Masiosare, domingo 1o de febrero de 1998



CUBA


Galo Gómez/Fotos: Pedro Valtierra


La isla en tres tiempos. 1982 y el gran cartel frente a la oficina de intereses del gobierno de Estados Unidos: ``Señores imperialistas, no les tenemos ningún miedo''. 1992 y la actitud frente al derrumbe del Muro de Berlín y el final de la URSS: ``Somos incorregibles, chico''. 1998 y el Papa: ¿cuántos miles de los cubanos que recibieron a Karol Wojtyla sabían rezar el Padre Nuestro?



La Habana 1982. No les tenemos ningun miedo.

La vida en La Habana es tranquila. Los gustos son sencillos, las satisfacciones grandes. Un refresco y un bocadillo en los hoteles Riviera o Habana Libre alegran la tarde de cualquier joven cubano. No hay gran turismo. En los hoteles se alojan diplomáticos, funcionarios de las repúblicas socialistas de Europa o latinoamericanos, académicos, artistas o militantes de la izquierda.

Afuera del hotel se juntan cada tarde algunas hermosas jóvenes cubanas a la caza de extranjeros. Una invitación a la cafetería, un paseo por la tienda para diplomáticos del hotel, unos jeans Pierre Cardin o unos cigarros, calman las ansias.

También están los del mercado negro. Son hombres jóvenes. Las transacciones no pasan de veinte dólares. Muchos ni siquiera se guardan los dólares en la bolsa. Piden al extranjero que les compre unos jeans o unos zapatos en la tienda del hotel. ``Es mercado negro, pero es menor y no significa fuga de divisas, los dólares que cualquier extranjero cambia por la libre, de todas formas van a parar a la tienda del Estado, ¿qué otra cosa pueden hacer con los dólares?'', explica con exactitud de economista un funcionario del Estado.

Los dólares son para eso. Para cumplir los deseos de consumo no realizados por la Revolución. Para lucir en el baile alguna prenda del ``capitalismo''. Fuera de eso, la vida está resuelta.

El Estado asigna las viviendas, en cada barrio hay un policlínico, la educación es para todos, no hay cuentas ni bancos ni créditos que ahorquen a nadie. Cada familia tiene su ``Libreta de Abastecimiento''. Una vez al mes hay que ir por azúcar, frijol, manteca, arroz, café, cigarros, puros. Cada semana tocan cinco huevos y un pan por persona. Cada diez días, con suerte, llegan el pollo o el ``picadillo de soya''. Es la misma con la que luego se instalarán los famosos puestos de hamburgesas, que los habaneros habrán de bautizar como las ``Mc Castro''. También está el ron. A una familia de cinco miembros le corresponden cada mes dos litros. Hay que ir con las botellas vacías y llenarlas en el expendio. O se puede optar por la cerveza: una caja por familia. Además de los productos de la libreta, cada dos días un niño cubano menor de siete años tiene derecho a un litro de leche. Los ancianos igual.

La ``libreta'' casi nunca alcanza. Pero resuelve lo indispensable. Aunque están las ``bodegas'' en cada barrio. Son pequeñas tiendas. Hay café, yougurt y croquetas. Antes de las ocho de la mañana están a reventar. Todos gritan: ``Dale con esa croqueta, vieja, que tengo prisa''. Y lo mismo en las heladerías. Un plato con tres bolas de helado y un pedazo de ``cake'' matan el hambre. O las pizzerías. Cada cubano tiene derecho a comprar dos. Son medianas, con mucha masa, mucho queso y grasosísimas. Y las ``Pilotos'', un gran invento. Las hay en todos lados, principalmente en Centro Habana y La Habana Vieja. Allí se vende ron a granel, aguardiente coronilla, cerveza y licor de menta.

Con el sueldo de dos profesionales una familia es prácticamente millonaria en pesos cubanos. Pero, como no hay mucho en qué gastar, las bodas son la gran oportunidad. Para eso está el Palacio de los Matrimonios. Quienes se casan pueden ir allí a comprar en pesos cubanos.

