La Jornada viernes 20 de febrero de 1998

Fernando Benítez
Corrupción

En la célebre entrevista que hizo Cristina Pacheco a las antaño llamadas ``rameras'' y ahora sexoservidoras del centro de la capital, se desprende un drama muy doloroso. Estas mujeres han buscado trabajo inútilmente y como no lo consiguen, para mantenerse --ellas y a sus hijos-- recurren a lo único que tienen: su cuerpo.

Manuel Buendía me dijo una vez: ese oficio es el más viejo del mundo. En los tiempos más antiguos las prostitutas hacían una enramada junto a las murallas de las ciudades y por ello se les llamaba ``rameras''. Buendía añadió: ``Yo creo que también hubo periodistas entonces, porque sin ellos no sabríamos nada de las rameras''.

Ellas son trabajadoras legales, tienen permiso de la Secretaría de Salud y se hacen examinar cada mes por médicos especializados.

--¿Corren peligro? --les preguntó Cristina.

--No mucho --respondieron--, sabemos cuidarnos y defendernos.

Una noche, acompañado de un diputado amigo mío, visité sus terrenos. Vi a una pobre india que a la puerta de un hotelucho esperaba clientes con su canasta en el suelo; en esa canasta residía todo su patrimonio.

Pero hay algo peor que el drama de las prostitutas: el de los niños de la calle, que muertos de frío buscan un poco de calor. En racimos se refugian en las coladeras o se reúnen frente al Banco de México, donde se imprimen los billetes; a través de rejillas les llega el ansiado calor. Estos niños, cuando caen en manos de hombres siniestros, son entregados desnudos para ser violados. Es urgente que el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas acabe con estos horrores.

La corrupción prolifera en todas partes. En la Cámara de Diputados, la jefa de las edecanes promovía la prostitución entre sus subordinadas y los legisladores, y ahora está sometida a investigación. Ya es hora de terminar con tanta infamia.