Los vascos son constitucionalmente españoles y lo han sido desde que España es España, aunque son provincia autónoma del Estado español desde 1979. Antes gozaron del reconocimiento a sus fueros, salvo algunas interrupciones poco afortunadas en el siglo XIX, y posteriormente del estatuto de Concierto Económico, potestad de recabar y administrar los impuestos, cancelada durante el franquismo y recobrada con la autonomía producto de la democracia posfranquista.
A pesar de la dureza franquista, cuyo ideal de una España unida era una España uniformada, en el País Vasco logró sobrevivir durante la dictadura su idioma, el euzkera, cuyas raíces antiquísimas nadie ha logrado aún precisar. En el País Vasco los letreros públicos están escritos en español y en vasco, todas las comunicaciones oficiales y los discursos se pronuncian en ambos idiomas. En la televisión autónoma hay doblajes o subtítulos al vasco. A los vascos en general no les gusta que se les llame españoles. Tienen su propia bandera, la ikurriña, que data de 1894, y que hoy lucen en los ayuntamientos junto con la de la Unión Europea. En lo que hoy es el País Vasco, ciertamente ha habido la defensa muy plausible y ejemplar, a toda costa, de una identidad. Cuando el rey godo español don Rodrigo recibió la noticia, en el 711, de que los árabes entraban por Gibraltar, peleaba en Pamplona para intentar, una vez más, someter a los feroces vascones.
Sin embargo, el nacionalismo actual que esgrime ETA dista mucho de ser tan antiguo y tiene su origen en las proclamas del bilbaíno Sabino Arana, nacionalista a ultranza de finales del XIX, que ponía en primer lugar la raza y la lengua y al que aterraba, como dispersor de tradiciones, el cosmopolitismo y el desarrollo industrial. Nadie antes que él planteó la independencia. A él se deben la ikurriña y el himno del País Vasco, y de su ideología surgió el Partido Nacionalista Vasco (PNV).
ETA, creada por jóvenes disidentes del PNV, fue una respuesta política radical a una opresión radical por parte del franquismo. Empezó a tener presencia pública clandestina en los 60 para dar señales de oposición al yugo que pretendió acabar con la identidad vasca a sangre y fuego. Aquí es oportuno señalar que a la rebelión encabezada por Franco contra la república se sumaron Alava y Navarra y se opusieron Guipúzcoa y Vizcaya a pesar de que, por ejemplo, hubo un gran respeto de la república a los fueros vascos y a la propiedad privada en todas sus manifestaciones.
El primer atentado de ETA fue el intento de descarrilar un tren lleno de ex combatientes franquistas en julio de 1961. ETA alcanzó su momento cumbre en 1973, cuando el comando Txikia mandó a volar por los aires los pedazos del jefe de gobierno, Carrero Blanco. Cuando Franco condenó a morir a garrote vil a los responsables del atentado, hubo una movilización mundial a favor de la clemencia. Incluso el presidente Luis Echeverría pretendió un excesivo y disparatado boicot generalizado contra España. Fue, finalmente, la última ejecución realizada por el dictador.
Con la llegada de la democracia el País Vasco, al igual que los catalanes y los gallegos, obtuvo autonomía. En el caso del primero, fue crucial la participación directa del presidente Adolfo Suárez, en 1979, para que se aprobara el Estatuto de Guernica, votado a favor de la mayoría de los habitantes de Guipúzcoa. Alava y Vizcaya ganaron en cuestiones de educación, orden público y hacendarias. Pero para ETA lo único suficiente es la independencia. Y actualmente ETA se ha convertido en una pandilla de asesinos fundamentalistas reprobados por el mundo entero.
En su fuero interno, las autoridades del País Vasco, al igual que muchos de sus habitantes, quisieran ser un país independiente, pero lo han asumido seguramente como un proyecto a largo plazo (como lo quisieran también muchos catalanes que, con menos ruido y sin asesinatos, también se pintan solos para eso de no asumirse como españoles).
Múltiples sectores de la pequeña sociedad vasca están hartos de la violencia, de tanta sangre inocente. Pero no sólo un amplio sector de la sociedad vasca sino también la sociedad española está irritada hasta decir basta por los continuos atentados de la ETA. Y esa irritación española puede volverse contra los vascos, no sólo contra los etarras. La guerra sin tregua del Estado español contra ETA está declarada. Y no la declaró el mequetrefe de Aznar sino el brillante Felipe González.