Masiosare, domingo 21 de diciembre de 1997
Una actriz al borde de la muerte. Un capo que puede comprar todo menos
una cirugía exitosa. Miles de jovencitas capaces de matarse con tal de
parecerse, un poco al menos, a las top model. Una mujer que
quiere recuperar la mirada de su esposo. Es el mercado de las
apariencias, el lugar del negocio y los charlatanes. La otra cara de
la moneda: deformidades que la ciencia transfigura en rostros como
cualquier otro; personas que terminaron felices metidas en sus nuevos
cuerpos, hechos a golpe de bisturí y destreza.
Porque "la inteligencia -y la cirugía plástica, se podría agregar a la frase del doctor Fernando Ortiz Monasterio- existe para hacer más vivible el mundo".
Como en los finales felices de los cuentos de hadas, en el esplendoroso mundo de la venta de apariencias -esa carrera por alcanzar la belleza y la juventud eternas- la oferta es que todos los sapos pueden convertirse en príncipes o en princesas.
Este mercado de las vanidades ha sido un medio propicio para la multiplicación de fórmulas engañosas, tratamientos mágicos y charlatanes. Los resultados para quienes acuden a éstos son casi siempre desastrosos.
Liposucciones, peellings, liftings, colágeno para engrosar labios, tatuajes para delinear cejas, fajas de acrílico, masajes, lo último en vendas egipcias, bronceados permanentes, postizos de silicón para pechos, nalgas, piernas, hombros y pectorales, geles, tintes, cremas y aceites, son aplicados en clínicas que se multiplican por toda la ciudad y que aparecen aquí y desaparecen allá, lo que dificulta su control.
En el directorio telefónico hay más de un centenar de números en los que se ofrece de todo -hasta liposucciones por mil 500 pesos-, pero si usted se toma la molestia de llamar, muchos ya cambiaron de usuario.
Las ofertas: delineado permanente de cejas por mil 300 pesos -pero si el tatuador se equivoca, la ceja le quedará mal forever-; contorno de labios, mil 500 pesos; infiltración de colágeno (para engrosar labios), 165 pesos por centímetro; control de celulitis (mediante la aplicación de ácidos para la reactivación sanguínea), 200 pesos por sesión; depilación definitiva sin pinzas ni agujas, mil 500 pesos; "drenaje linfático" para movilizar toxinas y grasas, 2 mil el tratamiento; baños de lodo y algas, 400 por chapuzón; reducción de dos tallas en 20 días, 2 mil pesos; "levantamientos faciales" (lifting), etcétera, etcétera, etcétera.
Con algunas excepciones, en estas clínicas itinerantes, trabajan pasantes de medicina, auxiliares de enfermería y cultoras de belleza que le hacen desde un pedicure (que debería ser hecho por un podólogo) hasta un peelling, que no es sino una quemadura química, por lo que si se practica en condiciones inapropiadas puede dejar horrendas marcas en el rostro.
Muchos de los tratamientos mencionados pueden resultar de lo más sencillo si se realizan bajo supervisión médica y en instalaciones adecuadas. Pero no siempre ocurre así. De ahí que un peelling genere infecciones en la piel, una liposucción ocasione tapones neurológicos y hasta la muerte, y salgan hongos en los dedos por unas uñas postizas mal puestas.
Se han registrado casos de desprendimiento de retina por tatuajes malhechos cerca de los ojos, cegueras precoces entre quienes usan lentes de contacto de colores y afecciones cardiacas por métodos de control de peso mal prescritos.
Como se ve, no todos los cuentos de hadas tienen finales felices.
Un caso real: Georgina anduvo mucho tiempo en busca de un buen par de nalgas al alcance de su bolsillo.
Desde la adolescencia no pudo superar el complejo de verse "planita... planita". Finalmente hizo contacto con un médico que le ofreció convertirla en la chica más solicitada de la colonia.
Pero Georgina no contaba con que el inexperto aprendiz de cirujano plástico colocara mal las prótesis de silicón y, cuando salió del quirófano, si bien lucía dos bultos redondos donde nunca los había tenido, uno quedó más arriba que el otro.
A partir de entonces, para Georgina -que no se llama así, pero suplica el anonimato- ha sido un largo peregrinar. Primero buscaba una indemnización, ahora sólo quiere poder volver a sentarse como Dios manda.
Y hablando de cuentos sin finales felices, nada más hay que echar un ojo al último episodio de la historia del capo Amado Carrillo, El señor de los cielos, el que lo compraba todo -lo mismo generales que justicia-, pero no se pudo comprar una nueva apariencia.
Sin final feliz
Muchos de los especialistas consultados -fundamentalmente los cirujanos Fernando Ortiz Monasterio y Nicolás Sastré- alertan sobre las sustancias que se inyectan hombres y mujeres para agrandar senos, nalgas y muslos.
