Para Ismael Lerman, solidariamente. Como homenaje a su persona.
Confieso, apenado, que no he estado recientemente en Chiapas. Escribo con la memoria vieja y el fresco horror de la actualidad. Recuerdo los rostros pálidos, los abdómenes abombados, las mentes extraviadas bajo el resguardo del alcohol patronal, las pieles secas y las madres desnutridas que parían mientras llevaban la última cría a cuestas. Los chicos, víctimas de neumonías o diarreas ni siquiera llamaban la atención: eran cotidianidad. En Chiapas, las enfermedades no habían oído de la medicina.
Esas lacerantes imágenes del pasado son las mismas que han retratado, con intensidad, con intención, las lentes de La Jornada y otros medios, así como las cámaras de televisión. Indígenas que levantan 1.50 centímetros del suelo, pequeños cuerpos recién nacidos con los ojos edematizados, niños con infecciones banales y por ende curables, cuyos progenitores optan por la muerte antes que recibir la ayuda del gobierno. En Chiapas, la insalubridad ha superado los sueños de los filósofos más instruidos: el tiempo, el inexorable tiempo, ha visto detener sus manecillas pues las personas siguen muriendo como lo hacían hace dos, tres o más décadas. No hay quien pueda demostrar que en las comunidades indígenas la salud es mejor ahora que antes. Las estadísticas oficiales deben contender con las cifras reales: en buena parte de Chiapas muchas muertes podrían evitarse con medidas preventivas mínimas o con intervenciones terapéuticas adecuadas.
La insalubridad, las muertes a destiempo y la falta de atención médica tienen dos grandes caras. La primera es la obligación del gobierno federal y/o estatal de proveer los mínimos elementos de salud a sus habitantes y, en especial, a las comunidades que menos tienen. Por ahora dejo esa cuestión en el tintero, ya que en nuestro medio tales bretes han sido incontestables. La disculpa perenne, aliada incondicional de nuestros jerarcas, todo salva: los rezagos siempre son culpa de los gobiernos previos, de ``los otros regímenes''. Así, el embrollo es ``casi irresoluble'', pues mientras la idea de salud implica un continuo, los gobiernos entrantes y salientes siguen siendo grandes desconocidos. La pregunta es infinita y la escapatoria también: ¿cómo exigirle al gabinete actual si los previos nada mejoraron? Parecería ser que la amnesia cura y el olvido perdona.
La segunda cara se engloba en la cuestión siguiente: ¿es la salud un derecho humano? Copio unas líneas del artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos --1948--: ``Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios médicos necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros de desempleo, enfermedad, invalidez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad''. Huelga decir que nuestro país firmó la Declaración. No cumplirla ha devenido en las imágenes de enfermedad en Chiapas y otros estados, y en un sinnúmero de muertes prematuras. Duele pensar en la salud de los desplazados o en los posibles brotes epidémicos. ¿Cólera o tuberculosis? ¿Desnutrición o diarreas? O quizá sea simplemente el hambre, la desolación y la tristeza las que los maten.
Acorde con cifras oficiales, en 1991 sólo el 24 por ciento de los habitantes en Chiapas estaba asegurado. Asimismo, en la población indígena, el 80 por ciento de las enfermedades sigue siendo de origen infeccioso. Para atender esta población hay 0.08 por ciento de médicos por mil habitantes (promedio nacional, 1.3 médicos), y 0.06 camas hospitalarias por mil habitantes (promedio nacional: 1.1 camas). ¿Qué sucede en 1998? ¿A qué pueden aspirar los mexicanos zapatistas? Ciertamente no curarán con medicinas caducadas ni con suplementos vitamínicos para personas a dieta --ni la ironía ni la burla son mías-- como las que llegaron a través de la Cruz Roja.
La salud no es un lujo, es un bien; el gobierno tiene la obligación de fomentarla y cuidarla. No es regateo, favor, dádiva, misericordia ni limosna. Buen número de indígenas chiapanecos fallece y otros seguirán penando por el añejo olvido de nuestros dirigentes. Entrado 1998 los discursos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y de los gobiernos federal y estatal deberán confrontarse con el destino, salud y vida de los desplazados.