Héctor Zenil Chávez
Autorretrato

Soy un ser humano catalogado así por mis semejantes, es decir, mi especie se autonombró homo sapiens o humanidad en su conjunto. Soy un individuo capaz de inteligir y amar, lo cual me hace diferente a las demás especies que viven sobre mi planeta; las restantes especies las utilizamos para sobrevivir, es lo que comemos.

Vivo en una gran roca, llena de agua, se ve azulácea a lo lejos; en realidad no me consta, pero así se ve en los aparatos que construimos hace unos 50 años llamados televisores. Parece una esfera perfecta, pero es tan imperfecta como la especie más abundante que vive sobre ella y que ha logrado modificar su ambiente y entorno en los últimos años dramáticamente.

Es una roca cerca de una estrella, ubicada dentro de un grupo numeroso de estrellas, una galaxia llamada Vía Láctea -parece un camino de leche. Hemos descubierto que hay millones de otras galaxias y que somos producto de la explosión de otra estrella; nuestros elementos químicos sólo pudieron surgir de un acontecimiento tal. Es por eso que, consciente de todo ello, he escrito esto, con la gran ilusión de algún día reunirnos con otros seres y poder decirles cómo somos.

El problema principal de mi especie ha sido, y es, conocer cómo conciliar esas dos propiedades que nos caracterizan: el raciocinio y la espiritualidad; ha sido curioso, pero parecieran dos palabras antónimas y un raciocinio sentimental se oiría sarcástico. Sin embargo, siempre han sido parte de nosotros, a veces una de ellas más cohibida que la otra, o se manifiestan en momentos diferentes.

El 95 por ciento de la humanidad cree en un ser supremo, y el otro 5 por ciento tiene suficientes argumentos para desconocer esa creencia, pero le es imposible convencer al resto; ese 5 por ciento ha sido partícipe, en su mayoría, de los grandes logros de la humanidad, catalogados así por convención general entre todos los habitantes del planeta, logros que nos permiten llamarle pequeña roca a nuestro mundo.

Nos autoimplantamos una selección artificial que nos es dictada desde que nace un nuevo individuo de nuestra raza, sustituye a la selección natural que nos regía no hace mucho tiempo; en muchos casos muy poco tiene que ver con inteligencia, preparación o con el real paradigma humano.

Nuestra especie se concentra en grandes zonas de población llamadas ciudades, en las que cada individuo cumple una función social. Esos individuos han sido clasificados como zonas de comercio, y su valor está determinado por su potencial de consumo. Las zonas de territorio se agrupan en países, existen decenas y son catalogados de tres diferentes formas: desarrollados, en vías de desarrollo y tercermundistas. Los desarrollados explotan a los que no lo son y se creen dueños y portadores del conocimiento humano, la justicia y la verdad.

El carácter más humano que se ha logrado conservar se encuentra en centros de investigación llamados institutos, donde se estudia lo realizado por otros seres de nuestra especie y se desarrollan nuevas ideas, alimento intelectual del hombre. A esto se le denomina ciencia, y las entidades que se encargan de difundir esas ideas son llamadas escuelas y universidades.

La mayoría de las especies de este planeta se agrupan en su forma más elemental en pares de individuos de sexos opuestos. En nuestra especie, a esta unión se le llama familia; gracias a ello se reproduce, pero lo más importante es la implicación sentimental, una dependencia natural, que en el humano le otorga seguridad, placer, deseo y el sentimiento de entregar lo mejor de él al otro humano que lo complementará durante el resto de su vida. Esa unión es la estructura principal de nuestra especie, gracias a ella existimos todos; a su causa se le denomina amor, y no es más que una entremezcla de intereses y tal vez un sentido místico-antropológico-genético.

La especie se agrupa también en conjuntos sociales, con otros individuos con los que se comparten similitudes y es agradable interactuar. A ello se le denomina amistad, y es parte también central del individuo.

El humano también se autorreproduce artificialmente, crea máquinas parecidas a él que le dan otros recursos y le permiten desarrollarse en otras áreas; para ello se requiere el conocimiento de los institutos, y su aplicación se llama tecnología. El humano no es antropológicamente violento, pero se convierte al ver perjudicados sus intereses, sean éstos su propia familia o materiales.

Cada individuo realiza un trabajo y por él recibe material que intercambia por lo que necesita o cree necesitar; generalmente comida, un lugar para vivir, para transportarse de un lugar a otro o simplemente divertirse; esto último es el placer de hacer lo no indispensable y fuera de rutina o que le provoca placer. Al material de intercambio se le denomina dinero, y es la célula principal de la sociedad mundial; a causa de éste se puede obtener la manera de vivir bien, y por su falta la forma de no vivir bien.

Nuestra especie es capaz de matarse a sí misma, autodestruirse con artefactos que la tecnología le permite utilizar, o simplemente con sus propias manos, usando utensilios o sin ellos. El humano no tiene depredador natural, mas que él mismo. Nos encontramos en una fase denominada adolescencia tecnológica y posiblemente la más peligrosa de superar porque somos capaces de destruirnos por completo; ese poder lo tienen los países desarrollados.

Hemos logrado prolongar la vida de nuestra especie al doble en el último siglo -notorio en países desarrollados o en vías de desarrollo- debido a las comodidades que nos ofrece la tecnología.

Gran parte de la población mundial, explotada por los países desarrollados, no cuenta ni con las mínimas condiciones necesarias para sobrevivir y mueren. Esta sería la selección artificial más drástica que el humano ha impuesto; en realidad podría confundirse entre si es realmente artificial o natural, o ambas.

El humano ha desarrollado algo que denomina matemáticas, y que le permite conocer su entorno con un lenguaje más claro y moldeable; parece que encontró un sentido mágico, algo fascinante, pues en ellas se basa casi todo el conocimiento humano y es posible entender casi todo. Lo que no, se llama humanidades -tan conscientes estamos de nuestra indescifrabilidad-, pero las matemáticas cada vez abarcan más áreas del conocimiento, como un cáncer que se propaga por todas partes. Si Dios existe, seguro es matemático.