Ya se está haciendo costumbre: otro fin de año sórdido, siniestro y sangriento. Nuevos errores de diciembre, acumulados a los del resto del año. Malas noticias en las cañadas, malas noticias en las selvas, y en los bosques y los valles. Y con esa perversa facilidad que tienen las malas noticias para cundir como un virus, las hay también en otros ámbitos: malas noticias en las escuelas artísticas, malas noticias en el Imcine, malas noticias en los festivales, malas noticias en las orquestas. En esta época del consumo desaforado y de la paz fraternal empujada por decreto (ambos elementos muy útiles como cortina de humo), hay alarma en el cuadrante radiofónico: se anuncian o se sugieren aquí y allá noticias que, siendo neutras aún, tienen grandes posibilidades de convertirse en malas, muy malas.
Se da a conocer que un grupo empresarial con gran participación en el discurso actual de la comunicación ha adquirido el grupo de radiodifusoras formado por RadioActivo, Pulsar y la XELA. En sí misma, la noticia es neutra, pero cuando viene acompañada con insistentes (y aún no confirmados) rumores de que entre los planes inmediatos está el cambio radical del perfil de la XELA, se encienden los focos rojos y es momento de pensar en botar al agua las lanchas salvavidas. Me explico: lejos de mí la intención de defender a ultranza a la XELA, estación paleolítica, si las hay, que a lo largo de más de medio siglo se ha rehusado a progresar o a actualizarse. Defiendo, sí, alarmado y preocupado, la existencia continuada de frecuencias radiofónicas dedicadas a la difusión de la música de concierto de México y el mundo. Bronco, Bandido y Los Bukis no necesitan quién los defienda; Machaut, Mahler y Márquez sí.
Ante la anunciada desaparición del actual perfil de la XELA (que hace unos años perdió ya su espacio en frecuencia modulada), me atrevo a especular que con esa estación podría hacerse lo que en su momento no se realizó, por falta de voluntad, con Estereomil: refundarla y transformarla a fondo, desde sus cimientos hasta la punta de su antena transmisora, en vez de desaparecerla y convertirla en ranchera, grupera, rockera, salsera, baladera o cualquier otra cosa igualmente redundante. Al hacer esta especulación, sin embargo, no dejo de considerar los imperativos financieros de las radiodifusoras comerciales, y me pregunto: ¿es nuestro ámbito cultural tan paupérrimo en ideas, tan mezquino en propuestas, tan cabalmente neoliberal, que no cabe en él una buena estación comercial de música de concierto? Aún insistiendo en que a la XELA le hace falta antes que nada un embalsamador, seguido de un enérgico borrón y cuenta nueva, su posible desaparición sería otro golpe mortal para el escaso pero recalcitrante segmento del auditorio que alimenta sus oídos y su espíritu con la música de concierto.
La alarma a este respecto es aún más grave si se considera que todo eso viene acompañado con un rumor insistente: se dice que se dice que como parte de la política de adelgazamiento de la empresa pública, la Secretaría de Gobernación se va a desprender muy pronto de las estaciones de radio que forman el Grupo Imer. Por una parte, enhorabuena: ya es tiempo de que el Ministerio del Interior saque definitivamente sus vigilantes y obcecadas manos de los medios de comunicación. Por otra, es de suponerse que la empresa privada que adquiera el Grupo Imer procederá de inmediato a desmantelar Opus 94 (otra estación de música de concierto cuyas políticas de programación y difusión son bastante cuestionables), para convertirla en paraíso de la nota roja o en vehículo de glorificación de los Ratones Verdes y su quinto lugar mundial, o en escaparate de los talentos musicales de los egresados ilustres de El Calabozo, Al ritmo de la noche o Sábado Gigante.
Dicho de otra alarmante manera: existe una posibilidad muy real de que en el corto plazo el cuadrante radiofónico de la ciudad de México pierda casi al mismo tiempo las dos únicas estaciones que dedican por entero su espacio a la música de concierto. Ante esa terrible posibilidad surgen dos preguntas importantes. ¿Se- rían capaces Radio Universidad y Radio Educación, con sus pautas de programación tan diversificadas, cubrir el vacío de música de concierto dejado por XELA y Opus 94? La respuesta es un rotundo no. ¿Existirán en México empresarios con la visión y las agallas para apostar a la música de concierto, sus creadores y su público, y para renovar las propuestas radiofónicas de las estaciones mencionadas? Ya lo dijo Bob Dylan mucho antes que yo: la respuesta, mi amigo, está en el viento. Y a últimas fechas, nuestros vientos han estado soplando fríos, dañinos y ominosos.
Posdata para documentar el optimismo: mientras escribo esto, me llega otro dato alarmante: se prepara la inminente privatización del Canal 11... ¡Auxilio!