Astillero Ť Julio Hernández López
Como históricamente ha sucedido, es ante periodistas extranjeros con quienes los presidentes mexicanos mejor responden y más abiertamente se manifiestan. Una nueva comprobación de tal aserto se ha dado la semana recién pasada con la entrevista que el presidente Ernesto Zedillo dio a The New York Times y que fue publicada el jueves 12.
De lo dicho por el mandatario mexicano destacan, a juicio de esta columna, dos temas: Chiapas y el PRI.
Confesionario neoyorquino
Llevado en siete ocasiones por Sam Dillon y Julia Preston, reporteros del NYT, al tema Chiapas, el presidente Zedillo les mostró con bastante soltura la arquitectura mental con la que ha abordado y sigue abordando el conflicto del sureste mexicano. Cuando menos un experto en el asunto chiapaneco comentó a Astillero que las palabras presidenciales dichas al NYT son las más explícitas hasta ahora respecto a los resortes y mecanismos internos que generan las decisiones gubernamentales respecto a Chiapas.
(El texto íntegro de esa parte de la entrevista fue reproducido por La Jornada el viernes 13, en un profesional esfuerzo de este diario por no reproducir tan sólo la versión del NYT --que fue simplificada en algunos aspectos, y quedó carente de los matices que para el público estadunidense pueden parecer menores pero para el mexicano son fundamentales--, sino ofrecer el texto completo tal cual, sin ediciones.)
De la lectura integral de la parte de la entrevista relativa a Chiapas, queda la clara sensación de que el Presidente mexicano está convencido de que debe mantener un encimamiento militar sobre los zapatistas (la presencia de las instituciones del gobierno federal, dice el Presidente para no mencionar por su nombre a las fuerzas castrenses) que, aun cuando se abstenga (presumiblemente) de actuar con violencia, sí sirva para prevenir la comisión de nuevas matanzas, sostener el poder institucional federal y llevar a los rebeldes a una disposición al arreglo por cansancio.
El encimamiento militar provendría tanto de la necesidad de consolidar la autoridad en las zonas zapatistas, evitando va-cíos o suavidades que luego son aprove- chadas por quienes creen que con la violencia abonan las condiciones favorables a su causa insurrecta, como de la convicción de que los zapatistas no quieren de verdad, sinceramente, ni la paz ni las fórmulas de solución hasta ahora ensayadas.
Las confesiones del presidente Zedillo son altamente importantes porque de un golpe revelan las causas del entrampamiento que se ha dado en el caso Chiapas y, además, muestran una visión estratégica fundada en un doble discurso: por un lado, los ofrecimientos públicos de buena voluntad para restablecer las negociaciones, más las declaraciones periodísticas y discursivas de disposición al diálogo y al cumplimiento de los compromisos contraídos; por otro lado, la firme convicción de que la contraparte no quiere arreglar nada y que, por ello, son necesarias ``otras acciones'' de fuerza pero sin violencia.
En pocas palabras, de lo que se trata es de dar largas, de ganar tiempo, de apostarle a que el cansancio obligue a la rendición o a la negociación desesperada (por más que el correo gubernamental para el asunto Chiapas, Emilio Rabasa Gamboa, diga o pretenda decir lo contrario).
Mientras tanto: presencia militar, retenes, hostigamiento, vigilancia extrema, control absoluto, asfixia, pero sin violencia. (O, al menos, con la esperanza de que no haya violencia, esperanza hasta ahora desmentida trágicamente en los hechos, porque, a quién o a qué habrá que cargarle la cuenta de los muchos muertos, heridos, violadas y agraviados, ¿al que espera la victoria por cansancio, o a los que tienen por victoria no cansarse?)
Optimismo presidencial respecto al PRI
De la misma entrevista con el NYT se omitieron en el texto publicado algunas referencias presidenciales al tema del PRI que conviene dar a conocer ahora. De ellas destacan las siguientes:
--Yo digo que la transición (del sistema político mexicano) comenzó en 1968.
--Para algunos, la agenda política es vencer al PRI, borrar al PRI, y dicen que el Presidente debe encabezar tal proceso. Eso es una estupidez.
--El Presidente no es un rehén de lo que algunos llaman la reforma del Estado mexicano.
--Por fortuna, el país no está atrapado en ninguna crisis política.
--Nuestro sistema político ni era tan cerrado ni tan autoritario como muchos quieren describirlo hoy (...). México no era el régimen autoritario que ahora algunos intelectuales gustan usar como una fórmula rápida para describir a nuestro país. De la misma manera, no es inescapable y definitivamente no es cierto que se verá un derrumbe dramático en México. Lo que ustedes están viendo y lo que está ocurriendo es una evolución gradual y progresiva.
--Yo no creo que mi partido se encuentre en estado de desconcierto.
--No creo que el PRI esté en un estado de decadencia.
--Que no se afirme que el PRI está muerto. Tiene una amplia base social y continuará desempeñando un papel muy importante en esta nueva etapa de nuestra vida política.
--Creo que se ha confundido una actitud más respetuosa de mi parte hacia mi partido, con una situación de indiferencia, y esto no es verdad.
--Esperamos tener una asamblea general del partido en algún momento de este año. Creo que entonces el partido definirá de una manera transparente cómo elegirán a su candidato, y yo estaré de acuerdo con ese procedimiento, y dentro de mis limitados poderes en el partido, veré que se cumpla de manera cabal con ese procedimiento.
--Este proceso de cambios políticos de México es irreversible. Nadie lo va a detener. Incluso no creo que haya alguien interesado en detener este proceso de evolución política. Nadie tiene la capacidad propia para pensar que este proceso puede ser detenido. Así que no estoy preocupado por este aspecto político.
¿Nadie con capacidad propia para frenar la evolución política?
(Encarrerado como estaba el columnista en la alegre transcripción de las palabras presidenciales pronunciadas en entrevista el mismo día que el subcandidato poblano emitía su declaración de guerra en las montañas del Club Libanés, debe suspender su faena para atender el revire de Mariano Palacios Alcocer contra Manuel Bartlett.
(Las formas, los escenarios, los lugares, los símbolos, esos referentes de la sagacidad política priísta hoy han pasado al cuarto de los trebejos, de tal manera que Palacios Alcocer ha podido escoger como foro para defender a su partido, y elogiar sus méritos, la dinosáurica reunión de acarreados en la que fueron estrellas ni más ni menos que Maximiliano Silerio Esparza, el líder campesino castigado por la vida al volverlo ranchero supermillonario, y Angel Sergio Guerrero Mier, el hombre al que el sistema le debe tanto que le ha pagado con la candidatura a gobernador de Durango.
(En esa reunión regida por el signo de los alacranes, el dirigente formal del priísmo nacional ha acusado a Bartlett --sin nombrarlo, desde luego-- de caudillista, anarquista, apartidista y cualquier tipo de clasificación presuntamente dañina para el nuevo mesías tricolor al que de inmediato, dicho sea de paso, han hecho objeto de adoración los tres gobernadores vagos: Malhechor Cervera, Gastar Madrazo y Va a asaltar Villanueva.
(Y frente a esos datos, más los que se acumulen en esta semana, resulta interesante releer las palabras presidenciales, sobre todo aquéllas con las que se expresa la confianza de que no hay nadie que quiera entorpecer la evolución política mexicana.
(En fin...)