La Jornada Semanal, 21 de diciembre de 1997
ENTREVISTA A PORFIRIO MUÑOZ LEDO
Ciro Gómez Leyva concluye con esta décima entrega su brillante ciclo de entrevistas sobre la transición en México. En la presente charla con Porfirio Muñoz Ledo recupera algunas de las ideas expresadas por otros participantes de la serie, y revisa las perspectivas de quien ha sido una pieza clave en la nueva vigencia del poder Legislativo.
El ritmo, el tono, el acento
Porfirio Muñoz Ledo impartió en 1989 el que quizás haya sido el primer curso de transición democrática en México. El polémico líder de los diputados del PRD afirma, además, que ha estudiado comparativamente 17 transiciones democráticas y que tiene o ha tenido trato con personajes centrales de cada una de esas 17 experiencias.
Más todavía: un buen número de intelectuales y políticos ven en Porfirio a uno de los hombres esenciales de la transición mexicana, pues pocos como él tienen la capacidad y la habilidad de fusionar teoría y práctica, de ejercer con tanta frecuencia la imaginación política, de ir del municipio a la globalidad, de estar en el lugar preciso a la hora de los cambios y las turbulencias.
Sin embargo, dándole una patada a los estereotipos, muchos, que se han forjado sobre su personalidad, Muñoz Ledo asegura que en una transición, los hombres son fungibles: importantes, sí, pero se consumen con el uso. Los hombres marcan el tono y el ritmo, no el sentido.
Con estas reflexiones, y con el llamado de Muñoz Ledo a promulgar una nueva Constitución, finaliza Diálogos con la transición. Porfirio hace a un lado las frases coyunturales sobre el G-4, el IVA y el presupuesto, y aprovecha la circunstancia para rebatir o apuntalar algunos de los argumentos expresados en la serie por otros de los invitados: Krauze, Calderón, Monsiváis.
-¿Cuál es el valor del hombre, del personaje, en los procesos de transición?
-Es definitivo que existan los protagonistas. Ahora, lo que nadie podrá probar en la historia, porque la historia no puede volver a escribirse, es si esos hombres eran fungibles o no.
-Puedes abrir hipótesis.
-Yo creo que, en principio, sí son fungibles. Es un problema de feeling histórico. Cuando uno es adolescente, piensa que los hombres no eran fungibles, que sin Napoleón, De Gaulle, Benito Juárez o Madero las cosas no hubieran ocurrido. Yo creo que hubieran ocurrido de otro modo, pero en el mismo sentido. Creo que los procesos históricos ocurren de todas maneras en ese sentido, que la relevancia de la personalidad da un tono al tiempo histórico, un acento, un ritmo incluso, pero no el sentido. Cuando hablo de tono, hablo también de momentos de liderazgo más individuales. Pero de no existir esa personalidad, o esas personalidades, el liderazgo es más colectivo.
-¿En el caso de la transición mexicana?
-Si a lo que estás aludiendo es si Cuauhtémoc Cárdenas o yo fuimos importantes, yo creo que sí, y mucho, pero el cambio se hubiera dado en este fin de siglo en México, de cualquier forma.
-¿Cuauhtémoc y tú dieron simplemente el tono?
-Dimos el tono y contribuimos con nuestros aciertos y nuestros errores a dar el ritmo. Dimos, también, tal vez, el acento ideológico. Quizá sin nosotros la transición se hubiera hecho más hacia la derecha. Son los accidentes de la historia.
-En esta serie, Felipe Calderón los responsabilizó de haber retrasado la transición casi un lustro por la postura que asumieron después de 1988.
-No quiero a estas alturas polemizar con Felipe. El í88 es todavía un año que tenemos que debatir, al margen de las pasiones. Yo tuve ya una diferencia pública con el ingeniero Cárdenas, que mucho he lamentado por haber caído, de buena fe, en algo que yo pensé que era una exploración seria sobre el tema. Nada más quiero decir que los dirigentes del Partido Acción Nacional, en ese momento, se disociaron del proceso democrático y negociaron con Salinas. En cuanto a los cambios institucionales, nosotros participamos en las negociaciones de reforma constitucional del '89 y el '90, y en las dos negociaciones ellos nos dejaron sembrados en el camino. Así es que eso que dice Felipe es inexacto. Yo creo que los errores fueron varios, pero desde luego el PAN no es el partido que podría reivindicar la congruencia en el í88.
