bolerazos, los fregoncísimos pregones de don Benny, sus morénicos grititos morenazos, su canto en oscilación entre el scat y una bemba resoplando a pleno sol (en clave de Sol, con palmera y bemba colorá), los pies mojados por la sal revuelta con arena al pie del mar. Dúos con Tony Camargo, con el muy agradecido Samurai don Píter Vargas, piezas antológicas de autores clásicos, para culminar con la calderoniana La vida es un sueño de don Arsenio Rodríguez, luego de las siguarayas, la anabacoa metida hasta la tocineta, el mambear de una bemba inigualable, apoteósica, barbarísima y soleá: qué bárbara la bemba canora del señorísimo don Benny Moré, que cada día bembea mejor.
Osvaldo Navarro Ť La imagen de su rostro se me confunde en la memoria con la de tantos morenos que asistían al baile, pero yo nunca dejaré de afirmar que aquella alegre tarde, cuando se celebraba un día del lajero, conocí a Benny Moré. De lo contrario, tendría que admitir la pérdida -irreparable, si reconocemos que también de nostalgia se vive- de uno de los recuerdos infantiles que más me estimulan y enorgullecen.
Fue en un local, que aún existe, situado en una esquina de la calle central del pueblo, donde radicaba lo que entonces -con el eufemismo de llamar de color a los negros- se denominaba la Sociedad de Color de Santa Isabel de las Lajas, la tierra natal del Benny y, de algún modo, la mía también.
En mi familia paterna existía por el Beny un culto casi irracional,
aún desde la época cuando él no era todo lo famoso que llegó a ser
después, ni se había convertido en un mito de la música cubana y
latinoamericana. Mi abuelo hablaba de sus antepasados como de algo
cercano, ya que, según decía, los había conocido en los tiempos cuando
trabajaba como carretero en el ingenio Santísima Trinidad -cerca del
cual nació este cronista-, donde ellos habían sido esclavos.
Pero eran mis tíos quienes solían referirse a él como a alguien muy querido. Como ellos eran músicos soneros, buenos improvisadores de décimas algunos y cantadores de punto todos, habían formado un septeto, muchos de cuyos instrumentos habían sido fabricados por sus propias manos. Recuerdo muy bien, porque llegué a tocarla, que la tumbadora estaba hecha con el tronco de una mata de aguacate ahuecado a base de fuego. Los restantes instrumentos eran -también llegué a conocerlo-: guitarra, tres, marímbula, bongoes, claves, maracas y cencerro.
Así, en los años de su primera juventud, mis tíos recorrían las comarcas del campo lajero amenizando guateques, serenatas y parrandas. Su orgullo estaba dado en que, en muchas ocasiones, como un negro más que improvisaba décimas y cantaba sones, el gran Benny Moré, que entonces se llamaba Bartolo, fue acompañado por ellos.
Por eso, aquel día cuando mi padre, que había sido el tresero de aquel anónimo septeto, se enteró de que Benny cantaría en Las Lajas, hizo que mi madre vistiera con la mejor ropita a mi hermano menor y a mí y, haciendo dejación de su inseparable yegua alazana, nos subió al tren de las diez y nos llevó a que viéramos, aunque fuera de lejos, al hombre cuya voz inmortal alguna vez se había fundido con los acordes de su triste y desvencijado tres.
Los zapatos, como casi siempre, me apretaban, porque yo estaba acostumbrado a andar descalzo y los pies crecían y los zapatos no. Por eso, apenas me podía parar en la punta de los pies, para ver, entre el enardecido tumulto de bailadores, a aquel ser, que después supe irrepetible y tal vez insuperable, por el cual mi padre me había llevado hasta allí.
Pude no haberlo visto o no verlo bien, y la imagen que conservo de ese día la obtuve después de sus muchas fotos y de las pocas cintas fílmicas donde siempre lo observo con emocionada devoción.
No he sido un estudioso de su vida, aunque me gustaría serlo, pero creo que soy, de mis contemporáneos -lo digo sin el menor asombro de vanidad, porque carezco de razones para ello-, uno de los que mejor pueden saber de dónde biene Benny Moré: viene de la humildad del guajiro cubano, de un profundo arraigo en la tierra y de un gran amor por nuestra cultura; viene de ``las bellezas del físico mundo y los horrores del mundo moral'', viene de la nostalgia por una alegría que parece no haber sido real y viene de una irreparable tristeza.