¿Cuál ha sido la suerte para la población trabajadora en el año que termina? Esta evaluación nos remite, por un lado, al inmenso espacio de las verdades a medias y, por otro, al de las realidades cotidianas. Este contraste ha desgastado tanto el discurso oficial que su grado de credibilidad es cada vez más bajo. La pérdida de prestigio de los voceros de nuestra macroeconomía es tal, que genera una inmediata presunción de falsedad, salvo prueba en contrario.
El gobierno nos dice que hemos crecido en nuestra economía en el orden de 7 por ciento, y destaca opiniones de financieros internacionales que ponderan ese dato en comparación con otros países. Se afirma, así, que hay avances sobresalientes en las variables económicas y que hemos superado ya los nocivos efectos del bache de 94. Sin embargo, nos receta un incremento a los minisalarios de cuatro pesos diarios y nos anuncia, al mismo tiempo, aumento de precios en productos y servicios esenciales que neutralizan de inmediato el esperado aumento salarial.
El crecimiento anunciado contrasta con las constantes de la realidad del poder adquisitivo, salud, vivienda y seguridad social, permanentemente a la baja, además de una profunda injusticia en la distribución del ingreso, que coloca a nuestro país -según datos del Banco Mundial- en el poco honroso decimoquinto peor lugar del mundo.
A principios de 1997 se nos habló de una paulatina recuperación salarial que iniciaba con 2 por ciento (17 por ciento a los minisalarios, frente a una inflación esperada de 15 por ciento). Como siempre, los datos no funcionaron y terminamos el año con una inflación mayor, difícil de calcular, por el manejo retorcido de la base de datos, con la clara intención de aparentar un incremento menor, 17 por ciento oficial, 25 por ciento según fuentes no oficiales. Finalmente, un cargo más al déficit de la cuenta del bienestar familiar.
El presupuesto federal de egresos exhibió claramente las prioridades de la política laboral al negarse, por ejemplo, toda mejora a los servidores públicos y al acendrar su inseguridad laboral autorizando mayor contratación de personal de confianza frente a trabajadores de base. Un auténtico mundo laboral al revés.
Es claro que la verdadera política económica está orientada a la fórmula reiterada de restringir calidad de vida para ahorrar, y ahorrar para crecer. Según esa receta, mejoraremos nuestra competitividad sobre todo en el sector externo, por lo que la suerte del mercado interno se convierte en una variable más susceptible de sacrificio.
El año de 97 ofreció a los trabajadores otras noticias más cercanas a su interés: el crecimiento constante de fuerzas de oposición política, que postulan un cambio de prioridades de la vida social; la creciente importancia de organizaciones no necesariamente partidarias, referentes obligados para encontrar solución a problemas tan sentidos como la paz en Chiapas.
También están presentes los recientes esfuerzos unitarios del movimiento sindical, las expectativas frente a la nueva política del gobierno democrático del Distrito Federal, las posibilidades de una reforma del Estado con amplia convocatoria, el acceso plural a los medios de comunicación y, sobre todo, los cambios inminentes frente a la crisis de un modelo sindical corporativo que se ha convertido no sólo en una vergüenza nacional, sino también en un factor de ridículo fuera de nuestras fronteras, que forzarán sin duda a un cambio para lavar la cara, al menos frente a nuestros socios comerciales del norte, favoreciendo la democratización de nuestras formas de representación y gestión laboral.
Son expectativas que el año próximo podremos lograr si tantos luchadores -hombres y mujeres-, la mayoría anónimos, reiteran el esfuerzo que durante el año que concluye han dedicado para hacer de nuestra patria un espacio de convivencia y progreso orientado hacia los verdaderos intereses de nuestra gente.