José Cueli
Cuando hay toros no hay toreros...

El limpio cielo azul invernal mexicano dejó al sol dorar los brillos del ruedo y en él las negras pieles de los toros de Santa Fé del Campo. La plaza semivacía, pero, llena de algaraza, ruido y cabales, contemplaba las miradas perdidas en el espacio de los toros que sin exageraciones ¡eran toros! la hebra de sol en medio del viento desgarrado se hacia polvo de suaves plumas imantadas a los morrillos de los toros que desbordaron por falta de plan y arquitectura a los toreros de la trigonometría de pirámide azteca de la plaza.

La transparencia de los toros, disparejos en presentación --más grandes y enmorrillados los primeros-- débiles y sin cormanentas agresivas eran canto de guitarra melancólica ranchera en busca de capotes y muletas que se durmieran a su paso, expresaron el sentimiento, y nunca llegaron. Las notas de la madera gemían penas de esplendor de llama en el fondo oscuro del redondel que espera y desespera por un torero mexicano del lánguido desmadejamiento en su torear como gusta a la afición mexicana.

La hebra de sol se enhebraba en el ojo de la aguja de los pitones de los toros para volverse hoguera incendiaria, sonata caliente que se mecía a la embestida a los caballos en donde fueron masacrados impunemente sin que se enteraran los toreros ni el juez. Los toros salían con la sangre hasta las pezuñas y dibujaban las silueta de su negrura roja como líneas de oro que se reflejaban en las barreras y la curva del coso.

Con los toreros sin estructura la mente se regresaba a las verónicas de Joselito --el domingo pasado-- amasadas con barro gentil en la moderna concepción del toreo que descubrió Enrique Ponce. Toreo que a falta de toros con casta es danza torera que traspasa los umbrales de los desconocido al abrir los fluidos de los latidos subterráneos por los espacios sin límites. Toreo al que pocos en la actualidad le penetran su misterio, máxime cuando los toros piden a gritos esta danza torera como la tarde de ayer.

Toreo al que pese a su valor y dominio aún no llega Manuel Caballero. Razón por la cual suplió con la tozudez de su carácter albaceteño esa finura que esperaba el público de la México. De todos modos ante la desgana de los toreros mexicanos salió triunfador.

Y si bien Manuel Caballero se la jugó alegremente José María Luévano y Fernando Ochoa desperdiciaron toros que se prestaban al lucimiento, sobre todo aquel que defraudó a los cabales al desaparecer de su actuación la vibración, dinamismo y torbellino que exhibió el año pasado frente a Enrique Ponce. Desganado y como ido barrió el ruedo de la plaza a trapazos.

De todos modos brilló la plaza torera acompañada de su amante el sol con la aparición de toros en el ruedo. Toreaba el sol a los toros a falta de toreros, muy lento y voluptuoso se estremecía al caminar desde la sombra al sol. El sol se llevaba luego a la plaza de la cintura y ritmando la danza torera se perdieron en el espacio...