La Jornada lunes 22 de diciembre de 1997

Iván Restrepo
De Kyoto a la realidad

Seguramente contagiada por el ambiente navideño, la delegación mexicana que concurrió a la conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, celebrada recientemente en Kyoto, sostuvo que los acuerdos tomados luego de arduas reuniones eran un logro, un avance en la tarea por adoptar medidas urgentes para combatir el llamado ``efecto invernadero''. Dicho efecto es fruto de las emisiones de ciertos gases, como bióxido de carbono, óxido de nitrógeno, metano y clorofluorcarbono, que calientan cada vez más nuestro planeta. Quizás el optimismo oficial se explique porque cuando casi todo apuntaba al fracaso de la conferencia, hubo algunos acuerdos que, de ninguna manera, son los que el mundo necesita para revertir una situación crítica.

En efecto, aunque las naciones que integran la Unión Europea proponían reducir 15 por ciento de dichos gases para el 2010 respecto a los existentes en 1990, finalmente se llegó a que fuera de alrededor de 5.2 por ciento, en promedio. Según un protocolo de 27 artículos, primer paso de difíciles negociaciones que continuarán el año próximo en Buenos Aires, la parte medular del tratado sobre cambio climático descansará sobre 25 de las 160 naciones que concurrieron a la reunión. Las más comprometidas con la futura limitación de emisiones de bióxido de carbono son las 15 que integran la Unión Europea con una disminución de 8 por ciento, mientras Estados Unidos, el primer contaminante del planeta, aseguró que lo hará en 7 por ciento, y luego de múltiples intentos por posponer un compromiso futuro.

Pero de la promesa a la realidad hay frecuentemente abismos: apenas aterrizaban en suelo patrio nuestros funcionarios ambientales cuando uno de los senadores republicanos, Chuck Hagel, declaró que no apoyarán la ratificación del acuerdo de Kyoto por tener un efecto ``devastador'' en la economía estadunidense, al aumentar los precios de la energía y eliminar millones de empleos. Agregó que lo pactado no ayuda al ambiente por ``beneficiar a las naciones en desarrollo, como China, México, India, Brasil, Corea del Sur y otras 130 que en el futuro se convertirán en los emisores de gases tóxicos más grandes del mundo'' y hoy no hacen nada por controlarlos.

Aunque el presidente Clinton había dicho que cumpliría lo pactado, bien pronto voceros de la Casa Blanca suavizaron la promesa: puede aplazarse el envío del acuerdo para su aprobación en el senado hasta que las naciones en vías de desarrollo se comprometan con los países industrializados a reducir las emisiones de gases tóxicos que provocan el calentamiento del planeta.

Si esa es la posición de la potencia responsable de una cuarta parte de las emisiones de C02 en el mundo, no se necesita ser adivino para vislumbrar lo que hay en el fondo: la resistencia a cambiar un modelo económico y político que concentra y dilapida recursos naturales y energía, que centra su interés en el corto plazo y que tiene al desarrollo sustentable apenas en el discurso. En cuanto a los países pobres, con enormes desigualdades como el nuestro -aunque alegan que no pueden cumplir con las metas propuestas hasta que las potencias no hagan la parte que les corresponde pues tienen mayor capacidad tecnológica y económica para enfrentar las medidas de prevención, mitigación o adaptación al cambio climático; y que reducir los gases de invernadero afectaría sus programas para salir del atraso-, les vendría bien que hicieran efectivas acciones que sí están a su alcance a fin de no agudizar los desajustes ambientales y sociales que hoy padecen. Por ejemplo, en la conservación de los recursos naturales, la contaminación del agua y el aire, la destrucción de ecosistemas en las áreas costeras, las selvas y los bosques templados y fríos. Y algo básico: reducir la pobreza y la injusticia, principales contaminantes. Son tareas prometidas en programas de gobierno, discursos y declaraciones oficiales dentro y fuera de México, pero que están lejos de cumplirse.