Ver los toros políticos desde la barrera o, mucho mejor dicho, desde muy afuera de la plaza, por la tele o en la prensa sin perjuicio de alguna discusión tripartita y sin partitos en uno de esos desayunos que suelen darse, es hoy un entretenimiento de lo más relajante.
Desde el nacimiento del G-4, con el comienzo espectacular de la toma de posesión de los funcionarios de la Cámara de Diputados, y la presidencia efectiva de Porfirio Muñoz Ledo con su contestación inolvidable al tercer Informe presidencial, se había venido imponiendo la idea de que entre el PRD y el PAN, partidos que encontraron afinidades antes escondidas, podrían ejercer sin plazo un control total de la misma Cámara y con el tiempo, un ganchito y algo de la buena voluntad de los priístas en ánimo de congraciarse con la nueva mayoría, también en el Senado.
Ciertamente hubo resultados espectaculares. Pero en mi concepto empezó a hacerse notoria una dificultad dentro del mismo PAN, claramente vinculada a las perspectivas del 2000. La figura evidente desde el bloque venía siendo Carlos Medina Plascencia y para nadie existen dudas de que detrás de Carlos están las intenciones presidenciales, más que merecidas, de Vicente Fox. Pero esa no es la línea compartida por el resto del partido. Los resentimientos de Carlos Castillo Peraza, destrozado por el rotundo fracaso personalísimo de la campaña por la jefatura del gobierno del DF, hoy presente en sus artículos anticardenistas, empezaron a mover el agua. Felipe Calderón ha asumido, para mí sin dudas, la función de descalabrar el protagonismo medinero y foxiano, bien con intenciones de destacar su propia personalidad o, inclusive, en una acción de rescate de lo que queda, que es muy poco en lo político, aunque mucho en lo intelectual, de Castillo Peraza.
Ante la presencia constante de Medina, Felipe rompió el bloqueo al presidente Zedillo, insistente en su terca negativa a reunirse con los diputados, y lo visitó en Los Pinos. A partir de allí el Grupo-4 empezó a hacer agua. Y no se trataba, esa es por lo menos mi impresión, de ofrecer al PRI un pacto, sino de desplazar del primer plano a este Medina, fácil aliado de Muñoz Ledo y a quien Porfirio, hábil e inteligente, también en notoria campaña personal, podía utilizar en su guerra contra el PRI. Por ello Felipe intentó, y al parecer logró, amortiguar las aspiraciones a largo plazo (ni tanto) de Vicente Fox.
Es obvio que a Felipe Calderón no le hace ninguna gracia la actitud abierta y rebelde del estupendo gobernador de Guanajuato, y para derrotarla dentro de casa no ha dudado en revivir lo que queda de Castillo Peraza, hoy en papel de doctrinero amargado, seguramente con el ánimo de propiciar su propia candidatura, lo que me parece legítimo. El problema es que el precio final sea un respiro importante para el PRI, con el saldo negativo, de enorme riesgo, de que con ello ha revivido las concertacesiones que a un hombre tan brillante como Diego Fernández de Cevallos sacaron de la jugada.
El PRD, dirigido con la eficacia madura del joven Andrés Manuel, habrá de plantear en lo público y en lo privado las consecuencias de este maniobrismo y sacar ventaja de ello, como ya lo está haciendo. Hay que sembrar poquito a poco y aprovechar las regadas de los contrarios, que la cosecha puede ser excelente. Hasta daría la impresión que al PRI y al Presidente les llovió del cielo esta desviación felipista de los compromisos del G-4, y como no hay a quien le den PAN que llore, el resultado ha sido bienvenido. Los priístas, al menos los de mis desayunos semanales, como que han recuperado la esperanza. Ya no sólo comen frutita: también ponen huevos en su mesa, con picante, por cierto.
En rigor, siempre ha habido mayores afinidades entre el PRI y el PAN, ambos de derecha, que entre cualquiera de ellos y el PRD, sin olvidar que el rescate ya visible del nacionalismo revolucionario que fue bandera priísta durante años, puede coincidir con las tesis de los antiguos priístas que formaron el PRD.
Entre tanto Cuauhtémoc Cárdenas actualiza la tesis democráticas, reconoce errores, acepta valioso el porcentaje de aprobados por la Asamblea y, lo que es sintomático, no sólo conserva la sonrisa de su campaña sino que ahora tiene capacidad mayor de carcajada.
Será por el aumento de la sana distancia entre su oficina del antiguo Ayuntamiento y el Palacio Nacional. Aunque tampoco es una distancia que no se pueda recorrer en tres años