José Cueli
¡A falta de razón, la fuerza bruta!

Rafael Herrerías, empresario de la Plaza México, agredió verbalmente y, a través de sus guaruras, a puñetazos a mis compañeros Jaime Avilés (padre e hijo) con quienes contemplaba la corrida en una barrera de sol. El incidente ocurrió en la lidia del cuarto toro, que correspondía a Jorge Gutiérrez, y que se despitorró en una embestida por el ruedo. El juez decidió cambiar al tercio de muerte, con el toro inutilizado, y se armó la bronca en la plaza. Mis colegas, al igual que el resto de los aficionados, protestamos por el desorden. El juez, saltándose el reglamento, como es costumbre, regresó el toro a los corrales y por el micrófono anunció que se corría el cartel y Gutiérrez regalaría un toro, al tiempo que éste decía a señas que no desde el callejón, al que se retiró sin matar al toro protestado. La bronca arreció y el empresario salió de su palco y se dejó venir hacia nosotros.

Todas las plazas de toros que se respetan en el mundo lo son entre otras cosas por su público exigente. Entre ellas se encuentran las de Madrid, Sevilla o Bilbao. En la México, con el caos imperante, el público estaba en huelga de exigencias, pero la tarde de ayer, ante el desastre que es la falta de reglas y límites, se desbordó y protestó airadamente. Nadie supo ya nada y el desmadre aumentó. Ante el hecho, el empresario salió a callar las exigencias del público, representadas por los cronistas de La Jornada. Mientras, la tarde dejó oír sus mentadas en coro. La corrida supo a la ilegalidad que impera en la México. El lamento furioso del tendido se iba con el aire de la tarde. La rabia encubierta ante el caos que vivimos en México apareció simbólicamente en los latidos del coso de Insurgentes con toda la fuerza de un pueblo largamente humillado. En la brutalidad de una irracional empresa dispuesta a todo con tal de imponer su voluntad. El poder diabólico de la fuerza bruta frente a la razón. La expresión más siniestra del instinto de muerte.

Ante este caos, qué más da lo que suceda en el ruedo. Nuevamente torillos anovillados de La Venta del Refugio que no fueron los mansos bobalicones para realizar el toreo bonito. Los toreros naufragaron (a pesar de la oreja a Rafael Ortega por estocada) en la tarde en que los aficionados reclamaron sus derechos y desnudaron todo lo que tiene de falso, tramposo, y falta de riesgo del toreo actual. La leña, músculos, casta y muerte, estuvo en el empresario dueño de la fiesta brava y lo que en ella sucede, incluídas las autoridades, en vez de en los pitones de los toros. El desamparo del ser humano se desveló a girones en nuestra Plaza México, que moralmente es de los aficionados que asistimos a ella desde hace 50 años.