Guillermo Almeyra
Cuba: raíces culturales y democracia

Al analizar la visita del Papa se han subestimado dos cosas. En primer lugar, que una apertura en el campo religioso (y, por lo tanto, en el de la libertad de prensa y de reunión) no podrá limitarse a la Iglesia católica sino que, de un modo u otro, favorecerá un mayor pluralismo a nivel ideológico y político y, además, una discusión más abierta en el seno del establishment. En segundo lugar, que en éste se reforzarán los que, a la china, unen su pragmatismo en el campo económico con un oportunismo político que tiende a aceptar valores y ``soluciones'' que integran el mismo paquete con las inversiones extranjeras. O sea, que los burócratas y tecnócratas que esperan reciclarse en y con el capitalismo mundial fortalecerán su cohesión como núcleo in pectore de una nueva clase capitalista nativa, no dominada por los de Miami (en todo caso, aliada a ellos y a Wall Street, pero desde posiciones de fuerza que les puede dar su renta de posición política, su dominio actual en el aparato estatal).

Pero la consecuencia, a mi juicio, más importante (y más favorable para la democracia y el mantenimiento de lo que queda de las conquista de la revolución) es el reingreso de Cuba a la corriente cultural fundamental que contribuye a la identidad nacional y que es determinante en la historia de sus revoluciones por la independencia y alimenta su antimperialismo.

La isla, en efecto, combina la influencia cultural africana y antillana (del Haití de Toussaint L'Ouverture y de Pétion) con sus poderosas raíces europeas occidentales (dentro de las cuales, como subproducto, figura la gran influencia democrática jeffersoniana que viene de Estados Unidos y que es una expresión americana de éstas). Los cubanos son hijos tropicales de los griegos y del pensamiento judeo-cristiano, filtrado por el iluminismo y las revoluciones democráticas europeas. Y su liberalismo radical, a la Martí, empalma con las bases anarquistas de su movimiento obrero y de los primeros comunistas (pues los anarquistas, se ha dicho, son ``liberales con 40 grados de fiebre''. El tenebroso y ritual pensamiento que el despotismo asiático vestido de burocracia ``comunista'' presentaba como marxismo, iba y va a contrapelo de la cultura cubana, la secaba y congelaba. Por eso, hay que saludar que, aunque de mal modo y por mala mano, el país se vuelva a encarrilar por su senda cultural histórica que es la única capaz de liberar conciencias y voluntades, de dar base teórica a las influencias libertarias, de sustentar una democracia revolucionaria, autogestionaria, quitándole legitimidad a quienes trabajan, conscientemente o no, para desviar el país desde un capitalismo de Estado con arbitraria y veleidosa dirección burocrática hacia un capitalismo de mercado tout court.

Lo terrible es que Cuba haya debido esperar a que el Papa, que fue y es un cruzado del anticomunismo antes, durante y después de su visita, lograra garantías y una apertura sobre todo para la derecha y organizara el núcleo (la jerarquía católica) de una oposición pacífica y legal que lucha por una abierta transición al capitalismo. Lo trágico es que los revolucionarios y socialistas democráticos no hayan podido crear un eje sólido y claro para la alternativa, o sea, no para una transición al socialismo (el cual no se logra en un solo país y, mucho menos, en una isla pobre y destruida como Cuba), sino a un funcionamiento del mercado pero con fuertes restricciones políticas igualitarias y un Estado activo y democrático. Lo dramático es que el régimen haya preferido, con su realpolitik, abrirse a la derecha cinco minutos antes de medianoche, cuando no tenía ya más remedio que hacer una apertura, en vez de fomentar una alternativa de izquierda en la lucha, a la vez, tanto contra los agentes descarados del capital extranjero como contra los tecnoburócratas dispuestos a concertacesionar con éste. Por lo tanto, lo primero ahora, además de liberar a los presos y de dar el máximo de facilidades para la libre expresión de todas las opiniones, es editar y popularizar todo los escritos inéditos del Che, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Gramsci, Benjamin, Bloch y todos los ``herejes'' del socialismo y emprender una libre crítica de la hasta ahora ideología oficial, no para hacer tabla rasa de todo lo anterior, sino como indispensable obra de desintoxicación y de apertura socialista. Tampoco estaría nada mal si se abriera un debate sobre socialismo y autogestión, y sobre el carácter del Estado en la mundialización y en la lucha por una democracia social.

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