La Jornada 4 de febrero de 1998

``Yo sí estoy limpio y duermo tranquilo'': Echeverría

Elena Gallegos Ť En una reunión de trabajo que nunca llegó a realizarse, y ante la ira de algunos legisladores que vieron cómo el esperado encuentro para comenzar a aclarar el 68 fue transformado en un gran teatro --con porras y todo-- en el que la única estrella sería él, Luis Echeverría Alvarez alcanzó a hacer algunos apuntes del 68. Sólo eso.

Deslizó: ``¡¿qué haría el Presidente, como comandante supremo de las fuerzas armadas, si se presentara otro Tlatelolco... otro Chiapas?! --que aunque no deseables son posibles mientras no se resuelvan los problemas sociales--, ¡¿qué haría si hubiera la amenaza de un ataque a Palacio Nacional?! Pues... recurrir al Ejército''.

Más tarde diría que la orden de que el Ejército estuviera en la Plaza de las Tres Culturas había sido dada por el presidente Díaz Ordaz. Entonces los reporteros presionaron: ¿y de abrir fuego? A eso sólo respondió: ``esa... se originó ahí''. Enseguida repuso: ``¡Tlatelolco fue un exceso!, y yo no estoy de acuerdo con los excesos''.

Pactado para las 17 horas, el intercambio entre Echeverría y los 10 diputados que conforman la Comisión Especial Investigadora del Caso 68 no pudo ser. Y no fue porque --alegaron los representantes del PRD y del PT-- el ex presidente no respetó el formato y estuvo a punto de convertir el asunto en sainete político para el que trajo a sus seguidores.

No obstante su irritación, los diputados aguardaron hasta las ocho de la noche en los jardines de la residencia del ex mandatario --Pablo Gómez se fue a la tienda de la esquina-- para ver si era posible restablecer las condiciones y plantearle alrededor de 60 preguntas. No se pudo.

Pero Echeverría ya tenía a su público, además a un público ávido de revelaciones. A éste le dijo que en el movimiento estudiantil de aquel año no hubo intereses extranjeros --esa fue la justificación oficial de la matanza-- y que los muchachos del 68 usaban en sus mantas las imágenes del Che y de Fidel Castro porque necesitaban héroes, y ``les habían quitado a los héroes nacionales''.

En el set en que convirtió una parte de su casa, y rodeado de simpatizantes, ex colaboradores (como Mauro Jiménez Lazcano), parientes, periodistas y hasta algunos diputados --sólo los del PRI y el PAN escucharon su intervención--, Echeverría Alvarez confesó, casi treinta años después, que nunca estuvo de acuerdo con la versión que, sobre lo ocurrido, dio Gustavo Díaz Ordaz, salvo ``en tres líneas''.

A saber, aquellas en las que Díaz Ordaz asume toda la responsabilidad y que pueden leerse en la página 76 de su quinto Informe de Gobierno (1o. de septiembre de 1969). Copias del mismo fueron repartidas a los asistentes.

De su exposición inicial (a la postre la única) --de la que se ausentaron perredistas y petistas-- y las decenas de respuestas a las preguntas de los reporteros, se desprende que hizo una férrea defensa del Ejército: ``la institución más vertical y honorable'' que ``siempre obedece órdenes superiores''; y se sacudió cualquier responsabilidad en los hechos: ``las fuerzas militares no dependen del control político'' (recuérdese que entonces él era secretario de Gobernación).

Repitió hasta la saciedad: ``¡Yo sí estoy limpio!'', ``yo siempre he podido dormir tranquilo'', y criticó que en el país haya un ambiente de confusión, nepotismo y crímenes ¡monstruosos! no aclarados.

Porque la tarde de ayer en San Jerónimo, como en los viejos tiempos cuando escaló todos los puestos burocráticos de la Secretaría de Gobernación hasta encumbrarse en la Presidencia de la República, Echeverría dio buena cuenta de sus dotes de orador.

