MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
El círculo rojo
A Carmen Lira
Desde la puerta de la cantina, El Conan advierte que dos jóvenes ocupan su mesa. Resignado, se desvía hacia la barra donde Florentino prepara unas bebidas:
-Yo creo que ya no tardan en irse-. El comentario del cantinero alude a la presencia de los parroquianos desconocidos. ¿Te sirvo tu chela?
-Ya vas, Barrabás -responde El Conan. Se vuelve hacia los habituales que lo saludan y lo invitan a compartir sus mesas. El rechaza la oferta. Prefiere quedarse en la barra. Mirar la habilidad con que Florentino mezcla las porciones le recuerda los tiempos en que fue cantinero.
-Aquellos ya venían medio cuetes. A ver si no arman desmadre -comenta Florentino. El de camisa estampada advierte que él y su amigo son objeto de comentarios y no duda en retar al cantinero:
-¿Qué me miras? ¿Soy o me parezco?
Habituado a sortear las provocaciones, Florentino guarda silencio y destapa una cerveza. El Conan la vierte en el tarro helado y la bebe despacio.
-Orale, güey, te pregunté si soy o me parezco -insiste el agresor al que su compañero llama al orden:
-Siéntese mi Claudio: ¿qué onda con usté?
-Es que me cae gordo que aquel se nos quede viendo como si tuviéramos monos en la cara. Digo, ps tampoco... -Claudio vuelve a sentarse y acepta el brindis que le propone su acompañante. -Salud mi Rafa. A ver, mi buen, dígame: ¿somos o no somos?
-No, pos eso sí: de que somos, somos-. Rafael acompaña su respuesta con una carcajada que se impone a las conversaciones y el ruido de las fichas que azotan los jugadores de chingona y dominó.
Un mesero, al que todos apodan El Chapulín, se acerca al Conan para informarle que la mesa próxima a la que siempre ocupa quedará libre en un minuto:
-¿Te la limpio, campeón?
-Orale, y abusado: ya te dije que no me andes diciendo así.
Sin prestar atención a las risitas provocativas de Claudio y Rafael, El Conan ocupa la mesa donde el anterior cliente dejó abandonado un periódico de nota roja abierto en la sección de anuncios. La oferta de pastillas mágicas para aumentar de estatura, cremas blanqueadoras, colchones de agua y amuletos eróticos provocan la risa del Conan. Es suficiente para que Claudio enfoque sus baterías hacia él:
La provocación se hace más evidente cuando Rafael gira en su silla para mirar de frente al Conan y apuntarle con el índice, como si se tratara de una pistola:
-Muérete, güey.
El Conan mueve la cabeza fastidiado y luego regresa a la página de anuncios que termina en la sección de horóscopos. Un círculo de tinta roja encierra la casilla de Sagitario. Es su signo y seguramente también el del anterior ocupante de la mesa. La coincidencia redobla su curiosidad y lee: ``Será blanco de provocaciones: manténgase alerta. Controle sus impulsos. Es buen momento para viajar. El 8 es su número de la suerte. Mejorarán sus relaciones con Tauro''.
El Conan apenas puede reprimir el impulso de pronunciar el nombre de Estela. La posibilidad de volver a verla acelera los latidos de su corazón. Pide otra cerveza y relee: ``Mejorarán sus relaciones con Tauro''. Está seguro de que así será. Ya no existen las causas que destruyeron su relación; para empezar ya no lo rodean los falsos amigos. Los recuerda como una multitud sin rostro, ciega, idéntica a la otra: Mátalo, mátalo... El eco de aquellas voces lejanas lo estremece. Necesita beber para escapar de la sensación y repite el pedido en voz alta:
-Chapulín ¿qué pasó con mi cerveza?
Claudio encuentra en la frase el pretexto para seguir con sus provocaciones y, sin apartar los ojos del Conan, ordena también:
-Chapulín, atiende al señor y ponme en mi cuenta su chela.
Cesan las conversaciones. Se escuchan aislados el golpe de una ficha, el arrastre de una silla, el timbre del teléfono que Florentino se tarda en contestar. El Conan siente las miradas de los parroquiano, adivina que contienen el aliento en espera de que actúe como lo que es: un campeón. A fuerza de resistir y dar golpes se ganó ese título; a cambio perdió a Estela. Ocurrió hace nueve años y aún sigue doliéndole su ausencia allí, en la boca del estómago donde antes anidaron el dolor, el deseo de triunfo y la ferocidad que hoy despierta en él ante la mirada vidriosa y cínica de Claudio.
El Conan sabe que bastaría un golpe -Acuérdate, muchacho: si quieres acabarlo, mete la izquierda- para derrotar al hombre que sigue esperando su respuesta -En esta esquina, de 49 kilos- y conserva en los labios una expresión triunfal -Hay que ver la sonrisa de satisfacción que ilumina al Conan al comprobar que el retador queda fuera de combate por la vía del cloroformo- que desaparecerá por el impacto de su puño izquierdo -Mátalo, mátalo.
Claudio parece leer los pensamientos del Conan y se pone de pie. Rafael le pide que vuelva a su sitio. La sugerencia, lejos de tranquilizarlo, aumenta la irritación del provocador:
-Desde que entró, ese güey me cayó mal. Se siente como muy acá, como no sé qué. Pos a ver si es tan chingón... El Conan se levanta. -Ya era hora, cabrón, hasta pensé que eras puto...
El Conan ve que los parroquianos se repliegan para dejar el espacio libre. -Fuera seconds- disfrutando por adelantado su triunfo, se pone de pie y aparta la mesa con un movimiento brusco. Cuando El Conan evita que el mueble caiga alcanza a ver el circulito que señala en el periódico la casilla de Sagitario. Camina en dirección a su contrincante pero no se detiene a contestar el reto. Mientras avanza rumbo a la puerta mira la decepción en los rostros de sus conocidos, oye los insultos de Claudio y los esfuerzos de Rafael para convencerlo de que no lo persiga:
-Deja que se largue. No vale la pena que te ensucies las manos con un cobarde.
Según se aleja de la cantina, El Conan disminuye la velocidad de sus pasos. Le divierte imaginar los comentarios que estarán haciendo sus conocidos para explicarse su huida. La reflexión lo lleva a preguntarse cómo lo recibirán mañana: Florentino y El Chapulín le harán bromas, los demás tal vez lo miren con burla y resentimiento. Algunos quizá le retiren la palabra.
Al pasar frente a un puesto recuerda el periódico que encontró en la mesa de la cantina. Piensa con simpatía en el hombre que lo olvidó. De no ser por él, jamás habría leído los pronósticos para Sagitario y tampoco hubiera recobrado la esperanza de volver con Estela.
La certeza del reencuentro se desvanece apenas entra en su cuarto y mira las paredes, recubiertas con las fotografías de sus antiguos triunfos. Son cientos. Tendrá que apresurarse a quitarlas y destruirlas antes de que Estela regrese. ``¿Cuándo?'' La respuesta es una gota de agua. Su tamborileo en el lavabo es menos fuerte que los latidos de El Conan. Cierra los ojos, se concentra para recordar los presagios de su horóscopo: fue verdad lo de la provocación, tiene que serlo también la otra parte: mejorarán sus relaciones con Tauro. ``¿Cuándo?'', pregunta otra vez. El vacío que abre la falta de respuesta se llena con el rumor del papel al tiempo que El Conan arranca la primera foto.