La Jornada miércoles 4 de febrero de 1998

Astillero Ť Julio Hernández López

La postulación de Angel Sergio Guerrero Mier como candidato del PRI a gobernador de Durango es una muestra más de que el partido tricolor insiste en jugar con una baraja maltrecha (marcada), en la que los mayores valores no son otros sino la complicidad y la llamada disciplina.

A diferencia de Zacatecas (donde Ricardo Monreal está listo para salir del PRI y convertirse en candidato perredista) y de Chihuahua (donde el dinosaurismo extremo de Artemio Iglesias no pudo sacar adelante en primera instancia su postulación, y ahora está en riesgo en una consulta abierta), en Durango el PRI optó directamente por el personaje que le garantiza el máximo apego a los lineamientos del más viejo priísmo (el acarreo, el uso del dinero público en la campañas, la manipulación de los fondos sociales para compra de votos, la alquimia electoral)

Angel Sergio Guerrero Mier es, desde ahora, un peculiar abono zedillista a la cuenta del sindicato de gobernadores. Como si México no estuviera exigiendo cambios, honestidad y esperanza, el PRI en Durango ofrece una candidatura, y luego una gubernatura, apegada a las tradiciones más turbias y truculentas (acaso para dar continuismo a la historia del gobernador actual).

Sin grandes riesgos, gracia a la división opositora

Una candidatura de ese talante, reflexionaría cualquiera, habrá de encontrar, en todo caso, el repudio ciudadano en las urnas, de tal manera que ese priísmo insensible a los nuevos tiempos habría de recibir su merecido con la derrota comicial

No hay, sin embargo, ninguna tentativa de suicidio del PRI duranguense al optar por Guerrero Mier, pues la incapacidad de los partidos de oposición para crear un frente unido (fundamentalmente PAN y PT, que son los que de verdad importan en aquel estado), ha creado una perspectiva electoral de división del voto antipriísta que, en consecuencia, podría dar un triunfo real al candidato tricolor, fuese éste el que fuere

La ironía de hoy, en la tierra de los alacranes, es que justamente la dividida vivacidad opositora (manifiesta en el peculiar crecimiento del Partido del Trabajo, que en esa entidad ha ganado tanto la presidencia municipal de la capital como su único diputado federal de mayoría, y la persistente presencia panista, con políticos tan hechos como Rodolfo Elizondo, El Negro, y Juan de Dios Castro y su hermana que preside el municipio de Lerdo) es la llave que puede dar el triunfo en la gubernatura a un candidato como Guerrero Mier.

Fallida búsqueda de unidad opositora

Conscientes del hecho de que su caminar separado sería la fórmula para que el PRI pudiese postular a quien quisiese y tener perspectivas sensatas de triunfo, los diferentes partidos opositores dialogaron con anticipación en la búsqueda de un inédito frente común opositor que, con acuerdos integrales para postular candidatos comunes a la gubernatura, al Congreso local y a las presidencias municipales, pudiese poner en riesgo la hegemonía histórica del priísmo (socialmente tambaleante por el gobierno corrupto y arbitrario de Maximiliano Silerio Esparza y, además, por la corriente nacional de antipriísmo galopante)

Sin embargo, los esfuerzos unitarios fracasaron debido a los intereses específicos de cada partido. El PT y PRD buscaron una forma de alianza fundada en ciertas coincidencias ideológicas, pero se toparon con la imposibilidad de manejar de manera civilizada un obstáculo denominado Central de Organizaciones Sociales, que se había generado a partir de divergencias internas del petismo a las que se expulsó y que luego, ya convertidas en la citada central, se aliaron con el perredismo. De esa manera, el PT original condicionó su alianza con el PRD a la exclusión de los llamados centristas, y el PRD, a su vez, defendió a sus aliados recientes y se negó a cualquier pacto que significara la segregación de los disidentes petistas

Por el lado del PAN, las expectativas unitarias siempre fueron ilusorias. Reacio a nivel nacional a hacer alianzas con otros partidos, pues prefiere asentar en el electorado sus propuestas e ideología con toda claridad, Acción Nacional nunca estuvo en una perspectiva verdadera de unidad opositora.

