Cuando Valentín Gómez Farías advirtió que Antonio López de Santa Anna descaradamente lo expulsaba de Palacio Nacional al lado del sabio José María Luisa Mora y los renovadores de la época, la turbulencia de los acontecimientos no le permitieron ver que el atrabiliario general estaba echando los cimientos del primer presidencialismo autoritario de México. Dueño del poder y purgadas las corrientes redentoras, pronto Santa Anna descubrió que la única forma de domeñar a las oligarquías y mantenerse en la cúspide, era la subasta en favor de unas u otras de la decisiva fuerza militar que manejaba con sus ya traidoras manos. Los resultados del golpe al partido del progreso se contemplan con gran claridad: la Carta de San Pedro y San Pablo fue hecha añicos y suplida por el autoritarismo santannista gobernado por quien compraba al mejor precio la violencia de las armas. Nadie pudo contener los exabruptos del malhadado cojo jalapeño, cuyas marañas políticas confundieron e inhabilitaron a sus grandes enemigos, el viejo realista Manuel Gómez Pedraza y el jefe del cacicazgo jaliscience Mariano Paredes Arrillaga, quien en su momento impuso a Miguel Ramos Arizpe la promulgación de la célebre Acta Constitucional de 1824.
La opresión del presidencialismo se fundó desde entonces en dos elementos centrales: el verdadero, la instrumentalización de un gobierno de facto al servicio de élites económicas y no del pueblo; y el falso, el disfraz democrático de una paz y un progreso utópicos. No sin grandes tribulaciones, el presidencialismo santannista hirió gravemente al país durante sus cuatro lustros; con su ayuda fue posible la República de la Estrella Solitaria y el secuestro de más de la mitad del territorio en los Tratados de Guadalupe Hidalgo (1848).
La victoria del movimiento reformista del Plan de Ayutla (1854) no encendió el amanecer de la democracia a pesar de la separación de Iglesia y Estado y de la nacionalización de los bienes del clero. En lugar de dotar a las grandes mayorías de recursos para mejorar económica y culturalmente, la venta del tesoro eclesiástico indujo otra poderosa concentración de la riqueza en las clases latifundistas que cambiaron a Juárez por la dictadura porfiriana. El presidencialismo santannista fue canjeado por un presidencialismo porfirista muy rápidamente integrado al globalismo económico de los monopolios ingleses y norteamericanos. La guerra secreta entre estas grandes corporaciones por los hidrocarburos de nuestras vetas del diablo concluyó en el momento en que las fuerzas occidentales se vieron amenazadas por el kaiser Guillermo II y sus tropas prusianas. Señores de la situación mexicana junto con otras no menos influyentes subsidiarias, el subordinado Porfiriato fue aventado al cuarto de los trastos añosos por el levantamiento generalizado de campesinos y obreros que sumaron sus iras en las banderas floresmagonistas y en la grandeza de Emiliano Zapata. Otra vez la desbandada de Díaz y la huida de los sátrapas huertistas no fueron suficientes para concretar en la historia la democracia soñada por los revolucionarios. El tercer presidencialismo militarista de Obregón-Calles y el presidencialismo autoritario civilista inaugurado en 1947 han desgarrado sin límite alguno la idealizada Constitución de 1917. En lo político el sufragio efectivo resultó cancelado por elecciones fraudulentas, y el principio de no reelección se vio enterrado con las técnicas del dedazo que permiten la continuidad del sistema presidencialista, no de las personas, con la práctica de un gobierno de facto violador del Estado de derecho, ajeno al pueblo y subordinado a los intereses económicos que configuran a nuestro hemisferio desde Washington.
El 6 de julio pasado nació un retoño de las esperanzas cultivadas desde 1994. Se gestó un aparente pluralismo en la Cámara de Diputados y en el gobierno del Distrito Federal. El G4 luchó por la redignificación del Congreso como órgano soberano y equilibrador del autoritarismo presidencial. Al advertir éste que se quebrantaba la mayoría oficial y la patrimonialización presupuestal, a través de una secreta manipulación dinamitó los impulsos de independencia. Las consecuencias están a la vista: el G4 menos el G1 dio nuevo aliento al presidencialismo autoritario. Ya no hay ningún barco azul en las costas mexicanas. Estamos con Miguel Barbachano (La Jornada, No. 4765). No hay duda: el primer lugar corresponde a La mirada de Ulises, cuya mirada, así lo sentimos, también abarca las trágicas historias del siglo XX mexicano.