La Cinemateca es lo más exquisito en cine de arte. Allí están todas las películas de Europa del Este que o tardan o nunca llegan a las salas ``del capitalismo''. Pero es más divertido ir a cualquier otro cine, a ver alguna de pistoleros. La sala es un carnaval. No hay quien no tome partido y lo grite a los cuatro vientos. Es la misma emoción que los cubanos viven por la telenovela. Todos hablan hasta por los codos. Pero no hay mucho de qué hablar. Las noticias no abundan. El Granma parece más una gaceta de información agropecuaria: la zafra aquí y la zafra allá. El mundo exterior es un misterio. El sexo, la revolución, la película de las once y la telenovela de las nueve, son los grandes temas.

Cada tarde, como a eso de las siete, los cubanos se instalan a las puertas de sus casas. Un café, un dominó y toda la información de lo que sucedió en el barrio. Todos saben todo de todos. También están los Comités de Defensa de la Revolución, los famosos CDR. De ellos depende la ``defensa antiimperialista''. Cada cubano debe saber que allí combaten hasta las piedras. Que si la isla se hunde, se hunden todos. Por si hubiera alguna duda, el gobierno instaló un inmenso letrero en el Malecón, justo frente al edificio de la oficina de intereses del gobierno de Estados Unidos. El letrero advierte: ``Señores imperialistas, no les tenemos ningún miedo''.

La Habana 1992. Los incorregibles

Hace ya seis años que Mijaíl Gorbachov anunció que el socialismo era un lastre y había que reformarlo. Hace tres años que cayó el Muro de Berlín y hace dos que la Unión Soviética no existe más.

El socialismo cubano no estaba mal. La Revolución había alcanzado índices de salud, educación e igualdad, comparables con los de cualquier país desarrollado. Frente a la violencia y miseria de los países de la región, los cubanos parecían haber despegado por el sendero del desarrollo. Pero nada estaba seguro. El modelo cubano dependía demasiado de las lógicas de la guerra fría. No sólo de la lógica: para mantener los famosos ``logros de la Revolución'', dependía demasiado del dinero de los rusos. Esa había sido una parte clave del éxito. La otra cara de la ``ayuda'' soviética comienza a mostrarse crudamente ahora: los ``compañeros'' de la URSS habían actuado con Cuba como si fuera una colonia. Tuvieron casi treinta años para apoyar el desarrollo de una industria nacional, pero nunca les preocupó.

Ahora nada funciona. Han desaparecido las bodegas, las heladerías. La libreta sigue existiendo, pero ya resuelve muy poco. En los policlínicos no hay medicinas: ni analgésicos para calmar el dolor ni anestesia para las cirugías. En las casas hace años que se esfumaron las pastas de dientes y los jabones.

No hay gasolina ni repuestos para las máquinas ni los coches. Cualquier desperfecto, una simple tuerca, pone en jaque a toda la industria. Los buses colectivos se arrumban descompuestos. En cada esquina, cientos de cubanos se cuelgan de donde pueden si tienen la suerte de que pase algún camión.

El mercado negro de alimentos crece. Cada cubano improvisa soluciones. De la noche a la mañana todos son plomeros, electricistas, mecánicos, cocineros milagrosos que dan de comer a una familia entera con sólo una toronja: de la cáscara partida en cuatro y bañada en leche surgen cuatro milanesas.

En la fábrica de cigarros los desperfectos se resuelven con ingenio. La producción sigue, como se puede. La diferencia es que los trabajadores comienzan a pedir compensaciones por el esfuerzo extra. De la producción de cigarros cada trabajador se llevaba una parte a su casa. Esos cigarros se venden ``por la libre'', para disminuir las carencias familiares. Así funciona todo por algún tiempo. Los trabajadores son los principales interesados en que la falta de repuestos no pare las máquinas. Pero viene la orden: ``Por la libre, nada''. Las máquinas comienzan a fallar. ``Qué quieres que yo haga, hermano, si la tuerca no existe'', responde el cigarrero.

El calor y la humedad son ahora una amenaza. Como nunca. Indicio de que ciertos criterios deben cambiar. ¿Por qué no hay naranjas o leche, si se han visto montones de naranjas y de tambos de leche en las orillas de algunas carreteras fuera de La Habana? Se han podrido. No hay camiones frigoríficos. Los japoneses ofrecen trasladar los alimentos a los hoteles. Ellos pondrían los camiones y garantizarían que ningún alimento se pudriera. La oferta no prospera, por lo menos al principio. Entregar parte de la industria al capital extranjero es algo que no se hará de la noche a la mañana.

