Carlos Bonfil
Sólo una noche

Los juegos del amor y del azar. En Sólo una noche (One night stand), cinta del realizador Mike Figgis (Sospecha mortal, Liebestraum y la estupenda Adiós a LasVegas), la ciudad de Nueva York es escenario omnipresente de los encuentros y desencuentros sentimentales, y de las artes combinatorias de cuatro personajes, Max Carlyle (Wesley Snipes), Vernon (Kyle McLachlan), Karen (Nastassja Kinski) y Mimi (Ming-Na Wen), observados todos, desde su lecho de agonía, por un enfermo de sida: el joven Charlie (Robert Downey Jr.).

Mike Figgis, quien además de dirigir escribe y musicaliza la cinta, propone cinco protagonistas que de alguna manera resumen y encarnan un estado de ánimo colectivo, el espíritu de una época, el desasosiego moral en los tiempos del sida. En apariencia, el tema central es la infidelidad, pero desde el principio de la cinta, desde la primera plática de Max y Charlie, el director se aleja de esa perspectiva reduccionista. La preocupación manifiesta parece ser la incomunicación amorosa. No tanto la traición conyugal, tema harto trillado en el melodrama y la comedia sentimental, sino algo más perturbador, la exploración abierta del placer sexual fuera de la pareja, experiencia que sacude (y llega a anular) cualquier certidumbre afectiva.

Al azar de las circunstancias (encuentros accidentales en una ciudad que a la vez los propicia y los hace inimaginables), Figgis opone personajes rígidamente delineados (un negro, una asiática, dos anglosajones, una alemana) encaminados a un destino que los separa y reúne caprichosamente. Contrastes raciales y contrastes geográficos. (Nueva York, lugar de la dispersión y el peligro; Los Angeles, sitio donde paradójicamente se ubica la armonía conyugal.) Hay otro contraste no menos importante: mientras para cuatro personajes se proyecta confusamente un futuro inesperado de vida afectiva, para otro (Charlie, el observador desahuciado) se prepara la salida definitiva, que acepta con lucidez sorprendente: ``No me arrepiento de nada, estoy aterrado, pero también fascinado por lo que viene después''.

La fotografía de Declan Quinn (Adiós a Las Vegas) alterna imágenes en color y el blanco y negro de fotos fijas en una oposición de épocas distintas -el presente incierto de Charlie y una época más feliz de ambiguas complicidades afectivas con su amigo Max (Snipes). Al relato de una pasión amorosa heterosexual lo complementa el refinamiento de la solidaridad amistosa que crece entre Max y Charlie, el compañero gay, a medida que el desenlace fatal se precisa. A este sentimiento franco se opone la confusión de Vernon (McLachlan), incapaz de superar sus prejuicios frente a la enfermedad del hermano. Los personajes femeninos viven situaciones similares de precaria estabilidad emocional, y todo parece disponerlas a crisis y replanteamientos amorosos que se deciden lejos de la cámara, de manera elíptica, casi siempre alusiva.

Mike Figgis no oculta en esta cinta su sólida formación teatral. Lo previsible de algunas situaciones, o su carácter, para algunos espectadores inverosímil, no le resta eficacia a un guión de vigorosa construcción dramática. La acción no transcurre en una sola noche, pero los sucesos de una deciden el destino de los personajes. En un momento de la cinta, el hermano de Charlie medita apesadumbrado a propósito de la suerte del enfermo: ``Esto no debió haberle ocurrido a él''. Y la reflexión parecería hacerse extensiva a la suerte de los demás personajes, cuyas existencias también se ven transformadas por algo que ocurre inesperadamente, sin intervención muy voluntaria de las personas afectadas. La pasión amorosa y la fatalidad de una transmisión patológica irreparable aparecen extrañamente asociadas. Lo que no debería ocurrir termina sucediendo, inexorablemente. Esta concepción de cineasta quedaba ya plasmada en Adiós a Las Vegas, relato enfebrecido donde la obsesión sexual y amorosa encontraba una correspondencia en la adición alcohólica, y viceversa.

El planteamiento de Sólo una noche es más sugerente y complejo. A la descripción de la pasión amorosa la enriquece y matiza la observación social del director. Es difícil no vincular la propuesta temática de la película con la radiografía de una moral social en continua transformación, que permite abordar sin rodeos temas antes tabúes como la homosexualidad, el adulterio, el aborto, el matrimonio abierto (los swingers y sus prácticas de intercambio de parejas), la bisexualidad soterrada, etcétera, ni dejar de relacionarla con el apetito de escándalo que fomentan los medios respecto a la infracción sexual y cuya expresión más evidente (y patética) la brinda hoy en Estados Unidos el merodeo público en torno de la vida privada de un presidente. Sólo una noche (en inglés One night stand: un acostón, una aventura, un ligue), transforma un encuentro casual en el barómetro de conductas sociales que dejaron de ser cuestionables para volverse simplemente sintomáticas.

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