La Jornada Semanal, 21 de diciembre de 1997



David Huerta



Todo devenir es trágico
(o las dificultades de la esperanza)

La punta del dedo pulgar se juntó con la punta del dedo índice y ambos dedos se curvaron ligeramente para formar un círculo imperfecto, al tiempo que los demás dedos se levantaban, también irregulares, semejantes a la escasa cresta de un gallo: signo de aprobación satisfecha, de que todo está OK, de que la cosa marcha, de que ñcomo en la película de Raúl Busterosñ algo ha salido redondo, re-don-do. Luego las puntas de los dedos se separaron y lo que quedó entre ellos parecía nada pero era algo. Y no se sabía qué era. Sólo luz, esta luz, sólo esta luz, como en el mejor de los poemas.

Entre las puntas de los dedos, entonces, únicamente un resplandor. Demasiado, muy poco. En ese deslumbramiento fueron apareciendo rostros, edificios, páginas, cuerpos caídos, sombras de voces: el rostro verdoso de Raimundo desmayado ñabatido por la tristezañ unos días después del Terremoto, la silueta del negro edificio de la Bolsa de Valores, los cuentos de Cruz acerca del amor y las separaciones, los cadáveres de los atropellados y de los balaceados, las frases manchadas de los infames políticos y los insultos (“limpias blasfemias”) lanzados en las orillas de la Plaza conforme avanzaba sobre la pequeña multitud la oscuridad espesa de la noche fatal.

¿Cómo nombrar o describir o dibujar con palabras eso que aparecía entre la punta del índice y la punta del pulgar de la mano abierta contra los horizontes? ¿Realidad nacional, miseria del devenir, confusión y caldo de caos, tierra propicia para la parcialidad bobalicona de la esperanza? Pero, claro, hablar de que es tonto tener esperanzas es comenzar a echar a perder las cosas, porque_ ¿Porque qué? Esperanza, tu nombre es el de una compañerita de la primaria, que era muy buena para el volibol.

Luz, demasiada luz. Invisibilidad del ozono que se nos viene encima y nos asfixia. Una medianoche de julio en el Zócalo sonreímos, nada más. Una sola vez en casi cincuenta años asistimos a la Otra Plaza, la Gran Plaza de la República, para celebrar un triunfo.

“Jamás se logrará lo que queremos”, afirman los desalentados y oprimidos en un poema de Brecht. La claridad de lo que no somos, lo que no queremos enceguece en otro poema, esta vez un poema de Eugenio Montale. A los desalentados y oprimidos de Brecht se les responde que nadie podrá contener a quienes conocen su condición. La contundencia del poema de Montale es parte de esta brújula.

Y en otro poema, éste de W. B. Yeats, se afirma que antes del Segundo Advenimiento los mejores carecen de convicción mientras que los peores están ahítos de intensidad apasionada.

Desaliento, opresión, lo que no somos y lo que no queremos, la falta de convicción de los mejores, la apasionada intensidad de los peores ñy del otro lado la idea de que vamos a no se sabe dónde.

¿Transición al Segundo Advenimiento, cierre de un círculo metafísico, cumplimiento de un ciclo cósmico? Quizá nada más entre los dedos, donde la luz aparecía y las figuras vibraban, las heridas del tiempo y la desgarradura de la historia. Una conciencia del devenir. Una comprensión de que pasamos, vamos de un lado a otro, transcurrimos, somos los “seres que van a morir”, como se lee en la deslumbrante escritura de Coral Bracho.

Todo devenir es trágico y por ello la esperanza tiene tantas dificultades. Nada la justifica pero en el infierno del tiempo es una forma, como cualquier otra, de enfrentarse con la miseria del mundo.