No hay cambios radicales, aunque la situación sea cada día peor. En este 1992 Estados Unidos acaba de aprobar la ``Ley para la Democracia Cubana'', también conocida como Ley Torricelli, que impone mayores restricciones al bloqueo vigente desde 1961: prohíbe los negocios con Cuba a las subsidiarias de empresas norteamericanas y niega la entrada a sus puertos a las naves que osen tocar puertos cubanos.

Gorbachov había viajado a la isla para convencer al régimen de que no quedaba más alternativa que la apertura. Desde el Comité Central le responderían que ese era también el camino hacia el derrumbe. Los hechos les han dado la razón.

Muchos otros habían llegado a la isla con mensajes de claudicación. Pero el régimen buscaría su propia sobrevivencia. ``Somos incorregibles, chico, los cubanos somos incorregibles'', comenta con cierto orgullo un mulato que acaba de conseguir una caja de puros para vender.

La Habana 1998. Tiempo de gracia

Las relaciones entre el régimen comunista y la Iglesia católica no estuvieron nunca del todo claras para muchos cubanos.

Mercedes tiene casi noventa años. Nunca ha salido de Cuba. Proviene de una familia católica. ``Eramos medio burgueses -dice- pero como muchos cristianos, estuvimos con Fidel. A mí que no me cuenten, yo los vi bajar de la sierra y traían a la virgen en el pecho.'' A Mercedes le gusta hablar, se ríe con ganas y le encanta recordar una anécdota para ilustrar que comunistas y católicos en realidad no entendían las diferencias entre unos y otros.

Cuenta que un sacerdote que vivía en Cuba y que simpatizó con la Revolución viajó al exterior invitado por otros católicos. En el lugar donde llegó todos querían saber qué estaba pasando en Cuba. Cuando le ofrecieron el micrófono para que explicara si el nuevo régimen era realmente comunista y anticatólico, el cura explicó: ``Estados Unidos nos acusa de comunistas porque en Cuba todos los niños comen y van a la escuela, porque todos tienen derecho a la salud, porque nadie se muere de hambre, porque somos un país libre. ¡Comunistas serán ellos que matan niños en Vietnam!''

En 1998 puede ser que la claridad no haya llegado, pero sí el ablandamiento, una cierta tolerancia ideológica que antes no se respiraba. El hambre, las carencias, el aislamiento, han hecho a los cubanos verse a sí mismos y al mundo de otra forma. Miami ya no es sólo un nido de la escoria: es la casa de los parientes. La Iglesia católica ya no es contrarrevolucionaria: se preocupa por los mismos grandes problemas que Cuba.

Finalmente, el país se ha abierto por la vía de la industria turística. Ya no se ve la escasez de 1992. Otra vez hay comercios, otra vez hay circulante. Pero ya no es igual: el dólar se ha impuesto como moneda fuerte y el turismo como la plaza donde conseguirlo. La vida fácil ha crecido alrededor de los hoteles. Un profesional gana un promedio de 15 dólares y debe pasar penurias para sobrellevar el mes. Una caja de puros robada o falsificada se vende en el mercado negro por 40 dólares.

Los dos extremos. Muchos jóvenes hallaron en el floreciente turismo el ingreso fácil. La otra Cuba está hecha de largas jornadas de trabajo, poco alimento y 15 dólares de sueldo al mes. Es la Cuba que vio con optimismo la visita del papa Juan Pablo II, la que se desbordó en las calles para recibirlo y llenó las misas para escucharlo. Pero también es la que no supo la manera correcta de arrodillarse, persignarse o rezar el Padre Nuestro. Es la que vio en el Papa la posibilidad del fin del bloqueo, la posibilidad de recuperar el sentido de una vida demasiado llena de sacrificios. La esperanza de un nuevo tiempo de gracia.

***

¿Por qué, a pesar de las penurias, Cuba no ha protagonizado una rebelión como se ha visto en otros regímenes autoritarios? Hay diferencias fundamentales entre las rebeliones por hambre y aquellas por dignidad. Tal vez Cuba nos remite a que las raíces de la obediencia y la rebelión no están sino en el valor que los hombres le dan a la imagen que tienen de sí mismos. En Cuba -y eso ha jugado siempre en favor del régimen- es la imagen de una nación soberana y digna frente a la agresión extranjera, la que sigue predominando.