Primer error: creer que Asia está en crisis y que por ello se viene la debacle petrolera.
Los países que han tenido devaluaciones en Asia son una minoría y su economía también lo es. Su peso en el consumo petrolero no es tan importante como para causar los efectos que se le atribuyen. Estos países, en 1996, consumieron el 30.8 por ciento de la demanda de la región Asia-Pacífico, de la cual se excluyen la parte asiática de Rusia y el llamado Cercano Oriente. En comparación con la demanda mundial, sólo consumieron el 8.1 por ciento. Su baja de consumo tampoco será tan drástica, dado que son países con una economía muy exportadora: recordemos que aquí, durante la crisis posterior a las devaluaciones de diciembre de 1994 y siguientes, el consumo eléctrico aumentó bastante, y aunque el consumo de gasolina sí se estancó, las plantas eléctricas demandaban combustibles.
En 1996, año de aumento en los precios del petróleo, la demanda petrolera de estos países con devaluación reciente subió sólo 4.8 por ciento frente a un promedio de 13.0 por ciento anual en el periodo 1990-1996. Pero pesó más el que China aumentara en ese mismo año su demanda en un 6.5 por ciento, India en un 5.5 por ciento y, fuera de esa región, Estados Unidos --que consume una cuarta parte del petróleo del mundo-- tuviera un aumento en la demanda petrolera, en el mismo 1996, del doble que el promedio de los cinco años anteriores.
Segundo error: frente a esa supuesta debacle, recortar el presupuesto.
El recorte presupuestal no sólo tiene un efecto directo de freno en la economía. La frena también indirectamente, desalentando e incluso ahuyentando a una parte de la inversión privada. Incluso la Bolsa anda mal desde el famoso anuncio del recorte. Se reducen las compras y contratos del sector público a empresas privadas pero, además, el temor a nuevos recortes, con las mismas o mayores consecuencias, hace que los inversionistas volteen a ver a otros países. No se había dado una alarma por la baja del precio del petróleo, que no es una baja permanente ni de largo plazo, sino hasta que se anunció el recorte. El debilitamiento del flujo de inversiones al país contribuye a que suba el dólar, y esto último acelera el aumento de los precios. No se trata de desequilibrar el presupuesto, sino de suprimir exenciones de impuestos injustificadas, como las que se otorgan al sector financiero además de destinarles una fortuna en rescates, para no tener que meter tijera presupuestal.
Tercer error: creer que con este recorte se reduce el aumento de precios.
Ya vimos cómo el aumento del dólar favorece aumentos en los precios, pero, además, lo vemos cada que vamos a la farmacia o a las compras del día o de la semana. Claro que los aumentos que para este gasto pueden representar, digamos, un 20 por ciento más, gracias a la moderna tecnología impactan al índice oficial de precios en algo así como un 0.001 por ciento. Ahora que, para deprimir más la demanda, se podría subir el IVA al 20 por ciento, y luego decir que no haber tomado la medida hubiera llevado al país al caos.
Confiemos en que a todo esto sigan los aciertos de febrero: impulso a la inversión productiva y en proyectos de largo plazo; más inversión pública, y con mayor eficiencia, en infraestructura y en áreas estratégicas; apoyo a la investigación y desarrollo tecnológico, y fortalecimiento del mercado interno, entre otros.