La Jornada sábado 27 de diciembre de 1997

Luis González Souza
¿Masacre en México?

Suena drástico, pero quizá no lo es. Si prosigue impunemente todo lo que condujo a la masacre de indígenas en Acteal, Chiapas, ésta pasará a la historia como el detonante de una masacre mayor: la de todo México. En vez de transitar a la democracia, nuestro país quedaría hundido en la jungla de la ingobernabilidad total y de las muertes sin fin.

Desde el mirador neoliberal, la empresa México, SA, quedaría por fin lista para su privatización y venta al mejor postor; pedazo a pedazo, o como un jugoso paquete de todos los pedazos. Entonces acabarían de mover a risa las ``preocupaciones'' por la soberanía nacional de quienes no han hecho sino pulverizarla. Particularmente esa ``preocupación'' que ha llegado al absurdo de declarar a las protestas internacionales contra la masacre de Acteal, ``un inaceptable acto de injerencia en los asuntos internos de México'' (comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores, divulgado por la prensa el 26/XII/97). Inmejorable perla de la soberanía dictatorial, es decir, aquélla que se utiliza como salvoconducto para cometer las peores fechorías. Y vaya que lo es la masacre de Acteal.

Hoy los asesinatos ocurrieron en esa pequeña comunidad del municipio chiapaneco de Chenalhó, pero como van las cosas, mañana podrían ocurrir en cualquier otro lugar de México. Hoy la infamia fue contra un grupo de indígenas (45 asesinados y un número todavía indeterminado de heridos y desaparecidos); mañana podrá ser contra todo tipo de mexicanos. Los requisitos para que así sea son cada vez más sencillos, terriblemente sencillos: 1. Insistir tenazmente en el cumplimiento de demandas tan elementales como las que se resumen en el derecho a una vida digna; y 2. Aparecer ante los dueños del poder como demandantes indefensos.

Para colmo, es probable que la exposición a una masacre ya ni siquiera necesite del segundo requisito. Los asesinados en Acteal contaban con cierta fuerza y protección, sobre todo de orden moral. Contaban con la misma fuerza que ha ido acumulando el movimiento indígena alrededor del EZLN. Y contaban con la protección que deriva lo mismo de organizaciones civiles en busca de la paz, que de medios de comunicación atentos a la injusticia y explosividad acumuladas en Chiapas. De ahí las numerosas e inmediatas protestas en el mundo por la matanza de Acteal: desde organizaciones internacionales de diverso tipo (ONU, Amnistía Internacional, Médicos del Mundo) hasta voceros gubernamentales de muchos países (incluido Estados Unidos), pasando por incontables medios periodísticos.

Aun así, la masacre de Acteal fue desfachatadamente preparada y consumada. Con mayor razón, entonces, cualquier grupo de mexicanos que carezca por completo de fuerza y protección está expuesto a su exterminio. Y el México de hoy sigue plagado de ciudadanos indefensos, carentes de la más mínima organización.

De modo que el hundimiento de México en una vorágine de masacre ya es una posibilidad terriblemente tangible. La insensibilidad e incapacidad del clan gobernante parece llegar al punto de sólo responder con balazos a las demandas más elementales de la población. En este caso de la población chiapaneca, pero en rigor demandas de muchísimos mexicanos y mexicanas: tierra, vivienda, empleo, salud, educación, seguridad, respeto, canales de participación, autonomía y muchas otras modalidades de la libertad.

Silencio o muerte, resignación o masacre, se perfilan como la divisa gubernamental. Y eso en un país como México, con una cultura revolucionaria como la nuestra (si bien hoy soterrada), francamente equivale a jugar con fuego. Por ello, masacres como la de Acteal (y poco antes la de Aguas Blancas, en Guerrero) deben terminar de inmediato.

El conflicto de Chiapas, que en el fondo es el conflicto de todo México, debe resolverse de una vez por todas, en la única forma en que realmente puede resolverse, y no sólo paliarse o posponerse. Esa forma hoy lleva el nombre de transición a la democracia. Y urge culminarla, antes de que termine por degenerar en transición hacia un México autoinmolado, masacre tras masacre. Para, entonces sí, acabar de venderlo retazo a retazo.