El agua salada gaditana ligera y errante, invisible, inspira en su correr constante una canción al marinero en tierra que cumple 95 años. Al marinero que marchó con las tribus republicanas y llevaba las plazas de toros --cales-- enloquecidos a oír su verso salido de las aguas jugar en la arenilla de la playa bajo el sol ardiente, recreador de esa cancionilla lánguida al compás de los címbalos que se desgranaban en el tierno arrullo de la música salada.
Rafael Alberti de la raza de los faraones flamencos y los antiguos poetas tziganos compusó versos en suavidades arropadas de siete colores. Cadencias que alegraban el espíritu llanto: sol y polvo, aire y cielo. Castillos de fuegos artificiales chispas de luz, belleza convertida en verso al alcance de todos. Fraseo poético bien marcado, hecho donaire y armonía que se aleja como el sol musical por el espacio infinito.
La dulzura del verso de Rafael, tierna calma elevada y musicalizada en la policroma Cádiz, daba vida de ensueño y misterio sensual al espiritualismo de una raza. Milagro, dulce milagro de letras llenas y fantasías doradas por el sol que dóciles se dejaban llevar por la pluma del poeta, en la misma forma que el agua marinera llega a las playas con voz de arrullo perdida en la magia de la bruma en las madrugadas gaditanas borda festones que nacen de esta milagrería poética.
A la luz de la luna, el marinero en tierra y agua salada escribe en papel de seda cargado de vapor sutil líneas que no se sabe de dónde salen. El tiempo no pasa, está detenido, atravesado voluptuosamente en música gaditana. Un mar abierto en ondas encima de las olas lee los versos, huellas de los siglos que bailan en las olas. La arena se eriza en el mar, se estira como alfombra y se pierde entre el azul del cielo y el azul del mar en el horizonte y nace después en la sombra de la hoja de papel del poero.
Rafael Alberti eterno, arriba muy arriba se cierne sobre el mar erizandose con vuelo soberano al soplo de los vientos. ``¡Aire que lleva el aire! ¡Aire que el aire la lleva!''. Espuma de mar abierto púrpura, huellas perdidas, átomos de agua azul eternos en la fiesta del cabalgar en el verso albertiano empastelado de azules y amarillos y verdes en la emoción sentida del vivir.
En ese mar en tierra, Alberti descubre el sentido oculto del ser desde antes del nacimiento hasta después la muerte en medio del sol girar. El poeta inmóvil, altivo, levanta la mano y contiene el deslumbramiento, del gibar...
Brasa viva,
pájaro que ardiendo vuela
lumbre que embiste y se esquiva
como un toro de candela
libre y a la vez cautivo...
Arrebol,
revolera de anebolas
o un moreno girasol
farol entre los faroles.
¡Rafael Alberti, marinero en tierra