Que la democracia es lo mejor o lo menos malo que la inventiva humana ha generado a lo largo de su civilización, no cabe duda.
Tenemos a la vista, por ejemplo, el proceso de examen y ratificación de delegados por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Ahí se está pagando una cuota política, aunque no tan alta, pero que nos afecta a todos al no haberse logrado desde ahora que los titulares de cada demarcacion, fueran electos por vía del voto directo, secreto y universal.
De haber ocurrido así, los ciudadanos hubiéramos tenido más opciones para votar por candidatas y candidatos de todos los partidos en cada una de las delegaciones, pues en la zona donde cada quien reside, de hecho serían por lo menos cinco las alternativas y no sólo una como lo estamos atestiguando en el actual mecanismo de selección.
De igual forma, los propios asambleístas, de todas las fracciones, tendrían menor responsabilidad en esta elección directa, que la que han asumido ante la ciudadanía al convertirse en los responsables finales de aprobar o no a los delegados postulados.
Así también, los delegados no se someterían, como ocurre en este caso, a los vaivenes de la opinión de aquellos diputados locales que no siempre responden con imparcialidad y objetividad a la calidad de los candidatos propuestos, dados los intereses partidiarios e incluso para poner obstáculos al nuevo gobierno de la ciudad.
En última instancia quien más pierde, como siempre ocurre en la antidemocracia, es el ciudadano que no decide cuál es la mejor fórmula de gobierno, incluyendo diputados y delegados en su conjunto, para representar sus intereses, defender sus derechos y asegurar buenos gobiernos delegacionales. Afortunadamente en el caso del jefe de gobierno y de los diputados federales y locales pudo haberlo, pero aún así, el círculo está incompleto.
En el caso de los delegados, una ciudadanía sin voz ni voto, tendrá que conformarse con lo que sus diputados locales decidan, pues se ha preguntado ¿por qué sus diputados no consultaron a sus electores sobre quién convenía más para encabezar una delegación? ¿Abrieron ternas para allegarse de una información más amplia previa a la elección, en su carácter de representantes populares? ¿Se desprendieron de sus intereses personales o de grupo político para recomendar honestamente al mejor? ¿Fueron capaces de sobreponer los intereses sociales a los particulares? Y así otras cuestiones que los mismos ciudadanos se han formulado.
De ahí que piensen que algunos candidatos, de entrada, no hayan cubierto los mínimos requisitos de experiencia en el servicio público, conocimiento, capacidad, arraigo, identificación y compromiso con la comunidad que pretenden gobernar o bien que quienes probable- mente teniéndolos fueron desechados.
Afortunadamente, dentro de la reforma política que normó estos procesos electorales, con todas sus imperfecciones y con un contenido que resulta incompleto e insatisfactorio, se da cabida ya a la elección en el año 2000, de los responsables del gobierno y administración de las demarcaciones territoriales del Distrito Federal, hoy llamadas delegaciones (¿serán presidentes municipales con facultades plenas?).
Por eso lo que necesitamos es democracia y más democracia, como la única y verdadera opción para nuestra ciudad y la nación