FAMA INCOMODA
César Güemes/ I Ť La Inquisición en España, Francisco de Quevedo, el gélido y certero espadachín a sueldo Gualterio Malatesta, más el callado protagonista Diego Alatriste, le permiten a Arturo Pérez-Reverte, con la segunda novela de la saga, Limpieza de sangre (Alfaguara), hacer una severa crítica a la España del XVII, que en mucho, lo bueno y lo malo, es la España actual. Pérez-Reverte, uno de los escritores españoles más leídos dentro y fuera de su país, está en México a fin de acompañar la difusión de su nuevo trabajo. Con él conversamos en un aparte:
--Una de las notorias ausencias en la autoría de la más reciente aventura del Capitán Alatriste es la de Carlota, su hija, que participó en la confección de la primera.
--Lo que pasó con ella es que el objetivo se cumplió y ya no había motivo para seguir. Ella no quiere ser escritora sino arqueóloga, tiene 14 años, vive su vida y se dedica a sus cosas. Alatriste era un motivo para que se interesara por el Siglo de Oro, para que hiciera un trabajo con su padre y descubriese que había una poesía, un teatro y una literatura fascinantes. Ha sido una experiencia común, pero nunca pretendí que hiciera toda la serie conmigo.
--Sin embargo, en la dedicatoria para ella le dice que no le queda sino batirse.
--Eso es como diciendo: te he dado las herramientas, los elementos, los libros, las claves para sobrevivir, el acero, y adelante. Carlota sabe del mundo, cuenta con una biblioteca propia de 500 libros y ahora tiene que batirse ella misma. Al final todos tenemos que batirnos solos, tarde o temprano, así que es mejor empezar a hacerlo pronto.
La vida es igual que el mar
--¿Qué es para usted la fama a estas alturas de su trayectoria, cuando sus libros se leen en buena parte del mundo y en muy diversos idiomas?
--Es una compañía molesta con la que convivo y que tiene algunas ventajas y muchos inconvenientes. La principal es que le dan a uno buenas mesas en los restaurantes. Los inconvenientes son que uno pierde vida privada y que además parece que tiene la obligación de pensar siempre en los lectores, cuando en realidad nunca he pensado en ellos. Soy un escritor muy egoísta, pienso en mí, porque el lector soy yo. La fama crea una especie de compromiso. Pero trato de mantenerla a distancia, igual que un espadachín trata de mantener a lo que no le es grato sino donde le parece bien. Y es real: no hago vida literaria, no voy a fiestas, ni cuando me invitan a una comida en la Moncloa. Al no frecuentar los cenáculos literarios ni los lugares de sarao, puedo mantenerme lejos con más facilidad. Tomo mi velero, me voy a navegar, escribo, veo a mis amigos y nada más. Si cuando voy en el avión el piloto me manda un whisky, pues bueno, pero fuera de ahí la fama no tiene para mí mayor repercusión. Lo que sí me brinda es la libertad de poder escribir lo que se me da la gana, el saber que mi siguiente libro se va a leer también.
--¿Hablamos de seguridad económica?
--Podría ser, pero es que ésa la tenía desde antes. Cuando era reportero ya tenía mi vida resuelta, sobre todo porque tengo pocas necesidades de ese tipo. Además, cuando uno escribe libros y se venden, quien gana dinero es Hacienda. La fama es poder escribir la serie de Alatriste. Esto hace 10 años me lo hubieran tirado a la cara. Lo positivo es hacer un libro de espadachines, porque así te place, y que la gente lo lea.
--En caso de que los tenga, ¿le interesan los detractores de su obra?
--Siempre hay detractores para todo. Pero, ¿sabes qué pasa?, que de todo el mundo se aprende, de lo positivo y de lo negativo. Hasta en la crítica más mal intencionada hay algo valioso, algo que aprender, igual que en el elogio más desmesurado. Hay una humildad profesional de la cual hemos hablado tú y yo en otro momento: uno puede ser el más arrogante del mundo, el más seguro, el más aplomado, pero cuando se trabaja para hacer las cosas bien hay que ser humilde. Así es como se aprende de verdad. Todo aquello que lo mantiene a uno despierto y evita que uno se duerma en la fama o en el éxito, es bueno. Entonces la crítica más despiadada es buena por eso. Es como navegar. Soy marino, entonces hay que estar pendiente de las nubes, del viento, del oleaje, porque el mar es muy perro, muy malo, y puede en cualquier momento darte un golpe. La vida es igual que el mar.
