Miguel Barbachano Ponce
Diosasdel amor

El amor comienza a tomar forma como género cinematográfico cuando Mary Pickford estremece a los espectadores con The mending of the nets (1912). Para entonces, el cine danés había dado curso libre a la vamp (Teodosia Goodman, mejor conocida como Theda Bara) y el cine italiano a la diva (María Jacobini, Terribili González) ambas rencarnaciones cinemáticas de las mujeres que agitaban las páginas de la literatura romántica.

La primera guerra (1914-1918) aniquila aquel ardiente periodo cinematográfico, recogido en películas como Los morfinómanos, Los espiritistas, Sueños de opio, las tres del danés Holger Madsen. Cuando la paz retorna a los hogares, el cine estadunidense toma el mando en los asuntos del amor, más allá del cowboy que prefiere a su caballo en vez de la dueña del Saloon, gracias a varios guionistas de talento, entre ellos Anita Loos, y al genio de dos escritores, Vicente Blanco Ibáñez y Elinor Glyn. Sus plumas crean inolvidables parejas para el celuloide, como John Gilbert y Greta Garbo en Flesh and the devil (1927), o Rodolfo Valentino y Alla Nazimova en Camille (1921).

Sin embargo, sería necesario volver la mirada hacia los trabajos de Frank Borzage (Humoresque, El séptimo cielo) y Charles Chaplin (La quimera del oro, con Georgia como protagonista) para tener un panorama cabal del amor en el cine de aquella época de jazz y locura. Sin olvidar, ¡claro está!, a Von Stroheim y su película Foolish wives (1922), seis horas de seducción, infidelidad y sexo (reducidas posteriormente a dos) para clausurar honestamente la visión de aquella segunda década.

Durante los años 30 -tiempo de depresión y violencia; sonorización, estudios y géneros cinematográficos- el amor toma forma en las pantallas a través de dos diosas: María Magdalena Dietrich y Greta Louissa Gustafsson. A la divina Marlene le debemos memorables encarnaciones, entre otras Lola-Lola, cuyas excitantes tonadillas conducen al profesor Unrath a la muerte en El ángel azul; la espía Mata Hari en Dishonored, Shangai Lily en Shangai express. Si la Dietrich representó el misterio y la seducción, la Garbo fue la revitalización de las heroínas sentimentales del pasado: Queen Christina, Anna Karenina, Ninochka.

Pero no sólo Marlene y Greta conmovieron a los cinéfilos de los 30. Existieron otras stars capaces de trastornar sus corazones: Jean Harlow -conocida como The blonde bomb shell-, Mae West, Bette Davis, Paulette Goddard (la muchacha hambrienta y ambiciosa de Modern times), Fay Wray (la belleza que enajena a King Kong).

El público de los 40 se estremeció con dos representantes del Olimpo: Ingrid Bergman y Rita Hayworth. La Bergman rencarnó en los fotogramas a tres turbulentas mujeres. Primero en Casa Blanca, al lado de Humphrey Bogart; dos años más tarde en Gaslight, junto a Charles Boyer; luego en Spell bound, carca de Gregory Peck. La adorable Rita protagonizó también a la mujer enamorada en tres ocasiones: doña Sol en Sangre y arena; Gilda en 1946 (años más tarde la bomba termonuclear que devastó el atolón de Eniwetok llevará sobre su lomo el nombre de Gilda); Elsa Bannister, en The lady from Shangai. Brillaron también en aquellos años de conflagración armada, aunque con menor intensidad, otras semidiosas: Jennifer Jones, en Duel in the sun, y desde luego Vivien Leigh, en Lo que el viento se llevó, y en el contexto del recién fundado film-noir Lana Turner y Lauren Bacall, pero como seres llenas de lujuria.

Los 50 giran alrededor de Marilyn Monroe, que dando aliento en los fotogramas a Angela Phinlay (The asphalt jungle), Rose Loomis (Niágara), Lorelei (Gentlemen prefer blondes) y Cheri (Bus stop) se convertirá en el símbolo sexual de la época caldeada por la paranoia macartista, la guerra fría, la lucha caliente en Corea e Indochina, y el inicio masivo de la drogadicción.

Fue un mundo sórdido en cuya atmósfera se hicieron añicos las vivencias de aquellas diosas y semidiosas de los 50 primeros años del erotismo cinematográfico.

Hoy, las posmodernas sexkitten escriben sobre las pantallas innúmeras modalidades, acorde con tramas específicas, y muy pocas son las que ocupan -ocuparon- un permanente pedestal como deidades del amor. Tal vez, ¿Brigitte Bardot? ¿Jane Fonda? ¿Raquel Welch...?