Mérida, Yucatán. La celebración del décimo Aniversario del Frente Cívico Familiar de Yucatán (pionero de un territorio difícil) me ha hecho reflexionar sobre el movimiento ciudadano que es un actor importante en el escenario político. El fenómeno se expresa en la existencia de agrupaciones grupusculares que han ido surgiendo en toda la República. La Secretaría de Gobernación identifica cuando menos seis mil. Es probable que sólo aquellas especializadas en la lucha en favor de la democracia y los derechos humanos rebasen las tres mil. El conjunto se ve como un invertebrado gaseoso. Provoca curiosidad, apetito y/o rechazo en los políticos profesionales.
Es difícil saber con precisión cuál ha sido el impacto del activismo de los grupos. Al menos estoy seguro de que la observación de elecciones, la impugnación de fraudes, el rompimiento de cercos informativos, el triunfo en causas concretas, los trabajos en educación y capacitación, han sido aportaciones importantes. Además han logrado concretar propuestas que después se han convertido en reformas a leyes y a estructuras electorales. Sergio Aguayo, uno de sus más distinguidos líderes, dice que es el elemento generador de una cultura nueva que hace posible el establecimiento de la democracia en el país.
¿Por qué surgió esta oleada de participación en un país de súbditos acostumbrados a callar, obedecer y no discutir las altas decisiones de los gobernantes? Mi hipótesis es que la ineficacia progresiva del Estado mexicano para afrontar la decadencia económica, política, social y moral en la que entró el país al iniciarse la década de los 80, los hizo despertar. Los más conscientes se dieron cuenta de que había llegado la hora de actuar por sí mismos. Un ejemplo dramático es la respuesta de los capitalinos a los desastres que provocaron los terremotos de 1985. Cientos de grupos de rescate se autorganizaron más allá de todo control gubernamental. Recuerdo que Octavio Paz vislumbró el surgimiento de la democracia en aquellas semillas de valentía y sentido de responsabilidad.
Los fraudes ordenados por Miguel de la Madrid en el norte, particularmente en Chihuahua en 1986, hicieron surgir agrupaciones plurales, con una idea estratégica de unidad. Estos grupos fueron extendiéndose y creciendo, sacudidos por las campañas de Manuel Clouthier y Cuauhtémoc Cárdenas. La caída del sistema en 1988 produjo indignación, que después se expresó en un repudio inicial al régimen de Carlos Salinas. Este optó por una liberalización restringida y tramposa que simultáneamente irritó y dio espacio al crecimiento de los grupos.
Hoy afrontan un escenario totalmente nuevo: el de la transición. Este proceso no fue desencadenado por un gran movimiento civil de protesta. Es fruto de acuerdos implícitos y explícitos entre los sectores progresistas del gobierno y los partidos de oposición. El movimiento ciudadano ha quedado virtualmente excluido de las negociaciones. Para que adquiera un poder efectivo necesitaría articularse. Me parece imposible que llegue a convertirse en un aparato con jerarquías. Pero al menos tendrá que contar con un instrumento de contacto y comunicación. El carácter díscolo y sospechosista de estas conformaciones debe ceder ante la necesidad práctica de encontrar un punto de convergencia para intercambiar información, establecer alianzas y acuerdos. Sin esto no va a tener un papel protagónico en el proceso de reforma del Estado. Ninguno de los grupos tiene la suficiente representatividad para ser invitado a las mesas de negociación.
El movimiento ciudadano tiene varias misiones que cumplir: extender la idea democrática y educar a la población en sus procesos. En Yucatán el Edem (Educación para la Democracia) que organiza un grupo de ciudadanos de casi todas las filiaciones políticas, está construyendo una red de capacitadores que pudiera influir decisivamente en un cambio de la cultura política en 80 por ciento de la población del estado. Inclusive en segmentos de la población maya acostumbrada al control clientelar y autoritario.
Quizá la más importante aportación del movimiento ciudadano sea la introducción de la ética en el sucio ambiente político nacional. Nuestra política y nuestros políticos están severamente desprestigiados. No sólo los mexicanos sentimos repulsión, a veces injusta, por esta actividad. México es el hazmerreír universal; incluso la palabra político, así en español, es usada como un despectivo en los círculos norteamericanos. Adolfo Aguilar Zinser dice que casi todos nuestros próceres tienen un puesto en la mente, que es lo que realmente les interesa y avanzan hacia él pisoteando amistades, alianzas, normas, intereses superiores.
Los activistas ciudadanos son voluntarios. No buscan puestos y trabajan en su mayoría con sincero deseo de hacer bien al país. Reciben como compensación las alegrías y reconocimiento de quien hace un servicio generoso. Por supuesto que esto resulta muy ingenuo. Muchos pillos podrían utilizar esta buena fe para sus propios fines.
Pero los voluntarios van introduciendo un nuevo paradigma de comportamiento recto, de voluntad de servicio y patriotismo al que habrán que atender los nuevos líderes que surjan al cumplirse la transición.
Quien quiera avanzar y triunfar en una sociedad política mucho más competitiva y moralmente más exigente, deberá de parecerse más a los activistas ciudadanos que a los marrulleros políticos tradicionales.