Sólo dos finalistas

En ese contexto, la lista de aspirantes priístas se fue depurando hasta dejar en la recta final sólo a dos: el citado Guerrero Mier (diputado actualmente, senador antes, amplia carrera legislativa, delegado del PRI en más de 20 estados) y el joven senador Samuel Aguilar Solís (cenecista, al igual que Silerio Esparza, ligado en su origen a Hugo Andrés Araujo y a Beatriz Paredes, diputado local que fue presidente del Congreso estatal).

El diputado Guerrero Mier y el senador Aguilar Solís cubrieron el tramo final sin grandes velos. Recorrieron el estado, hablaron con diversos oyentes, alentaron a sus seguidores y aguardaron la decisión final.

En el camino se quiso acomodar como tercero en discordia el dirigente nacional de la FSTSE, Héctor Valdés Romo, pero con un golpe seco fue hecho a un lado por el gobernador Silerio, que respondió con energía a unas reales o presuntas declaraciones del líder sindical en las que criticaba la obra del gobernador en turno.

Máximo Gámiz Parral nunca fue tomado en cuenta como un aspirante serio en los análisis del PRI y sí, en cambio, como un personaje en campaña abierta para fabricarse las condiciones propicias para salir del tricolor y buscar su postulación por el PRD, candidatura que, según esos análisis fundados en el ya típico sistema de las encuestas privadas, no habría de modificar, en caso de darse, el panorama electoral vigente en el que el perredismo apenas pinta.

Otro caso de desconfianza

Hasta que, finalmente, la decisión presidencial fue en favor de Guerrero Mier y en contra de Aguilar Solís a quien, como en el caso de Monreal en Zacatecas, se le cerró el paso con el argumento de la poca confiabilidad. Plenamente dedicado a la defensa de las instituciones, del priísmo, del presidencialismo, y de la figura del propio gobernador de su estado, Aguilar Solís ha sido también, de una manera cuidada, crítico y analítico, características ambas que llevaron al Dedo Supremo al recurso fácil de ``no correr riesgos''.

Guerrero Mier, en cambio, garantiza plena sujeción a los dictados superiores y una fidelidad complicitaria con el sistema todo. (Por cierto, es necesario aprovechar la oportunidad para dar cabida a la justa aclaración que hizo el diputado en mención al señalamiento hecho en anterior columna, de que él había sido oficial mayor de la Cámara de Diputados cuando se quemaron los expedientes electorales de 1988. En la fecha del incendio, Guerrero Mier ya no era oficial mayor, y aun cuando lo hubiera sido, en ese sentido no se destruyeron los paquetes electorales mencionados, sino en fecha posterior y por acuerdo de varios partidos).

Tal vez uno de los rasgos que mejor le defina políticamente sea la ciertamente incomprobable, pero también ciertamente conocidísima adscripción que se hace de Guerrero Mier como experto en trabajos electorales, es decir, en la mítica alquimia priísta. A lo largo de su carrera, el ahora diputado ha sido siempre considerado como notable exponente de tal tecnología adulteradora de la voluntad popular. Innecesario es decir que de tan subterráneos y delicados trabajos no existe testimonio público ni fe notarial, pero sí la persistente acusación de adversarios y observadores.

b>Las deudas del sistema

Cuando se acercaba el tiempo de la definición, los cercanos a Guerrero Mier sólo insistían en una frase que --decían-- resumía su alegre convicción de que don Angel Sergio ganaría la candidatura: el sistema le debe mucho.

Y, como se ve, a los leales, a los que no critican, a los que saben cambiar voluntades (electoralmente), el sistema sí les sabe pagar.

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