También ayer, como entonces, con su tono grandilocuente, saltó de un tema a otro; se lanzó contra el imperialismo, la CIA, el FMI y siguió su cruzada contra el neoliberalismo, al que le imputó el agudizamiento de la pobreza: ``es urgente volver al liberalismo de Juárez, que es el nuestro, y no al de Chicago''.

De pasada habló de sus periplos por el exterior en los que ``advertíamos a los líderes de esos países que romperíamos relaciones si veíamos siquiera una sombra de intervención en México'', y hasta de su entrevista con Paulo VI, ``al que le dimos copia de la Carta de los Deberes y Derechos Económicos de los Pueblos''.

Y es que el ex presidente no quiso desaprovechar la ocasión que le puso en bandeja la comisión legislativa. Estaba eufórico con el encuentro... ¡todos los reflectores estarían sobre él!, y así fue. Los reporteros guardaron en libretas y grabadoras cada una de sus palabras. La estrella del martes 3 en San Jerónimo era él, y sólo él.

La sala de proyecciones de su casa fue acondicionada para la entrevista. En medio, en círculo, equipales (también como en los viejos tiempos) y mesitas con micrófonos para los diputados. Adelante y atrás, más equipales para el público.

Afuera, en el jardín --por si no cabían los convocados--, se acomodaron mesas y más y más equipales, así como una gran pantalla. La transmisión del circuito cerrado la dirigía nada más y nada menos que Servando González (el cineasta que dirigió Viento negro).

Y en esa gran pantalla del jardín, mientras todo comenzaba, aparecía la imagen de Juárez con la leyenda: ``Cita con la historia''. Un escenario a la altura de las circunstancias.

Los legisladores se quedaron boquiabiertos al ver tamaño despliegue. Pablo Gómez se enfureció: ``esto no es show'', y antes de entrar al salón, estaba ya de salida.

Entonces el ex presidente lamentó que Gómez no estuviera para escucharlo, ``porque yo quería decirles que Gómez Alvarez y este otro muchacho... mmmhh... Raúl --hizo una pausa para recordar sus apellidos--, ¡ahh sí!, ¡Alvarez Garín!, han sido los más grandes líderes estudiantiles que ha tenido México. Ellos no se vendieron por un plato de lentejas y tienen 30 años en lo suyo''.

Cuando Gómez se enteró del elogio que le había lanzado el anfitrión, se quitó desdeñoso: ``no vine a eso, ¡no quiero tener nada qué ver con ese señor!''. El otro diputado perredista, Armando López, meneaba la cabeza sorprendido. ¿Les tomó el pelo?, lo acosaban los reporteros: ``bueno, ya esperábamos algo así... a lo mejor fuimos un poco ingenuos''.

Llegada de Rosario Ibarra

Todavía no habían dado las cuatro de la tarde --de acuerdo con el programa a las cinco llegarían sus invitados-- cuando el ex presidente estaba ya en la puerta de su casa rodea-da por un discreto operativo de la Secretaría de Seguridad Pública (policías y agentes de tránsito fueron apostados a su alrededor).

De espléndido humor compró pan y alegrías a un par de vendedores que se acercaron por ahí. Recibió personalmente a todos y cada uno de los invitados. Fue especialmente cortés con los reporteros, fotógrafos y camarógrafos. Para todos hubo un apretón de manos y un ¡bienvenidos, ésta es su casa!

Estaba tan contento que cuando llegó doña Rosario Ibarra y una docena de madres de desaparecidos políticos, no tuvo ningún empacho en mandar a un ayudante para que las invitara a pasar. Doña Rosario rechazó la invitación: ``él es el culpable de que nuestros hijos no regresaran jamás''.

Las mujeres, vestidas de negro, exhibían los carteles con las fotos de los muchachos que no volvieron a ver, y corearon hasta el cansancio ``¡vivos se los llevaron, vivos los queremos!''.