--Además de estar alerta, para escribir una saga hay que apegarse a un régimen, a una disciplina muy clara. ¿Cómo le es en ese sentido trabajar sobre toda una serie como la de Alatriste?
--Es como una novela sola. Para escribir hay que tener disciplina. Hay dos tipos de escritor. Uno que se propone hacer un libro entre dos borracheras, en algún rato libre, en sus vacaciones, con el sufrimiento que viene y se va. Y otro, el escritor profesional, que soy yo, que se levanta cada día a echarle una serie de horas a la escritura. Me levanto a las ocho de la mañana, me doy una ducha y como si fuera a trabajar me siento frente a la máquina. Así día tras día. No soy ningún genio. Soy un artesano. Me planteo de esa manera una novela o una serie. Claro que hay días que tienes algún problema técnico, o que no te apetece escribir o que no se te ocurre nada, pero igual te sientas, trabajas, le echas horas y al final siempre lo solucionas. Toda la vida ha sido así para mí.
``Siempre he sido muy disciplinado, y el serlo en este trabajo es muy útil. Digamos que existe un pequeñísimo porcentaje de inspiración y el resto es transpiración. Claro que cada escritor tiene sus mecanismos y sus trucos.''
Hablar de la memoria
--¿Será pertinente pensar que Alatriste se lee tanto como sabemos porque en España misma les parece que ese pasado les sentaba mejor?
--No creo que sea por eso. La España que cuento no es mejor. No hablo de esa España con nostalgia. Hablo, sí, de la memoria. Intento asumir lo bueno y lo malo. No estoy defendiendo una España imperial, en absoluto, ni lamento que no exista. Además, Limpieza de sangre es un libro durísimo en tanto triste, amargo, muy pesimista. Lo que pasa es que tiene su humor y su mala leche, que es lo que yo le añado y lo hace más tragable. Pero el libro es muy crítico. Lo que intento explicar es cómo fuimos y por qué somos como somos. Ese ejercicio de memoria se ha encontrado con el lector que gusta de las aventuras en estado puro, y también con las explicaciones de lo que es la España de ahora: somos así porque fuimos de esta manera. El lector ha entendido eso muy claramente, aunque la serie de Alatriste tenga una fórmula de peripecias detrás. Insisto en que no es nostalgia sino memoria, con lo que ésta tiene de amargo.
--Una de las preguntas que se despiertan al leer esta segunda entrega de la saga es, ¿qué le debe más la España actual a su propio siglo XVII, lo bueno o lo malo?
--Le debe un tanto de las dos vertientes. Sobre todo porque España ha sido el país de los buenos vasallos que tuvieron malos señores. Ese es el drama de los hispanos aquí en México y allá: buena gente con malos gobernantes. A eso añádele unos curas fanáticos que nos cerraron las puertas al progreso durante siglos; una monarquía teocrática en la cual Dios estaba de parte del rey; una profunda incultura popular, una profunda crisis económica, unas guerras exteriores que desangraban al país, unas colonias brillantemente adquiridas, pésimamente administradas y desastrosamente rentabilizadas en lo humano, lo social y lo político. Entonces, todo ese enorme error económico, político y religioso nos dejó amarrados a ustedes y a nosotros, que somos los mismos en realidad, y nos entregó amarrados a los siglos posteriores. Es por eso que luego no pudimos levantar la mano ni la cabeza. Y todavía ahora estamos pagando el pesado precio de aquella época oscura. Insisto, con cosas muy brillantes, con arte, con literatura. Esa es la pena, que vemos el pasado y lamentamos que no todo hubiese sido brillante. Al escribir esta novela me di cuenta, aún más, de lo vinculados que están España y México.
``Y una cosa curiosa: esa España que allá se ha olvidado mucho, aquí está muy presente. Uno está más cerca del siglo XVII español en México que allá, seguro.''