Christopher Ormsby*
Las tendencias sexuales del cerebro

Por más que la ciencia moderna trate de mantenerse objetiva y apartada de las controversias sociales, invariablemente se topa de frente con prejuicios. Uno de los campos de estudio donde esto se ve más claramente es en la posibilidad de que la homosexualidad tenga un origen biológico.

Desde hace décadas, los científicos se han interesado en encontrar si la homosexualidad es producto de las experiencias personales y, por lo tanto, una elección o un estilo de vida o si, por el contrario, es resultado de una determinante biológica, ya sea hormonal o por diferencias en el cerebro.

Recientemente el tema adquirió popularidad, debido a estudios publicados en prestigiosas revistas y que apuntan a la segunda opción. En este caso, el investigador francés Simon Le Vay analizó los cerebros de hombres homosexuales y encontró que tenían un grupo de células más grande que los heterosexuales, justamente en una región del cerebro que se sabe es más grande en mujeres que en varones, y que además es una región que controla algunas hormonas sexuales. Obviamente, esas publicaciones fueron seguidas de otras tantas que insistían en que las pruebas científicas al respecto no son concluyentes, y que las tendencias sexuales son una mera elección personal.

Cada vez que a alguien se le ocurre mencionar la posibilidad del origen biológico de la homosexualidad -por alguna razón inexplicable, despertada por estudios centrados en la inmensa mayoría de los casos en la homosexualidad masculina- se repite la pelea.

Los estudios mencionados son la evidencia más reciente de que aspectos biológicos de hombres homosexuales tienen similitudes con los de las mujeres, pero de ninguna manera es la primera ni la única. En años pasados se encontró que los hombres homosexuales responden mejor a hormonas típicamente femeninas, presentan al igual que las mujeres una mayor simetría entre ambos lados del cerebro y, efectivamente, batean mejor de zurda, al igual que ellas. En cada uno de esos casos, la publicación de los resultados fue seguida por refutaciones con críticas tanto al método como a un probable prejuicio por parte de los investigadores para obtener esos resultados.

Curiosamente, en ambos lados de la discusión se puede encontrar defensores de la idea de que la homosexualidad es una característica respetable y compatible con la vida social, o gente que la considera una conducta aberrante que de ser posible habría que erradicar. Si es producto de las experiencias personales y el aprendizaje, por un lado se puede decir que es una elección de vida que se debe respetar por no afectar a nadie; por el otro, se puede decir que es una elección dañina, similar a las personas que deciden ser criminales. Si es un producto de la biología, se puede decir entonces que es natural el desarrollo de preferencias sexuales de todo tipo, o la visión contraria de que es una malformación y puede ser curada con tratamiento médico.

En la década de los 70, inclusive a algunos doctores se les ocurrió que destruyendo una parte del cerebro mediante una cirugía se podría controlar a las hormonas sexuales y así curar la homosexualidad. Lo único que lograron fue disminuir la actividad sexual general. Además, el mermado impulso sexual que mantuvieron los pacientes seguía siendo homosexual. En ese sentido el curar la homosexualidad se vuelve tanto como curar el sexo que nos tocó, por lo que hoy en día no se practica ningún tipo de operaciones con ese propósito.

Pareciera ser que mientras más se estudia al cerebro para encontrar una explicación a las tendencias sexuales, más se encuentra lo que parece que los investigadores quieren encontrar, en un sentido o en el contrario. Es probable que sigamos viendo por muchos años esas discusiones en la literatura científica, sin que ningún bando pruebe contundentemente que tiene la razón. Me parece que será la sociedad, de donde finalmente salen los prejuicios de los investigadores, la que primero tomará una actitud más unificada hacia la homosexualidad y, por lo tanto, permitirá que se estudie objetivamente. Este parece ser un caso en el que, para comprender un fenómeno, la ciencia espera que la sociedad investigue, y no viceversa, como se podría suponer.

* Investigador del Departamento de Neurociencias, Instituto de Fisiología Celular, UNAM