Hace sólo dos meses, la reunión anual en Hong Kong del Fondo Monetario Internacional (FMI) no fue capaz de husmear el aire de crisis en el sudeste asiático y terminó con predicciones más que optimistas sobre el crecimiento de la economía de esa región --que el organismo consideraba ejemplar-- y sobre el comportamiento del mercado mundial. Pasaron pocas semanas para que la crisis en la zona hiciera su aparición. Mientras, el FMI y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), como la famosa orquesta del Titanic, siguen tocando valses relajantes en medio de un naufragio bursátil y monetario que ha destruido ya capitales y recursos por cientos de miles de millones de dólares.
En este contexto, la OCDE --de la que nuestro país forma parte-- anunció recientemente cifras y previsiones económicas poco creíbles relacionadas con los impactos del derrumbe financiero asiático. Los países integrantes de dicha organización, entre los que se cuentan los principales exportadores e importadores mundiales, tendrían sólo una caída promedio de casi un punto porcentual en su Producto Interno Bruto durante un quinquenio y, además, perderían en conjunto la cifras muy reducidas de 25 mil millones de dólares en exportaciones y 15 mil millones más en importaciones, ambas cifras en términos anuales, durante un lustro.
Sin embargo, se puede prever sin esfuerzo que la crisis del sudeste asiático --mercado clave para las exportaciones y las inversiones japonesas-- causará una drástica reducción de las importaciones de los ex ``tigres'', el aumento de sus tasas de interés para sostener sus monedas y un incremento del costo en dólares de los insumos de sus industrias manufactureras y maquiladoras. En esta lógica, las cifras de la OCDE, tanto en lo que se refiere a las exportaciones como a las importaciones, son excesivamente optimistas y están destinadas más a tranquilizar y evitar males peores que a servir de base para previsiones serias. La experiencia mexicana durante la crisis iniciada en diciembre de 1994 muestra, por otra parte, que la caída del PIB podría ser mucho mayor y la posible recuperación mucho más lenta de lo que afirman los pronósticos de la OCDE y el FMI.
Como la mundialización afecta particularmente a los países más integrados a ella --los efectos de la crisis en el sudeste asiático apenas rozaron la India, Vietnam o China--, para México y los países llamados ``emergentes'' de América del sur aparentemente se aproximan días, meses y años casi tan duros como los que conocerán los pueblos asiáticos. En Argentina, Brasil e Indonesia, para nombrar sólo algunas naciones, en ese periodo se combinará la crisis económica con elecciones presidenciales, por lo que el factor político podría tener serios impactos en las economías de esos países, y viceversa. Al mismo tiempo, en Japón y todo el sudeste asiático acaba de romperse, por primera vez desde la posguerra, el pacto tácito que sostenía regímenes oligárquicos o dictatoriales a cambio de un crecimiento económico que no tenía nada que ver con el desarrollo. Como sucedió en Corea del Sur, es posible que la inquietud social y los cambios políticos tumultuosos acompañen esa pérdida de relativa legitimidad política de los gobiernos de esa región, en un proceso que podría contagiarse de un país a otro dadas las nuevas conexiones económicas y el alcance de los nuevos medios de comunicación.
Pese a las previsiones optimistas a las que se aferran los organismos financieros internacionales, la economía mundial podría resentir crisis mayores en el futuro. Si los análisis del FMI sobre el desempeño de las economías de los ``tigres'' asiáticos fallaron estrepitosamente, los pronósticos actuales, si se consideran los graves problemas económicos y sociales que agobian a la mayoría de las naciones, también podrían estar equivocados o ser, a fin de cuentas, cortinas de humo para ocultar la verdad. ¿Recuerdan los señores del FMI y de la OCDE las previsiones optimistas de los presidentes estadunidenses Hoover y Coolidge en plena crisis de fines de los años 20?.