Rolo Diez
Woody Allen: elogio del hombre pequeño

Palabras más o menos, la frase es así: ``Freud se equivocó al atribuir envidia del pene a las mujeres. Debió incluirme también a mí''. La dice Woody Allen en una de sus películas. El humor-verdad funciona de maravilla. El personal masculino aprovecha la ocasión para reírse de sí mismo, y festeja.

Conseguir que un servidor no desfallezca de aburrimiento frente a una comedia musical, cosa que acaba de pasarme con Todos dicen que te amo, no es poca faena. El filme no es lo mejor de su autor, pero tiene una gran virtud: nadie canta ``en serio'' en él, nadie baila ``en serio''. El espectador siente el guiño con que Woody le dice: ``esta es la situación más imposible para que alguien se ponga a cantar, así que prepárate, porque ahí te va la canción''. La película tiene el acostumbrado talento del director y, lo más esperado, nos permite reencontrar a su gran personaje --el Woody por Allen--, que lo identifica frente al público, con el que tanto nos reímos y del que --secretamente-- nos sentimos parientes.

Todos somos pequeños, inseguros y erráticos --peor para nosotros si no nos hemos enterado--, pero nos da tal pánico admitirlo que preferimos ir por la vida contando lo chingones que somos, lo bien que nos sale todo, las mujeres que conquistamos, la cantidad de libros que vendimos, etcétera.

No es sólo culpa nuestra. La ideología dominante aplaude a los triunfadores y declara cancerígenos a los fracasados. Los estadunidenses han acuñado el término que sintetiza el oprobio y el resto del mundo --¡qué raro!-- lo ha adoptado con entusiasmo: ``fulano es un perdedor''. Va implícito que si es un perdedor, merece serlo. Y ya. Escarnio sobre sus huesos, mejor hablemos de Luis Miguel o de asuntos más estimulantes.

Si Lombroso (Cesare) estuviera entre nosotros, alguien se encargaría de recordarle que entre las tipologías enfermizo-monstruosas por él ``descubiertas'' falta una muy importante: la del perdedor nato.

¿Tiene algo que ver esto con Woody Allen y sus películas? Sí, lo tiene.

Cuando el argentino Juan Sasturáin publicó Manual de perdedores y en la página tres escribió: ``Este libro es para mis viejos que, saludablemente, no me enseñaron a ganar'', admiré la dedicatoria y envidié el título.

Además del paralelo que salta a la vista entre Woody Allen y Chaplin, ambos constructores de un personaje similar --tierno, desprotegido y gracioso, con un estilo de perro callejero--, una literatura inteligente se ha ocupado de los hombres pequeños.

Franz Kafka es, sin duda, quien mejor ha explorado ese universo. Cuando Gregorio Samsa, ``tras un sueño intranquilo'', despierta convertido en cucaracha (La metamorfosis), y cuando K debe enfrentar el peso acusatorio de la burocracia del Estado (El proceso), el lector puede reflexionar sobre la ubicación de los humanos en el mundo. Entonces, la fragilidad parece ser lo más verdadero.

Historias de hombres dolidos, enfermos y humildes han permitido a Flaubert y Dostoyevski crear personajes literarios inolvidables, como Charles Bovary, marido cornudo y contraparte de la romántica --¿hueca y egoísta?-- Ema (Madame Bovary); como Pável Pávlovich. (El eterno marido), borracho e igualmente cornudo; como el príncipe Liov Nikolayévich Mischkin (El idiota), epiléptico, místico y sentimental.

En uno de sus mejores cuentos, Borges relata la historia de un hombre convalesciente de una operación, que no ha peleado en su vida y que ``debe aceptar el duelo a cuchillo'' que le propone un grupo de provocadores: ``Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura'' (El Sur). El hombre pequeño morirá con grandeza. Ha vivido para llegar a ese momento.

Woody Allen es como Kafka en cómico. Quizá resulte más cómodo Bruce Willis quien, apenas armado con una pistola puede encargarse de 20 ``terroristas'', tal vez el enclenque judío intelectual no tenga el glamour de los galanazos triunfadores, es posible que no nos interesen ni Freud ni el otoño en Nueva York, sin embargo Woody nos gana, nos gana siempre, porque nos divierte y nos hace pensar.

En un mundo en el que ``Nadie tiene abuela'', donde todos se ven bellos en el espejo y donde --¡por supuesto!-- los perdedores son siempre otros, Allen prefiere afirmarse en la realidad del hombre pequeño, ese abrumado y entrañable personaje al que tanto nos parecemos.