-¿Tenemos una generación de políticos para la transición?
-Sí la hay.
-¿Estás tranquilo en ese renglón?
-Más que tranquilo. Las generaciones se dan solas, los movimientos históricos las generan.
-¿Ves a los presidentes municipales de la transición, a los diputados locales?
-Los estoy viendo. El nivel intelectual es muy desigual, también el nivel de formación política. Pero lo que es sorprendente es la rapidez de la formación de la gente. Veo una vitalidad nueva, nuevos cuadros. Veo la foto del general Cárdenas con su fusil sobre las piernas: lo que llegó a ser el general Cárdenas y lo que era ese niño de 13 años. Hubo miles de muchachos de esa edad que diez años después estaban gobernando. Un boticario, Salvador Alvarado, surge en el noreste de la República y va a parar a Yucatán: ¡es uno de los grandes ideólogos de la historia de México! Todo gran movimiento social genera sus cuadros. Hay que saberlo hacer. Hay que tener una buena posrevolución democrática. Necesitamos en este momento en México, como una de las grandes transformaciones, el servicio civil de carrera. Y hay que contribuir muy activa y muy deliberadamente en la renovación generacional.
-Una transición democrática, has dicho, implica un nuevo armado institucional.
-Por supuesto. Además de las reglas para un juego democrático, implica también un nuevo esquema de división de poderes, un nuevo esquema de distribución territorial del poder, que en nuestro caso es el federalismo y el municipio, y generalmente una reforma de la justicia. Todo régimen que termina ha cometido, por lo general, grandes injusticias. El tema de la impunidad es un tema central en todas las transiciones. Implica, también, la reforma de las relaciones entre la sociedad y el Estado. Eso es un nuevo armado institucional. Por eso toda transición conocida, y hay quienes dicen que son 27, otros dicen que son 32, han terminado por tener una nueva Constitución.
-Eso sería muy difícil en México.
-No, yo no lo veo tan complejo. La transición implica, además, una reconstrucción de las relaciones políticas y de la cultura política. El proceso se vuelve complejo cuando no hay voluntad de las partes. Ese es el caso de México. La transición ha sido extremadamente lenta. ¿Tú sabes en cuánto tiempo se puede hacer una Constitución? La Constitución del í17 se hizo en cinco meses, de la primera semana de septiembre del í16 a la última semana de enero del í17.
-Sin medios de comunicación, ni presiones tipo fin de siglo.
-Las constituyentes no duran demasiado, cuando hay un programa. En Brasil crearon una comisión de 60 personalidades que tardaron unos meses en hacer el proyecto, que luego se debatió en unas cuantas semanas de sesiones. ¿Cuánto tiempo tomó hacer las constituciones de los países que fueron comunistas en Europa Oriental? Si se tiene voluntad, se puede hacer una nueva Constitución en un semestre.
-Suena muy fácil.
-De hecho, lo notorio, lo anómalo de la transición mexicana es su tardanza, que deriva, primero, del no reconocimiento del gobierno de que se trata de una transición. Para ellos se trata de una nueva forma de competencia, no de una transición. Ve a Bartlett, que se ha convertido en el clásico de la resistencia.
-El payaso de los pastelazos. Pero hay priístas que manejan el concepto de transición, la idea de un cambio profundo.
-Pocos. Los hay, eso es cierto. Pero son pocos. Pocos. Bartlett reacciona en contra de los priístas que están lejos de la tradición autoritaria, más que en contra nuestra.
- ¿La nueva Constitución es condición sine qua non?
Es parte de una escala lógica de una transición, de una lógica implacable. Puedes llamarle nueva Constitución o puedes llamarle Reforma del Estado. Pero una Reforma del Estado de la profundidad que está planteada en la agenda que ya convenimos con el gobierno en el í95, es el esquema de una nueva Constitución. Puede ser una revisión de la actual, pero de tal profundidad que quedaría una nueva.
