José Steinsleger
Queda la palabra

``Matáronse hasta mil e quinientos o dos mil indios y alanceáronse otros muchos, y prendiéronse algunos, de los cuales mandé cortar hasta doscientos las manos y narices, en rebeldía de que muchas veces les había enviado mensajes y hécholes los requerimientos que V.M. manda.''

Pedro de Valdivia, conquistador de Chile

Con amargura, donde Fernando Benítez se ha preguntado cuán útiles habrán sido todos sus libros y artículos en favor de los indios de México.

Algo similar al sentimiento de Benítez (que es el de millones de personas) tuvo lugar hace algunos años en La Habana, cuando en el transcurso de una reunión sobre literatura antillana el dramaturgo Pacheco Donacasse (nacido en Bonaire y residente en Curacao), dijo que se sentía ``pequeño, desconocido y triste''.

``Sucede que mi pequeño país se está dividiendo en varios pedacitos...'', dijo Donacasse. Pero no pudo continuar porque se echó a llorar como un niño y no bastó el aplauso solidario de todos los presentes para deshacer el nudo en aquella garganta. Pacheco Donacasse escribe en papiamento como única manera de llegar a su pueblo.

Pese a ser conocido y escribir en español, Fernando Benítez parece haber experimentado igual impotencia: la recurrente sensación de que la palabra es insuficiente para acabar con el horror.

Quizá, la respuesta a esta lúcida, pero al fin dolorosa duda, podría encontrar consuelo en la respuesta que hace un tiempo el padre Chinchachoma, brindó a un periodista del diario El País, que le preguntó si acaso la palabra tiene fuerza suficiente para redimir las almas perdidas.

Chinchachoma, quien desde hace más de 25 años trabaja con las niñas y los niños de la calle del Distrito Federal, respondió:

``La palabra es suficiente para todo. El mundo estará lo podrido que quieras, pero la palabra tiene más fuerza que toda la mierda...''

Cuando Benítez era joven, Malcolm Lowry, inglés con ojos de lince, escribió:

``Aquel corazón que México toque, no hallará la paz en ningún lugar''.