La coalición PRI-PAN en el Poder Legislativo que hizo posible la aprobación del paquete económico, ha sido interpretada por una parte considerable de analistas como el fin del llamado bloque opositor, y por el PRD como una muestra clara de traición de sus antiguos aliados. Creo que más que hablar del fin del bloque, habría que señalar que se redimensionan los alcances de la antigua coalición. Si repasamos los primeros encuentros y acuerdos del bloque, encontraremos que lo que signaron los partidos en aquel entonces era un pacto para darle gobernabilidad a la Cámara, esto es, ubicaron sus coincidencias en términos del reparto de poder que debía regir en la Cámara de Diputados, y ante la ausencia de una norma inapelable, crearon sus propias reglas y criterios para distribuir el poder recién adquirido.
Dicha estrategia sin duda fue oportuna, y acaso empezó a ser víctima de sus propios éxitos. Así, con relativa frecuencia el alcance del bloque se desvirtuaba. Para cuando llegó el debate económico, la lógica que se pretendía imponer era aquella que consideraba que el fin último (y único) del entonces llamado G-4 era derrotar al PRI en todas las votaciones. Emergía así la nueva identidad: la única vía para dignificar al naciente Poder Legislativo era sostener una oposición sistemática a las iniciativas del gobierno federal y al PRI. En la misma medida se fueron incrementando las expectativas respecto del G-4 entre una porción de la ciudadanía que coincidía en que efectivamente no habría que desaprovechar la oportunidad de derrotar al PRI.
Con todas esas distorsiones se arribó a una votación que finalmente desmintió a los entusiastas del bloque. Desde mi punto de vista, lo que ocurrió fue que el PAN reubicó los alcances reales de la coalición opositora, y en buena medida se benefició de la intransigencia de priístas y perredistas para negociar favorablemente sus posturas. Ahora bien, las consecuencias se dejarán ver en el corto plazo y entre la ciudadanía animada por el antipriísmo la opción panista tendrá costos. No es fácil de explicar la política a quienes esperan la guerra.
Sin embargo, si lo miramos en perspectiva, me parece que todos saldremos ganando si el Poder Legislativo deja de operar con una racionalidad tan primaria. En la etapa posbloque, espero que las reglas para fijar coincidencias y alianzas sean lo más fluidas posibles, tanto como la diversidad de plataformas y planteamientos existen en el Legislativo. Es impensable que a estas alturas PRI y PRD no puedan procesar juntos alguna iniciativa trascendente; es inaceptable que la única vía que se admita como válida para dignificar el Poder Legislativo sea la confrontación con el Ejecutivo.
El fin del primer periodo ordinario de sesiones ofrece algunas lecciones. Hemos visto que la capacidad de distorsionar acuerdos y generar entusiasmos sin sustento no es nada despreciable. El Poder Legislativo está ante la oportunidad de construir su identidad y en buena medida su poder sobre bases un poco más sólidas que los acuerdos marcados por la contingencia. Si se aprovecha la serenidad de no estar en periodo, y se aplica en la discusión de reglas que sirvan no sólo a esta Legislatura sino a todas, en acuerdos que no piensen sólo en la rentabilidad electoral sino en sus aportes para el Legislativo como poder, y si como consecuencia de ello las alianzas tienen como criterio ordenador las coincidencias programáticas, más que las oportunidades pragmáticas, me parece que todos tendremos motivos para celebrar la llegada de un Poder Legislativo plural que mucho podrá ventilar la vida política nacional. En su debut, acaso de manera inevitable, fueron más significativos sus aportes para enviciar el aire que para refrescarlo. Sin embargo, el naciente poder tiene de manera natural los elementos para hacer un aporte significativo a la llamada normalización democrática. Ojalá así sea.