-Tú diriges un centro que estudia los temas de la globalidad. Queda la impresión al leer la prensa o al hablar con algunos de los actores centrales de este momento de la historia política de México, que no alcanzan a ver que los problemas que nos agobian han sido manejados y resueltos en otros países. Krauze, en esta serie, llama a ese fenómeno autismo intelectual mexicano.
-No coincido con Enrique, en la fase actual. Hay épocas de autismo y épocas de extranjerismo. La cultura política del país se ha movido por bandazos, entre, por usar el término de Krauze, el autismo y el extranjerismo. La generación de los liberales fue acusada por los conservadores de extranjerizante, norteamericana incluso. El porfirismo, bueno, está la obra de Zea para documentarlo. La revolución mexicana inaugura un ciclo que podemos llamar autista, que también es un reencuentro.
-¿El momento actual?
-Estamos, todos, muy abiertos a la experiencia internacional.
-¿Ves verdaderamente un ejercicio intelectual abierto a otras experiencias?
-Lo veo.
-¿Cuántos casos: el tuyo y tres o cinco más? ¿Cuántos políticos mexicanos están estudiando, no citando de memoria, estudiando experiencias que podríamos llamar paralelas? Creo que son muy pocos.
-Se discute a veces con superficialidad, pero existe el referente internacional en el debate. No es mal visto aludir a la experiencia española o a la chilena.
-¿Debaten ideas o juegan con los clichés?
-En la vida política eso ocurre, fatalmente. En su uso común, las ideas tienden a volverse lugares comunes. Desde un punto de vista intelectual, puedo decir que sí ha sido un referente la experiencia internacional.
-Adolfo Suárez hablaba de la importancia de las palabras en una transición, de la importancia del lenguaje de concordia, de conciliación. Monsiváis dijo también en esta serie que a él la transición mexicana le sonaba como algo ríspido y postabernario. ¿No han sido muy poco cuidadosos en el uso de las palabras?
-En esencia, tiene razón Carlos. Ha habido poco cuidado en las palabras porque no ha habido consenso sobre la transición. Se ha manejado un juego de espejos. Yo he dicho que no acabo de entender en dónde se ubica Ernesto Zedillo. Cuando le conviene, en sus viajes al extranjero, es el héroe de la transición; en los hechos, se convierte, frecuentemente, en el defensor del pasado, en el último de los prihicanos.
-He ahí un buen ejemplo del uso de las palabras.
-Es que hay mucho de equívoco. Ahí está la reacción del gobierno frente a la instalación de la Cámara: una prueba palmaria, yo diría irrefutable, de que hay un engaño en la oferta de transición del gobierno. Estuvieron a punto de provocar una crisis constitucional, por no aceptar las consecuencias de nuestras reformas. Muchos de ellos pensaban que la reforma era otro ejercicio gatopardista. Nunca esperaron que ganáramos las elecciones del 6 de julio ni, menos, que pudiera haber una alianza de la oposición. Mi amigo Adolfo Suárez, ¡que ha hablado con el doctor Zedillo de esto!, y de cuyas conversaciones estoy al tanto, sostiene, te digo nada más la parte que me siento autorizado a revelar, que le insistió mucho al presidente Zedillo que, cuando se está en transición, hay un objetivo fundamental, que es la transición misma, ¡y que todo se ordena hacia allá! Todo se subordina a la transición: la política, la política económica, la política social, la política de seguridad pública, la política internacional. Es el gran objetivo. Y, obviamente, Adolfo le dijo al Presidente que en México no veía eso.
-El lugar común dice que el objetivo único del presidente Zedillo es su política económica.
-¡Por supuesto que lo es! Pocos presidentes han sido tan tenaces, tan concentrados con un objetivo primordial. El doctor Zedillo se desinteresa, lamentablemente, de lo demás. Entonces, hay una evidente incompatibilidad de prioridades, cuando su objetivo es mantener una política económica que fue impuesta con métodos autoritarios. Pareciera que para el doctor Zedillo, la reforma política que consintió es una manera de salvaguardar su política económica. Se encuentra en la tesitura de que, por no cambiar la política económica, está dispuesto a sacrificar la transición. Y no creo que en este momento le falten ganas. Si pudiera voltear las manecillas del reloj unos meses para atrás, el doctor Zedillo no hubiera aceptado algunas reformas clave. Ve cómo reaccionaron en la instalación de la Cámara. Bueno, hoy digo que no aceptaron las consecuencias de lo que hicieron, de la reforma política en la que participaron. No lo aceptan.
