Arnaldo Córdova
Nuestra política hoy
La política mexicana muchas veces resulta desesperante por inaprehensible, confusa, cambiante y hasta volátil. Y puede decirse que nunca lo ha sido tanto como en los tiempos que corren. Casi cada día aparecen fenómenos inéditos que nos sorprenden a todos y que no siempre estamos en capacidad de analizar con frialdad, con objetividad y, menos aún, con la suficiente imaginación como para dar respuesta a los retos que nos plantean.
Las elecciones del 6 de julio de 1997, por ejemplo, trazaron un horizonte tan deslumbrador que nadie estuvo en grado de acertar a dónde habíamos llegado y qué era lo que venía por delante. La victoria, tan anunciada, de Cuauhtémoc Cárdenas en el DF fue difícil de digerir. Más difícil todavía fue asimilar el retroceso del PRI. Todo mundo se movió entre diferentes extremos, desde quien veía ya la consolidación definitiva de nuestra transición democrática hasta la muerte próxima del partido oficial. En la Cámara de Diputados, donde el llamado G4 hizo una mayoría frágil y pasajera, fue, tal vez, donde más se fue a los extremos.
Tengo la impresión de que nuestra capacidad de análisis y de comprensión de la política mexicana enflaqueció en los últimos seis meses. Esperanzas arrolladoras y decepciones aniquilantes y paralizadoras han venido informando los espíritus y a veces llegamos a verdaderos sumideros de confusión e incertidumbre. Después de las elecciones cualquiera podría haber vaticinado que los partidos, por ejemplo, se dispusieran mejor a la negociación de sus posiciones y a acuerdos creativos que nos dieran a todos la oportunidad de seguir avanzando sobre el sólido terreno que ya estábamos pisando.
De pronto, empero, descubrimos que estábamos más inmaduros que jamás antes en el pasado, porque nadie sabía hacia dónde moverse y fue obvio que las buenas ideas comenzaron a escasear, sea entre las agrupaciones políticas, sea entre quienes se ocupan de analizar el quehacer nacional. Los debates políticos se enrarecieron y el análisis de la realidad se volvió romo e improductivo. Después de seis meses está claro que esa realidad sigue su marcha y que cada vez aparecen hechos que nos sorprenden y que no sabemos explicar.
Y no sólo la capacidad de análisis se ha achatado, sino también la capacidad de entendimiento. El debate sobre Chiapas, para poner otro ejemplo, hoy parece una charca envenenada en la que chapotean las posiciones más extremas y la intolerancia más degradante, frutos del odio generado por aquel conflicto que, está visto, nadie quiere resolver y sí en cambio agudizar, quizá esperando ver hasta dónde podemos llegar por el camino de la destrucción. Uno no puede expresar libremente lo que piensa sin que le salte al cuello un iluminado que se siente llamado a guardar la verdadera fe y aniquilar a los herejes.
Dicho con toda sinceridad, no me da gusto, más bien me da pena que a un antiguo predicador del furor revolucionario de ``los de abajo'', que nos colocó en el banquillo de los acusados a todos los que sugerimos al subcomandante Marcos que se pronunciara sobre la posibilidad de la paz (incluida la Conai), el propio sub lo haya puesto en ridículo al romper su sagrado silencio apenas un día después de que su autoasumido intérprete publicara su artículo. Francamente, no creo que se necesitara mucho para imaginarse que Marcos no iba a dejar sin respuesta (tarde o temprano) el discurso del Presidente.
Qué pasa con el PRI, es otro tema que no acabamos de entender. La audacia de Manuel Bartlett, quien ya es precandidato presidencial, ha hecho que a más de uno se le caigan las anteojeras; la confusión, como en todo, es mayúscula. Evidentemente, los grupos priístas regionales están volviendo por sus fueros. Se están convirtiendo con mucha celeridad en interlocutores nacionales. A todos espantan porque en ocasiones están ligados a caciquismos o dirigencias políticas duras. Puede ser que éste sea el camino que el PRI y el gobierno han escogido para transitar a una nueva etapa política, visto que el de la reforma interna del partido se antoja demasiado problemático. Deberíamos analizarlo y no ir en pos de dirigentes partidistas interesados que descalifican por principio a quienes siguen esa vía.
Algo pasa en la conciencia nacional, entendiendo por tal ese lugar del espíritu en que todos nos ponemos de acuerdo en algo, que no podemos ver con objetividad lo que está pasando en el país y que, menos aún, podemos coincidir en lo que pronosticamos. Nuestra cambiante realidad nos tiene pasmados y deslumbrados. No hay tiempo de estudiarla a fondo. De todos modos deberíamos intentarlo siempre. Pero eso es, justamente, lo que cada vez más nos negamos a hacer o, cuando en ocasiones alguien logra hacerlo, de inmediato todo ese ambiente de intolerancia y de parcialidad que nos domina le cae encima y lo hace polvo. Por ese camino, no haremos otra cosa que repetir una y otra vez la historia. Es el peor de los caminos y creo que todos lo sabemos.