El PRI (partido) ha demostrado su completa decadencia. El PAN (partido) ha expresado su completa ineptitud como oposición. El PRD (partido) ha confirmado su situación de insuficiencia numérica. El PRI (gobierno) ha salido favorecido de las limitaciones de todos los demás. Ernesto Zedillo ha resultado vencedor sin meter siquiera las manos, gracias a sus adversarios pusilánimes, quienes son casi una mitad de la oposición.
La bancada oficialista en la Cámara no ha servido más que para poner sus votos al servicio del Presidente, tal como ha sido hasta ahora. La bancada perredista luchó hasta el final por lo que creía sin obtener más que unas cuantas reformas, como siempre lo ha hecho. La bancada panista no se atrevió a desafiar el presidencialismo y terminó admitiendo todos los privilegios del señor Presidente, incluida la partida secreta del presupuesto federal.
En la Ley de Ingresos no existía el menor obstáculo para que el PAN admitiera la plataforma del PRD: limitar la autorización de financiamiento a lo necesario para cubrir el presupuesto; condicionar el crédito externo a situaciones contingentes de carácter cambiario, reducción del precio del crudo y realización de programas de fomento económico; condicionar las operaciones de salvamento de bancos a las autorizaciones del Congreso; impedir que los precios y tarifas de las gasolinas, el gas casero y la electricidad doméstica se incrementaran más que la inflación. Nada de esto era completamente ajeno al programa panista, pero nada era alcanzable en opinión de los líderes de aquel partido.
Durante varias semanas el PRD y el PAN negociaron casi un cambio presupuestal con el propósito de que la Cámara recobrara sus facultades constitucionales en la materia: que los diputados definieran el reparto del ``salvamento financiero'' (17 mil millones); que se creara un nuevo fondo municipal (6 mil millones, por lo menos); que se destinaran mayores recursos a la vivienda popular (unos mil millones más); que se reorganizara el ``combate a la pobreza''; que se hicieran gratuitos los textos de las secundarias públicas; que se eliminara la partida secreta del Presidente; que se aumentaran los sueldos de los empleados federales en un 17 por ciento; que se acabara con los ``bonos'' ilegales de los altos funcionarios; que no se permitiera que el poder Ejecutivo decidiera la asignación de fondos sin autorización de la Cámara; que se diera cuenta del ejercicio de todo el gasto a los diputados, como lo marca la Constitución. Nada de esto, ni en su conjunto, significaba un completo cambio de política económica y de esto estaba consciente el PRD.
El PAN proclamó su victoria de los 6 mil millones para los municipios, los cuales pudieron haber sido alcanzados sin ningún acuerdo con la Secretaría de Hacienda, con la sola votación de la mayoría, pues en ello estaban ya comprometidos el PRD, el PT y el PVEM: no era indispensable una reforma de la ley (bicameral), sino que era suficiente una asignación en el presupuesto (unicameral). La bancada panista pidió al Presidente un dinero para sus alcaldes y unos cuantos pesos para sus gobernadores a cambio de su propia renuncia a edificar una mayor reforma del presupuesto federal.
Los priístas estaban en contra del nuevo fondo municipal, pero tuvieron que votar en favor para que la Secretaría de Hacienda amarrara una alianza con el PAN y dejara en minoría a todos los demás. Los panistas no querían que dicho fondo se aplicara también a la ciudad de México, aunque finalmente aceptaron.
Acción Nacional prefiere los acuerdos con el Presidente a otros de mayor alcance con el PRD. Los panistas no quieren compromisos con quienes ellos mismos consideran sus verdaderos adversarios, en cuya lista no se encuentra el poder Ejecutivo. El PAN prefirió, una vez más, la alianza conservadora a la alianza opositora, reiterando aquella política aplicada en defensa de Salinas, como si nada hubiera pasado el 6 de julio de 1997.
Ernesto Zedillo, desde Los Pinos, no alcanzó más que a dar su consentimiento de los 6 mil millones, lo cual le resultó demasiado barato: un regalo caído del cielo cuando las cosas se le habían complicado al perder la mayoría parlamentaria.
La Cámara, sin embargo, no es la misma. Antes, el voto de cualquier partido carecía de significado ante aquella mayoría mecánica, siempre suficiente, de diputados priístas. Hoy, los partidos pueden ser decisivos; su conducta tendrá que ser juzgada con mayor severidad por parte de los electores. El gobierno ahora no puede solo y los votos parlamentarios que logra obtener son decisivos: el PAN le ha dado al Presidente la victoria en el presupuesto federal, a cambio de nada que no pudiera lograr de otra manera.
El panismo quiere, explicablemente, arriesgarse a caminar por una ruta de desastres.