Está por terminar este año y, con el que viene, nos acercamos cada vez más a la década de los treinta, entre las dos guerras, decenio de estancamiento, crisis, desocupación masiva, convulsiones políticas de todo tipo, golpes continuos a la democracia y signos ominosos de desastres aún peores. Además, toda la política oficial mantiene firmemente orientado el timón hacia el regreso al siglo XIX, ese ``buen tiempo'' del libre cambio y del hombre blanco y civilizado que imponía su ley a los inferiores.
En efecto, el capital no ofrece una nueva perspectiva sino que desempolva el liberalismo que, con su crisis, llevó a los diversos proteccionismos, autarquías, regímenes autoritarios centralmente planificados (estalinistas o nazis) y, ahora, al neoliberalismo keynesiano de nuevo tipo (que subvenciona a los banqueros y a los más ricos), con su insostenibilidad visible hasta para los ciegos. Como augurio de fin de año, el capital dirá al mundo mors tu vita mea pues, literalmente, de la muerte de centenas de millones de seres humanos y la posible muerte de la civilización y hasta del planeta depende su prosperidad. Además, ofrecerá a la inmensa mayoría de la humanidad más crisis, algo así como lo que ofrecían los emperadores romanos de la decandencia, desde el siglo II en adelante, esperando a los bárbaros, que no llegan, no llegan, pero al final llegaron.
Dejemos de lado la posibilidad de que un estancamiento prolongado de la economía japonesa alargue la onda larga depresiva que nos arrastra; prescindamos de los problemas que creará el crecimiento chino y de la agravación de las tensiones de todo tipo en el mismo Imperio del Medio, lo cual estimulará el siempre presente nacionalismo en una región sumamente desestabilizada por la crisis japonesa, la del sudeste asiático y la rusa; no consideremos la posibilidad de que Boris Yeltsin desaparezca, con todos los efectos desestabilizantes consiguientes sobre el mercado petrolero y la situación europea. Concentrémonos sólo sobre los optimistas índices de crecimiento que prevén los economistas oficiales para la OCDE y los principales países ``emergentes'' (eufemismo que quiere decir en proceso de submersión acelerada) y olvidemos por un instante que dichos especialistas se especializan en equivocarse y ofrecer Primeros Mundos cuando todos se están yendo al descenso. Dichos índices, incluso si los hechos lo confirmaran, no permitirían siquiera volver al nivel de vida de los años setenta (salvo en China, que es literalmente un mundo aparte) y, por lo tanto, hundirían al mundo en un decenio más de desastres aunque forrasen, como nunca en la historia, a unos pocos cientos de multimillonarios.
¿Cuánto tiempo puede durar esa obscena concentración de la riqueza sin generalizar las reacciones que ya se ven, en la curva de los delitos, en las elecciones, en el abstencionismo que expresa la pérdida de confianza en el sistema y la ruptura del pacto social, en las huelgas y movilizaciones y hasta en las más deletéreas manifestaciones, como el regionalismo exacerbado y el racismo?
Si la alternativa del retorno a la autarquía, al proteccionismo, al populismo, es imposible y, además, agravaría los males de hoy, ¿cuáles opciones enfrentan quienes no quieren hundirse en una crisis ecológica y de civilización y creen posible poner los recursos y los conocimientos existentes al servicio de la humanidad, de todos los seres humanos, y no del lucro sin frenos de un puñado de familias? La crisis requiere un cambio radical basado en la autorganización, la autogestión social generalizada, la planificación --desde abajo y a partir de las necesidades y prioridades libremente establecidas por las propias mayorías--, de la utilización de los recursos, la prioridad absoluta para los consumos básicos, la vivienda, la salud, la educación, la eliminación de las intermediaciones parasitarias (empezando por la usura bancaria). Exige también una política de planificación micro y macro regional, respaldada por una democracia plena multicultural, multiétnica, pluralista. Demanda un cambio urgente en la orientación de los consumos y de la cultura, poner en primer plano la solidaridad, la eliminación de la xenofobia y la visión chovinista. Quizás todo esto parezca utópico. En lo inmediato, en efecto, lo es. Pero hay utopías y utopías. Esta es del tipo de las que se pueden concretar a condición de que se modifiquen las relaciones de fuerza y las conciencias. Y eso se puede conseguir comenzando a discutir cómo hacer algunas de las cosas antes planteadas.
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