Dieron las cinco de la tarde y nada, ningún diputado se aparecía por ahí. Echeverría se empezó a contrariar. Por fin, quince minutos después de la hora fijada llegó Armando López Romero.

Para entonces, los equipales del jardín y del salón estaban ocupados. Presentes estaban periodistas como Luis Suárez, don Federico Barrera Fuentes y Edmundo Domínguez Aragonés. También sus hijas María Esther y Carmen, varios de sus nietos, secretarios, ayudantes. Aquello hervía.

Pasó media hora para que llegara el resto de los integrantes de la comisión. Guiados por Echeverría atravesaron el jardín, una parte de su biblioteca --sus conocidos la llaman ``el salón del sexenio''-- y llegaron al salón. La entrada del ex presidente fue recibida con aplausos. Pablo Gómez vio aquello y se retiró. Tras él, lo hicieron López Romero y Luis Patiño, del PT.

Desde afuera, Gómez llamó a una reunión ``en privado'' de la comisión. Enojado, Echeverría asumió que él respondía por la presencia de la prensa. El diputado Gustavo Espinosa Plata, del PAN, le prometió que ellos no se irían, que sí lo escucharían, pero ante la insistencia de Gómez salió unos minutos del salón, luego de lo cual aclaró que la reunión no tenía carácter de ``formal''. También se quedaron los priístas Salvador Rizo --ya se había presentado con el ex presidente--, Oscar Aguilar y Domingo Yurio, así como el panista Américo Ramírez, entre otros.

Buscando que el encuentro no se difiriera, María Esther Echeverría salió a hablar con los diputados inconformes. También intercedió Domínguez Aragonés: ``señores --les dijo--, esto ya es un hecho''. Pero perredistas y petistas no cedieron.

Pide a priístas ser autocríticos

Finalmente, Echeverría comenzó su exposición sin ellos. Usó en repetidas ocasiones la palabra ``conciliación''; habló del delito de disolución social --``se reglamentó en tiempos de Avila Camacho, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, pero al terminar ésta en lugar de derogarse se usó contra los mexicanos y fue motivo de muchas injusticias''-- y se refirió a las constantes amenazas que ha vivido México, ``siempre han querido cercenar nuestro territorio''.

En su deshilvanado discurso, señaló también que para entender el 68 los priístas deben asumir una actitud autocrítica; convino en la necesidad de que se acoten los poderes presidenciales. ``En su libro de la Presidencia imperial, Krauze le atinó al título aunque incurrió en muchas inexactitudes'', y dijo que será muy importante la próxima elección presidencial, ``porque hay todavía muchos intereses extranjeros que quieren dividirnos''.

Y en ese saltar de un tema a otro, Echeverría se refirió al fracaso de los monetaristas, a la inseguridad pública, a la epopeya del Che Guevara y Fidel Castro y a los muchachos del 68, hijos de obreros y burócratas que vieron constreñir sus oportunidades por la política del ``desarrollo estabilizador''.

Señaló también: ``¿cómo no iban a sentir en sus corazones los muchachos del 68 el que se haya abandonado la política obrerista de Lázaro Cárdenas, con quien la Revolución llegó a la cúspide? ¿Cómo no iban a protestar si el desarrollo estabilizador los tenía en la miseria?''

Luego de su larga intervención, puso a una joven a que leyera algunos extractos de los informes de Díaz Ordaz del 68 y el 69, terminando lo cual dijo sentirse cansado y dejar, para otra oportunidad, la sesión de preguntas y respuestas, ``si quieren en un desayuno discreto''. La función había terminado.

Fue así como las preguntas que desde hace 30 años muchos se hacen quedaron sin respuesta. Entre éstas: ¿Solicitó usted al Ejército la ocupación de los planteles universitarios? ¿Quién creó el Batallón Olimpia? ¿Quién ordenó la matanza?