Muchos jóvenes seguramente ya no recuerdan los casos de la exitosa actriz Elvira Quintana o de Isabel Soto Lamarina. Ambas murieron a causa de sustancias que se inyectaron en las piernas. Contra lo que se cree, esto sigue ocurriendo.
En los cincuenta y sesenta se inyectaban ceras y silicón industrial con el que hasta se podía barnizar una puerta. Este compuesto químico, cuando era absorbido por el organismo, podía bloquear los riñones y provocar una insuficiencia renal que terminaba en la muerte.
Después se puso de moda una sustancia derivada del guayacol. Algunas medicinas contra la gripe contenían este producto y se confirmó que ocasionaban abcesos en los glúteos. Por eso, al introducir al organismo cantidades mayores los resultados eran terribles: necrósis y muerte de las células que generaban que se perdiera -como si fuese cáncer- toda la mama y el glúteo.
"Todavía en México hay charlatanes que andan inyectando aceites minerales y vegetales. ¡Esto es criminal!", advierten los especialistas e insisten en que tarde o temprano quienes se someten a estos tratamientos verán cómo las partes que fueron inyectadas se van necrosando (pudriendo).
También hay finales felices
Para la señora D las cosas fueron muy distintas. Se puso en manos del cirujano porque quería ser otra. Su matrimonio estaba medio tronado y su autoestima en cero.
Después de casi tres años y una fortuna de por medio, la señora D no sólo se siente, parece una persona distinta. "Lo primero que hice fue quitarme esas llantitas que a todas nos chocan, y por ahí me seguí, al descubrir que me podía poner acá y quitar allá".
-¿Y su matrimonio? ¿Lo salvó?
-¡Ah, eso qué importa!
Fulgurantes, muchas estrellitas de Televisa -ellas y ellos- ponen en manos de la empresa su derecho a la presencia estética. Son los productores los que determinan si hay que quitar una costilla, cambiar la dentadura, afilar la nariz o teñirse el cabello (rubio, si el personaje es un rico y negro si es un pobre).
El mercado de las vanidades convence a muchos de que la obesidad, la flacidez, el acné, los ojos tapujos, las orejas grandes o los senos caídos, son cosa del pasado.
La imaginación vuela frente a la publicidad: "¡Atrévete a tener la silueta de la Mujer Actual! (resultados comprobables en 30 minutos)". Y el mercado de las apariencias crece y crece. b
En México, de un total de 28 mil 278 médicos que cursaron alguna especialidad, 920 lo hicieron en cirugía plástica. Sin embargo, se ha puesto de moda que otro tipo de cirujanos hagan intervenciones estéticas y hasta reconstructivas, una práctica conocida como "intrusismo profesional".
Otorrinolaringólogos, dermatólogos, oftalmólogos e incluso dentistas maxilofaciales practican, sin conocimientos suficientes y sin control alguno, operaciones para las que sólo están entrenados los cirujanos plásticos. Desde restiramientos faciales hasta rinoplastías.
Esto ha ocasionado muchos resquemores entre los miembros de la Academia Mexicana de Cirugía Plástica, Estética y Reconstructiva (AMCPER). Es lo que ellos consideran una competencia desleal y sumamente riesgosa para el paciente.
Lo explican así: para obtener el título de cirujano plástico tienes que haber cursado los cinco años de la licenciatura en medicina, hacer una residencia de tres años en cirugía general y, enseguida, tomar durante tres años el entrenamiento en la especialidad. En el país, sólo hay 12 centros de enseñanza que ofrecen cursos de cirugía plástica y reconstructiva.
Una vez que han transcurrido los 11 años de estudios, el egresado de la especialidad tiene que pedir su certificación al Consejo Mexicano de Cirugía Plástica. Cada certificado está numerado y el consejo sólo ha expedido 920.
En el país funcionan 43 consejos -uno por especialidad- adscritos a la Academia Nacional de Medicina.
Pero las cosas no paran ahí: cada cinco años, los cirujanos plásticos están obligados a la recertificación. Para obtenerla, los aspirantes deben presentar pruebas de que han realizado trabajo académico, escrito artículos, asistido a cursos y a congresos de actualización y ofrecido conferencias. De no ocurrir así, no reúnen el puntaje necesario para revalidar su certificado.
En cambio, los profesionales de las otras especialidades que se han convertido en "intrusos" de la cirugía plástica no tienen, entre otras cosas, la obligación de haberse entrenado durante tres años en cirugía general.
Existe una corriente entre los cirujanos plásticos que simpatiza con la idea de que en las leyes y reglamentos sanitarios se especifiquen los alcances y límites de cada especialidad. Con ello -consideran- se acabaría con el "intrusismo profesional".