Efectivamente, con los viajes presidenciales no gana uno para vergüenzas. El complejo de inferioridad de los gobiernos débiles e ineptos ha hecho que los presidentes de México busquen en el extranjero un apoyo y aceptación que aquí no tienen. Salen como si fueran a conquistar al mundo dando lecciones de economía y buen gobierno que evidencian lo pequeños que son. En el neoliberalismo, nuestros presidentes ya no hicieron viajes de Estado, decidieron que era mejor salir como vendedores ambulantes, y desde luego que este papel se adapta mejor a su personalidad.
Como los reyes de la antigüedad, los presidentes de México van con medio gabinete y los acompaña siempre la parte más oscura de la iniciativa privada mexicana, a demostrar que sigue estando privada de iniciativa y va a buscar socios que puedan hacer en México lo que su ineptitud les impide. El Presidente presenta un discurso superficial sobre el México que él ve y no la realidad que todos conocen, lo que le gana un aplauso tibio y una o dos preguntas para salir del paso. En el fondo, a nadie le interesa lo que tenga que decir, pero la cuerda le dura a la comitiva para que durante dos días se reúna con quienes quieran escucharlos. Por experiencia sé que no son entrevistas solicitadas por los asistentes extranjeros, sino ofrecidas, a veces en forma suplicante, por los funcionarios mexicanos.
A estas reuniones va poca gente del sector empresarial con capacidad ejecutiva; más bien son empleados altos y medios a los que se les ofrece el viaje a Davos como recompensa a sus buenos servicios. A la delegación mexicana parece que sí le fue bien, pero en la compra de chocolates que podrían servir para endulzar un poco la miseria de los indios de Chiapas; ahora, que si es serio, puede ser un programa bueno que nunca se les ocurrió a los empresarios mexicanos que, desde hace tiempo, se han convertido en simples traficantes del odio. Por otro lado, el seguro total que el gobierno otorgó a los negociantes suizos es uno de los capítulos más tristes de nuestra política exterior.
En todo caso, que también ofrezca ese tratamiento a los mexicanos, pero a éstos, aun siendo empresarios, los tratan como ciudadanos de segunda.