-¿Transición es también el reino del exceso parlamentario?
-Esa frase es parte de la propaganda del poder.
-¿Sólo propaganda?
-Sí. No ha habido ningún exceso parlamentario. Al contrario, hemos sido muy prudentes.
-Ejemplos.
-Hemos sido muy prudentes en la renovación del personal de la Cámara. No hemos procedido, siquiera, a la limpieza de la casa. Ni siquiera en el asunto de que posiblemente había prostitución en la Cámara hemos dejado de actuar con prudencia. En todo hemos sido prudentes. En la aplicación de nuevas normas, nos hemos tardado tres meses en hacer un acuerdo parlamentario que sustituya en la práctica al viejo reglamento. En fin. No hemos mayoriteado injustamente al partido del gobierno ¡en ningún caso! Respetamos matemáticamente la proporción de miembros de partido en las comisiones. Hemos sido muy cuidadosos en nuestra toma de decisiones.
-Muy prudentes.
-Muy prudentes. Los autores de la imagen de Don Perfidio se equivocan. Al contrario, hemos actuado no solamente con tolerancia, sino, por momentos, hasta con ingenuidad, por el prurito de hacer las cosas de forma distinta, de no imitar al pasado. Hay un compañero que dice: Nosotros no somos el PRI, ellos no son nuestros maestros, no vamos a hacer lo que ellos hicieron. Con la mayoría que tenemos pudimos haber barrido la Cámara, a la semana haber cambiado a todos los funcionarios, los servicios, los empleados, todo, como si hubiéramos asaltado el Palacio de Invierno. Hemos actuado con mucha moderación y creo que nos va a dar muy buenos frutos.
-¿Cómo crees que se lea esta respuesta tuya dentro de cinco o diez años?
-Eso nunca se sabe. En mi archivo tengo 8 mil 900 documentos clasificados, entre ellos artículos míos. Los leo con mucha comodidad, me siento bien cuando los leo. Hay algunas cosas que me sorprenden, por su anticipación, y otras porque estaba equivocado, pero son las menos. Por eso te digo que nosotros no nos vamos a arrepentir por haber actuado con la prudencia con que hemos actuado. Va a quedar en los anales del Congreso que no usamos indebidamente nuestra mayoría.
-La serie empezó con una pregunta: ¿qué tanta prisa tiene la sociedad mexicana por llegar a la transición?
-Yo no sé qué tanta prisa perciba la sociedad mexicana. No lo sé. Depende qué parte de la sociedad tomes. Ahora, si me preguntas ¿cuánta prisa objetiva tiene el país?, yo te digo que una prisa enorme. El peor de los males que le ha ocurrido a esta transición es la lentitud. Si reconocemos que la transición se da cuando el sistema está erosionado en sus valores, en su funcionalidad, en su capacidad de gobierno, es claro que una transición debe ser relativamente rápida para que haya otro sistema que lo reemplace. Estamos viendo con toda claridad la decadencia de un sistema sin empezar a recibir claramente los beneficios de un nuevo sistema. ¡Ese es el gran problema que estamos viviendo! Hay una decadencia de las instituciones a un nivel que no existió antes, y no hay una emergencia de un nuevo sistema político. Si la transición se hubiera llevado desde el poder, con plena conciencia de lo que se estaba haciendo, se hubieran dado rápidamente los pasos para la emergencia de nuevas instituciones plurales.
-Pero ya no fue así.
-Sí. Cómo te explicas, a la luz de la razón política, que el Presidente de la República, con el pretexto pueril de que tenemos que pedirle audiencia al secretario de Gobernación, algo vejatorio para el otro Poder, el Legislativo, se niegue a tener un diálogo abierto con nosotros. Esos son los obstáculos a la transición. Esos son.