José Saramago: se masacra a indios porque no se les respeta ser indios
Juan Manuel Villalobos, especial para La Jornada, Madrid, 3 de febrero Ť José Saramago ha vuelto a escribir, y dice que lo hace con el fin último de comprender. ``Escribo para comprender, no tanto para comprenderme a mí mismo, como para comprender la vida, la historia y la sociedad humana''.
A muchos autores, agrega, les preguntan: ``¿Por qué escribe usted? Pues bien, con este último libro, me he reafirmado al pensar que yo escribo para comprender todo esto'', y engloba, con un ademán de sus manos, lo que simula el mundo.
Saramago está en Madrid para presentar su más reciente novela, Todos los nombres (Alfaguara, 1998), una historia, dice, que quizá no sea una novela de amor, pero sí sobre el amor. Una historia medio autobiográfica, como él la define, que al mismo tiempo es la crítica de un mundo burocrático en el que todos son nombres, pero nadie se interesa por saber quiénes son los que llevan esos nombres: los seres humanos.
Agrega que la novela tiene algo de policiaco, porque su protagonista, Don José, está en medio de una búsqueda permanente, ``que al buscar al otro, se busca a sí mismo''. Don José, advierte, es un hombre que cada vez está más cerca de no ser nadie, pero en su búsqueda intentará serlo.
Saramago afirma que esta novela está inspirada en un hecho real: un hermano suyo murió a los cuatro años cuando él tenía apenas dos, y entonces, más tarde, recorrió cada una de las conservadurías de Portugal porque descubrió que no había acta de defunción. Había pues, fecha de nacimiento, pero no de muerte. Era, en los propios términos del autor, una persona que técnicamente no había muerto.
``Sin esta historia, la novela no sería lo que es, y por eso digo que mi hermano es coautor de ella'', añade.
Y más adelante dice, sobre la vida y la muerte, que son inseparables, que una no puede entenderse sin la otra.
Reflexionar sobre la realidad
José Saramago habla entonces de su gran pesimismo, y afirma convencido que con esta novela ha reafirmado su idea de que el mundo necesita más pesimistas, porque los optimistas están de acuerdo, entre otras cosas, ``con un mundo en el que lo importante es el número de tarjetas de crédito que cada quien tiene y el saldo de este número''.
Y afirma contundente: ``Sigo siendo comunista y creo que el mundo, tal y como es, resulta inaceptable''.
Advierte, además, que está en contra de la idea del intelectual como portavoz de una ideología, pero asegura que su obligación como escritor es reflexionar sobre la realidad: El mundo está mal, entonces, mi obligación es reflexionar sobre ello''.
El escritor, de 75 años de edad, no calla nada. Antiguo miembro del Partido Comunista de Portugal, se manifiesta en contra de ``la idea disparatada y utópica de amarnos los unos a los otros: no tengo obligación de amar a quien no quiero, pero sí, de respetar a todos''. Y es, dice, porque no hay respeto, por lo que el mundo está como está.
``Los indios de Chiapas son masacrados porque no se les respeta ser indios'', dice Saramago, el mismo que en medio de la conferencia de prensa hace una pausa y ofrece un saludo a los periodistas latinoamericanos presentes, ``en especial a los mexicanos, con la esperanza de que en el futuro se respete la autoafirmación de los pueblos''.
Y agrega que este gesto no lo hace para resultar simpático, sino porque tiene la esperanza de que, así como Europa ha representado desde siempre una cuenca cultural, imagina que el Atlántico sur será la nueva cuenca en la materia.
Dice entonces que esa gran América Latina, a partir del río Bravo, puede ser más grande de lo que es e hizo votos porque así sea.
Se le preguntó si sus libros tienen más que un fin didáctico. Saramago respondió que el libro va al lector, no a la sociedad. ``Su influencia abarca el ámbito del lector, y cuando éste levanta la mirada de algo que lee, en ese momento se entabla una relación directa. Es el lector el instrumento del cambio'', concluyó.