A los hermanos de Acteal que ofrendaron su vida por un México nuevo.
Después de la masacre de Acteal que conmovió e indignó a todos los mexicanos y al mundo, debemos trabajar arduamente en favor del diálogo y la reconciliación nacional. Para ello, es necesario que el Ejército salga de las comunidades indígenas y el desarme de los grupos paramilitares. Es necesario que se concluya la investigación de los hechos sangrientos de Acteal y se castigue a los autores materiales e intelectuales. Es necesario que los funcionarios de Gobernación y el nuevo comisionado inicien un verdadero diálogo con el EZLN, la sociedad civil y los representantes de los pueblos indígenas. Es necesario que, de manera inmediata, se envíe a la Cámara de Diputados la iniciativa de reforma consti- tucional derivada de los acuerdos de San Andrés Larráinzar sobre derechos y culturas indígenas. Los últimos pronunciamientos del presidente Ernesto Zedillo en Kanasín alientan una luz de esperanza para el inicio de un verdadero diálogo.
Afortunadamente, las marchas multitudinarias que se realizaron los días 12 y 24 de enero mostraron una sociedad civil mexicana comprometida y solidaria con la dignidad y la justicia que reclaman los pueblos indígenas. El lema ``Nunca más un México sin nosotros'', que acuñó el Movimiento 500 años de Resistencia Indígena (en 1992), es ahora un lema que comparten muchos sectores de la sociedad mexicana.
Corresponde al sistema político mexicano y a la sociedad toda asumir este reto, esta demanda ancestral de los pueblos indígenas por una participación plena en la vida del país. El gobierno necesita pasar del discurso a la congruencia en los hechos. Necesita corregir omisiones y desviaciones. Por ejemplo: cabe preguntarnos, ¿cuánto de la riqueza que se extrae de las regiones indígenas, regresa para promover el desarrollo comunitario? o bien, ¿qué tanto la sociedad mestiza conoce la realidad indígena, más allá de los discursos políticos, teóricos, académicos, incluso religiosos y humanitarios? Para muchos mexicanos, hay que decirlo, hablar de indios es cosa del pasado.
De manera particular habrá que señalar que en 50 años de existencia, el Instituto Nacional Indigenista (INI) no ha formado los cuadros técnicos indígenas para transferir la dirección del instituto a manos de los propios indígenas, situación que refleja en el fondo una actitud paternalista y asistencialista. Las demás instituciones de los gobiernos federal y estatales, históricamente se han desentendido de los pueblos indígenas como sector social con sus propias particularidades culturales y lingüísticas: por muchos años, todo asunto relacionado con los pueblos indígenas era turnado automáticamente al INI para su atención. Por su parte, los técnicos (agrónomos, médicos, economistas, antropólogos, etcétera) jamás se han interesado por el aprendizaje de los idiomas indígenas para establecer una mejor comunicación y el diálogo intercultural que favorezca la planeación del desarrollo comunitario que, en última instancia, refleja el colonialismo interno. La educación indígena (desde su creación en 1964) sigue siendo un proyecto marginal dentro del sistema educativo nacional que, a la postre, genera desconocimiento de la diversidad cultural y lingüística en la sociedad mexicana. La creación del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas que el Ejecutivo federal promovió en el sexenio pasado, sigue siendo un proyecto congelado. La presidencia de la Comisión de Asuntos Indígenas de la Cámara de Diputados se usa como prebenda política y no para la designación del representante indígena que defienda los intereses de los pueblos indígenas en la propia Cámara. Los partidos políticos alientan las voces indígenas en sus campañas de proselitismo, pero se olvidan de los pueblos indígenas una vez que acceden al poder. Las universidades del país continúan con un proyecto educativo que ignora la realidad multiétnica, lingüística y sociocultural del país.
Sólo atendiendo las anteriores omisiones, incongruencias y olvidos por parte del Estado y la sociedad mexicana, podremos empezar a establecer un nuevo trato, una nueva relación con los pueblos indígenas. Sólo con esta nueva actitud estaremos iniciando el diálogo y la reconciliación nacional para que nuestros pueblos nunca más sean olvidados por el México moderno.
Por último, debemos reconocer que los pueblos indios irrumpieron en la conciencia de la sociedad mexicana para quedarse: a partir de ahora el aporte de su opinión debe ser permanente y su impacto en la transición mexicana debe ser cada vez más notorio, así como su participación justa e igualitaria en los tres poderes de la unión y en los tres niveles de gobierno, es la única garantía de paz con dignidad y justicia.