Francisco Vidargas
Vicisitudes de Felipe II

Desde luego no nos referimos al monarca español, constructor del espléndido monasterio de El Escorial, sino al órgano tubular que lleva su nombre y que se localiza en la catedral de Puebla. Al respecto, en días pasados El Nacional dio cabida a una epistolar discusión entre los fundadores de Organos Históricos de México (OHM), asociación encargada desde 1995 de los trabajos de restauración de ese instrumento musical.

La polémica inició con la denuncia hecha por la estadunidense Susan Tattershall (29/I/98) por el robo, en su taller de restauración, de diversas piezas del órgano. Y señaló como responsable al actual director de OHM, quien arbitrariamente las sacó del lugar sin contar con el permiso ``ni del arzobispado ni del Instituto Nacional de Antropología e Historia'', además de que lo hizo con el auxilio de personas inexpertas para trasladarlas ``con la atención y el cuidado preciso''.

En respuesta publicada el martes 3 de febrero, el director y el presidente del ``consejo consejero'' (sic) de la asociación señalan que los trabajos de restauración les fueron encomendados por la Arquidiócesis de Puebla, con la ``aprobación'' del INAH y la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural. Concluyen asegurando que la denunciante ya no trabaja con ellos y que están ``en la mejor disposición'' para finalizar la labor, aunque manifiestan su ``profunda preocupación por el destino de las piezas'' que se quedaron en el taller de Tattershall. Finalmente la réplica se dio el jueves 5 y con ella nos enteramos de que dicha asociación no cuenta con el permiso correspondiente del INAH, que la iglesia exige el regreso de todos los elementos del órgano a la catedral, y que las autoridades de Sitios y Monumentos presentaron una denuncia contra el director de OHM, José Miguel Quintana Crespo.

Resulta entonces que un valioso órgano tubular del siglo XVII anda rodando, fragmentado, por la capital mientras existe una disputa entre ex socios. Sin embargo, sería injustificado cuestionar la labor profesional de Tattershall, cuando ésta le ha llevado --entre otras cosas-- al afortunado rescate de los tubos interiores del órgano fabricado por Florencio Maldonado para el mismo templo en 1700 (que encontró en un basurero), además de la restauración del de la iglesia de Tepotzotlán. Sus trabajos sobre órganos mexicanos han sido difundidos en los congresos de la International Society of Organbuilders y en publicaciones musicales como The Diapason.

El órgano en disputa, situado del lado del Evangelio (izquierdo), es el más antiguo en la catedral poblana y la ornamentación de su caja cuenta en la parte superior con canastas de flores y penachos, siendo coronado por un ángel músico con trompeta. Fue elaborado en 1660 --informa Efraín Castro-- por el ``maestro del arte de organista'' Diego de Cebaldos, quien lo ofreció al cabildo catedralicio por 2 mil pesos, siendo rechazada su propuesta; nueve años más tarde, ya muerto el organero, fue armado y colocado en la tribuna del coro.

Construido con once mixturas o registros, su magnífica caja era ``de hermosura tal'' que bien podía haber adornado ``un retablo en cualquier altar o capilla''. Se sabe que fue reparado entre 1710 y 1717, así como en 1912. Finalmente, gracias a la descripción que hizo el artista poblano José Manzo y Jaramillo del edificio (El Liceo Mexicano, tomo I), sabemos que en 1844 el instrumento ya contaba con 29 mixturas. Se encuentra catalogado en el volumen Voces del Arte, inventario de órganos tubulares publicado por la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (1989), no así en los dos tomos del Catálogo Nacional. Monumentos Históricos Muebles. Catedral de Puebla publicados por el INAH y el Gobierno de Puebla en 1988.

La catedral de Puebla, como señala el musicólogo Robert Stevenson, fue sede de una de las más valiosas y ``brillantes aventuras musicales de la América barroca'', gracias a maestros de capilla como Juan Gutiérrez de Padilla (fundador de la ``escuela poblana''), Francisco López y Capillas, Francisco de Olivera, Simón Martínez, Juan de Vaeza y Antonio de Salazar. Su labor, complementada con los ministriles (instrumentistas), los moos de coro (niños cantores) y los dos órganos, dieron gran magnificencia al recinto sacro en los siglos XVII y XVIII.

Ahora, gracias a la ardua labor de transcripción llevada a cabo en el archivo musical catedralicio por E. Thomas Stanford, podemos conocer y disfrutar (con las gabaciones de Benjamín Juárez Echenique para Urtex) gran parte del esplendor musical poblano. Urgente es, por tanto, rescatar el órgano Felipe II de sus infortunadas vicisitudes.